Economía y trabajo en el sector agrícola. Nelson Florez Vaquiro

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      Economía y trabajo en el sector agrícola

      Nelson Florez Vaquiro

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      Índice

       Portada

       Introducción

       I. Economía y agricultura mexicana del siglo XXI

       Estructura de producción y características del trabajo agrícola

       Antecedentes del periodo de estudio

       El contexto macroeconómico

       Mercado de trabajo rural

       Evolución de la pobreza en México

       Competitividad de las unidades productivas agrícolas

       II. Heterogeneidad y condiciones de trabajo en la agricultura mexicana

       Evolución y características de los trabajadores agrícolas

       Heterogeneidad en el empleo agrícola

       Trabajo y condiciones laborales de los productores agrícolas

       Trabajo y condiciones laborales de los trabajadores agrícolas

       Distribución espacial de los sujetos agrícolas en el territorio mexicano

       III. Condiciones de vida en los hogares agrícolas

       Evolución del tipo de hogar

       Estructura y composición de los hogares

       Fuente de ingreso de los hogares

       Factores sociales y económicos asociados a los hogares agrícolas

       Conclusiones y recomendaciones

       Referencias

       Anexos

       Agradecimientos

       Notas

       Créditos

       Contraportada

      En la primera década del siglo XXI, la agricultura mundial se ha caracterizado por la volatilidad en los precios de los cereales, lo que ha provocado vastas externalidades en el comercio internacional del resto de bienes agrícolas. Para el sector agrícola, los conflictos sociales, los factores políticos, el régimen de subsidios, las condiciones físicas y químicas de la tierra cultivable, las enfermedades y plagas en los cultivos, la infraestructura, la tecnología, la mano de obra, el tipo de semillas cultivadas y, en especial, el clima —heladas, nevadas, sequías, el régimen de lluvias—, son determinantes para la dinámica de los eslabones de la producción.

      Esos factores también impactan en la movilidad de los precios internacionales. Si en los países que son grandes productores tiene lugar un clima adverso, esto influye en el nivel y calidad de la producción, contribuye a la escasez y al alza de los precios internacionales. Un fenómeno de este tipo conlleva inseguridad alimentaria a los países con déficit en la producción de alimentos o que viven en un contexto de conflicto civil. En tanto que una sobreproducción y su consecuente exceso de oferta tienden a ocasionar una caída de los precios.

      Por otro lado, en las dos décadas más recientes, el sistema económico mundial ha hecho fuertes inversiones para diversificar la producción de energía, en aras de disminuir la fuerte dependencia respecto del petróleo; es así como los bienes agrícolas han cobrado importancia no solo para la alimentación humana en las próximas décadas —según la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la población mundial pasará de los actuales 6800 millones de personas a 9100 millones en 2050, un tercio más de personas que demandarán alimentación—, sino también como proveedores para la producción de biocombustibles y la alimentación de animales destinados a la producción cárnica —la producción actual de carne suma más de doscientos millones de toneladas, y se estima que para 2050 puede alcanzar una demanda de 470 millones de toneladas—. Todos estos factores influyen en la fijación de los precios y han generado enormes retos a los gobiernos nacionales para que en las próximas décadas promuevan políticas de agricultura sostenible, en búsqueda del crecimiento e inclusión en el sector, y permitan a la vez la reducción del hambre, de la pobreza y de las desigualdades sociales concentradas en las zonas rurales de los hogares de productores y trabajadores agropecuarios.

      Dentro de esos retos se encuentran: la disminución de la dependencia alimentaria; el incremento de la frontera, producción y productividad agropecuarias; el uso eficiente del agua para el cultivo; la mayor investigación en los efectos del uso de semillas transgénicas o mejoradas, y la preservación de la diversidad biológica y genética de las semillas autóctonas; el otorgamiento de subsidios y transferencias agrícolas; la mayor protección o apertura del sector que derive en mejores ingresos y salarios para los productores y trabajadores agrícolas; las inversiones en la red de infraestructura de las zonas, unidades productivas y viviendas rurales; la definición del destino y cuotas de la producción agrícola para la alimentación humana, generación de biocombustibles, y consumo animal; y la investigación e innovación en todas las etapas del proceso productivo de la agroindustria, que estimule la productividad y generación de valor.

      En las últimas dos décadas del siglo XX, México se caracterizó por grandes cambios económicos, políticos y sociales. Tales circunstancias hicieron imprescindibles diversas reformas estructurales que se dirigieron hacia objetivos como el proceso de modernización del Estado, la desregulación de las reglas administrativas que —se argumentaba— obstaculizaban el funcionamiento del mercado, la focalización de los subsidios a la demanda, las privatizaciones de las empresas industriales y comerciales del Estado, la descentralización, la apertura económica,


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