E-Pack Bianca y Deseo febrero 2021. Кэтти Уильямс

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      Editado por Harlequin Ibérica.

      Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

      Núñez de Balboa, 56

      28001 Madrid

      © 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

      E-pack Bianca y Deseo, n.º 228 - febrero 2021

      I.S.B.N.: 978-84-1375-309-6

      Índice

       Créditos

       Capítulo Uno

       Capítulo Dos

       Capítulo Tres

       Capítulo Cuatro

       Capítulo Cinco

       Capítulo Seis

       Capítulo Siete

       Capítulo Ocho

       Capítulo Nueve

       Capítulo Diez

       Capítulo Once

       Capítulo Doce

       Capítulo Trece

       Capítulo Catorce

       Epílogo

       Si te ha gustado este libro…

      

      Capítulo Uno

      Diez años era mucho tiempo aunque, al parecer, no lo suficiente para cambiar ni una sola maldita cosa.

      Nada podía demostrarlo más que encontrarse apoyado en la balaustrada de la casa de sus padres, contemplando a toda aquella gente deambulando por el jardín, todos ellos esperando poder verlo.

      Y la única persona a la que él quería ver era a la mujer de la que debía mantenerse alejado.

      Las parejas bailaban y reían, tomando champán en flautas de delicado cristal, celebrando su vuelta como si se hubiera pasado aquella década disfrutando de una isla privada, y no en la cárcel. Pero ni el lujo ni la diversión podían ocultar la tensa espera, el regodeo en sus expresiones, la sed de cotilleos. Aquella velada era una farsa cuyo final avanzaba inexorablemente hacia él, y no había maniobra que pudiera impedir lo que sabía que iba a ocurrir. Anderson Stone, el hijo pródigo, por fin estaba en casa, y todo aquel que fuera alguien en la sociedad de Charleston se había puesto sus mejores galas para poder examinarlo de arriba abajo y cuchichear a sus espaldas.

      Al menos, en la cárcel, el enemigo era fácil de identificar, pero allí todo eran sonrisas justo antes de arrastrar tu reputación por el barro en cuanto se presentase la oportunidad.

      –Cariño, ¿qué haces aquí arriba? Deberías estar en el jardín. Tus amigos están deseando darte la bienvenida.

      Stone se volvió. Su madre ya había cumplido largamente los sesenta, y seguía estando preciosa. Su cabello oscuro se había trenzado de plata en los últimos diez años y algunas arrugas más partían de sus ojos, pero nada –ni siquiera ver cómo sacaban a su hijo de la sala del tribunal esposado– podía apagar la luz que brillaba en el fondo de sus ojos azules, o disminuir la confianza serena de su sonrisa.

      Se acercó a él y le ofreció la mejilla para un beso, un cariño que él le mostró sin dudar. Ya le había dado bastantes sinsabores. Pero no hizo ademán de decidirse a bajar las escaleras para sumergirse en aquellas aguas repletas de tiburones.

      –Cariño –dijo su madre en voz baja, y apoyó delicadamente una mano en su espalda, viendo cómo apretaba en la mano el vaso de whisky. ¿Quién se iba a imaginar que a los treinta, con todo lo que había visto y vivido, iba a seguir necesitando el contacto de su madre para que lo calmara como un niño asustado por una pesadilla?–. Sé que en este momento estás luchando contigo mismo, pero estas personas han venido a apoyarte.

      Sí, ya. Le costaba creerlo, pero no iba a destruir la dulce visión que su madre tenía del mundo.

      Había sido condenado por asesinato. Había matado a otro miembro de la jet-set. Daba igual que ese bastardo mereciera la muerte, porque solo una persona más conocía esa verdad, y él haría lo que fuera para conseguir que eso siguiera siendo así. Incluso declararse culpable y cumplir condena.

      –Quedarte aquí de pie no te lo va a poner más fácil.

      En eso tenía razón, así que respiró hondo y apuró el vaso. Sí que había echado de menos un buen licor como aquel. Se obligó a sonreír con la esperanza de que su madre no se diera cuenta de lo falso del gesto, y se encontraba ya cerca de la escalera cuando su voz dulce lo detuvo.

      –Anderson.

      Ella era la única persona que lo llamaba por su nombre de pila. Se detuvo y se volvió a mirarla.

      –Estoy orgullosa de ti, hijo.

      Pues no podía comprender cómo era posible, pero lo había educado bien y no era el momento de empezar a discutir con ella.

      –Tienes todo el tiempo del mundo para decidir qué quieres hacer. Sé que tu padre te ha ofrecido un puesto dentro de la empresa, y a los dos nos encantaría que aceptaras, pero ni él ni yo esperamos que tomes esa decisión ahora mismo. Tómate tu tiempo. Disfruta de la libertad.

      Stone asintió. No tenía valor para decirle que no le interesaba unirse a Anderson Steel. La empresa se llamaba así por el abuelo de su madre. En una época en la que pocas eran las mujeres que podían ocupar puestos de responsabilidad en los negocios, sus padres habían ocupado los cargos de gerente y vicepresidente desde mucho antes de que él naciera.

      Siempre le había maravillado su capacidad para trabajar juntos todo el día y seguir tan enamorados. Él era lo más importante para ellos, pero nunca había sentido esa profunda conexión. De hecho, nunca había deseado entrar en la empresa, aunque diez años antes no se le habría ocurrido pensar que deseaba tomar otro camino. Sin embargo, en aquel momento…


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