Tenista Clase B. Fabián Clementi
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Tenista clase B
Tenista clase B
Fabián Clementi
Índice de contenido
No estoy solo en la clase B
Las alas sucias del tenis (fragmentos)
Sets iguales con la nada (fragmentos)
Una bajada al Hades (Unas palabras acerca de Tenista clase B)
Clementi, FabiánTenista clase B / Fabián Clementi. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Grupo Editor Latinoamericano, 2020.Archivo Digital: descargaISBN 978-987-781-987-81. Tenis. 2. Autobiografías. I. Título.CDD 796.342092 |
Diseño, ilustración de tapa y
dibujos de interior: Guillermo Casas
Autor: Fabián Clementi
© 2020, by Fabián Clementi
© 2020, by Grupo Editor Latinoamericano SRL
Avda. Jujuy 1142, PB, “C” Buenos Aires,
Argentina. Tel - Fax: 4308-0308
Colaboraron en la preparación de este libro:
Diseño: Fernando Carlos Jara
Digitalización: Proyecto451
Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del “Copyright”, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático.
Inscripción ley 11.723 en trámite
ISBN edición digital (ePub): 978-987-781-987-8
a Julieta y Pedro
Yo entreno niños sin importar si en el futuro serán felices.
Los tenistas son unas máquinas engrasadas
y preparadas para ganar.
Paul Dorochenko
No escribas nada si no te arrasó la vida con su peso muerto,
si no tienes cicatrices del tiempo que te fueron dejando
todos esos días vagabundeados sin ton ni son
por los pabellones del gran
shopping que es el mundo.
Enrique Symns
APENAS DEJÉ DE JUGAR MI VIDA entró en la sombra, el mundo se venía en picada como un avión sin control y yo sin lograr entrar en la cabina de mando. ¿Cómo podía ser? Toda esa gente que me palmeaba, ahora me daba vuelta la cara. ¿Será por las noches de locura sumergido en el alcohol? Escupieron mi nombre en la mierda ¿Quiénes? Ese círculo que no perdona a los que comienzan a caer en las sombras, en los vicios, en los desastres que se codean con la muerte. Yo, un muchacho que se negaba a abandonar la inocencia, miraba a mis padres y no comprendía sus caras, sus silencios, sus expresiones que crecieron hasta deformarles sus sonrisas.
Después de aquel quiebre regresé a mi casa, a esa pieza al fondo del patio en donde, como sobre el pelambre de un animal que conoce mis secretos, me recosté una y otra vez a mirar el techo. El canto de los pájaros, desde las jaulas, penetraba por la pequeña ventana cual rayo de sol sucio por el polvo; murmullo que se hermanaba con el silbido de mi pecho y hacía reventar mi cabeza en preguntas que con el tiempo tomaron forma. Yo fui un buen jugador, estuve peleando un lugar entre los mejores. Entonces, ¿por qué terminé de esta manera? ¿Por qué me sentía tan triste y todas las noches pensaba en la muerte? ¿Por qué esta culpa por todo? Mis conocidos me miraban, y yo disimulaba el peso del fracaso. Una punzada en mi estómago me hacía encorvar, y entraba como podía en aquel pequeño baño rogando a Dios que se me pase. Después salía a la calle caminando o en bicicleta; intentaba una huida a cualquier parte, sin saber que sólo volaba en círculos. ¿Dónde estaban los clubes? ¿Dónde mis compañeros de circuito? ¿Dónde el tenis? ¿Dónde el juego que me hizo tan feliz? ¿Por qué tanta sombra, tanta inhumana tristeza?
En el circuito vi a pibes entrar en la locura sin siquiera sospecharlo, con sus padres taladrándoles la cabeza hasta reventarles el corazón. Vi el mundo y el mundo se me acostó encima, castigándome con un encordado de tripa de cordero. Vi entrenadores inflados como muñecos de silicona que se abalanzaban sobre mi cuerpo como sombras de una pesadilla. Vi la mano luminosa del juego acariciar mis cabellos (así la sentí, en el burbujeante espesor del ánimo de un niño), para luego ser arrancada por la garra del éxito. Vi la esperanza escarlata del entorno alcanzarme con sus dedos como puntas oxidadas hasta llegar a la sangre. Vi, ante todo, caer a Dios como una raqueta que se quiebra en el polvo levantando brumas de oscuridad. La negada, divina providencia de los que nos arrodillamos con las vísceras afuera chorreando el jugo de la felpa amarilla. Como un vómito de la elite que no soporta a los perdedores, a los que se quedan doblados entre el fleje de la vida y esa jugada que se fue por un centímetro y por la que alguien, desde lo alto, gritó out.
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