Isla en negro. Yamilet García Zamora

Isla en negro - Yamilet García Zamora


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Mejor piensa en tu familia, en tus hijitos. Ahora vete.

      En el salón de banquetes, Ricardo Abrego corroboró que era el hombre del momento. Sus simpatizantes le organizaron la recepción para celebrar su libertad. No cesaba de estrechar manos y recibir abrazos y muestras de apoyo. En una mesa esperaban decenas de ejemplares de sus libros para ser vendidos, con su firma. Su caso había trascendido las fronteras de los Estados Unidos, y Mister Not Guilty había recibido múltiples invitaciones de países y organizaciones que se oponían a la pena de muerte, sobre todo en Europa. Gracias, Dios mío, pensó. Besó a su esposa en la mejilla, le dijo algo al oído y se apartó de ella y de su hijo, médico también, para acercarse a un grupo de periodistas, que no esperó a que llegara a ellos para lanzarle la primera pregunta:

      —¿Qué hará ahora Mister Not Guilty?

      —No guardo rencor a nadie —aseguró Abrego—, y estoy más ansioso que nunca de servir a la sociedad, de ayudar a resolver los problemas de la comunidad.

      —¿Va a entrar en la política?

      —Bueno, todas las opciones están abiertas —sonrió—. Ah, como ustedes saben, he demandado a la Fiscalía del Estado de la Florida y al Departamento de Policía de Miami-Dade por los infinitos sufrimientos infringidos a mí y a mi familia, y las imborrables secuelas que han dejado en nosotros. No lo hago por el dinero. De hecho, una buena cantidad la donaré a la familia del agente carcelario que falleció, porque él es otra víctima del sistema. Lo hago para llamar la atención sobre todas las injusticias que se cometen por motivos, a veces personales, de políticos y funcionarios más preocupados por mostrar un supuesto buen expediente que en servir a la sociedad. Cuando la Florida tenga que pagar unos milloncitos del dinero de los contribuyentes, no creo que los funcionarios responsables de casos mal llevados, como el mío, obtengan ni un solo voto en sus aspiraciones políticas, ¡y ustedes saben a quiénes me estoy refiriendo! Ahora, discúlpenme, necesito estar con mi familia —dijo, posó por última vez para las cámaras de la televisión y los fotógrafos de los diarios, hizo con los dedos la V de la victoria, y se alejó.

      Mientras avanzaba entre las personas que le sonreían y lo felicitaban, en busca de su esposa, Abrego se dijo que, como hombre de palabra, tenía que enviar el dinero prometido a la mujer de Flores en Cuba. ¡Joder, el mexicano casi deja que me maten! No es fácil meterse un tiro, pero de todas maneras el cáncer se lo estaba comiendo, ¡y habíamos hecho un trato, ¿no?! Bueno, calma, nunca más, nunca más. ¿Cuán descontrolado estabas que no te pudiste contener con un niño de tu propio barrio? Cuando tengas tus urgencias, haz lo de siempre: un viajecito de “trabajo” a Bolivia, Perú, Guatemala… Ahí están los niños de la calle. Y ahora, sonríe y saluda, que eres un hombre libre.

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      SU NOMBRE EN UN CARTEL

      – LORENZO LUNAR –

      Fue un puntazo frío. Con música de fondo. En un callejón oscuro de la ciudad. Los fuegos artificiales a lo lejos, como el ritmo de la orquesta. El corito: “Menea, menea, menea tus caderas, María...”.

      El rostro descompuesto, el cigarro colgándole de la comisura de los labios, el olor a sudor mezclado con cerveza. “Coge, pa’ que aprendas a ser hombrecito”. Un punzonazo en el abdomen, unos centímetros a la derecha y encima del ombligo. Eso debió sentir Eusebio. Después, la muerte.

      El cuerpo lo encontraron al amanecer. En medio del charco de sangre coagulada. Una mano (los dedos rígidos) intentando aferrarse a la pared. Última expresión de la agonía. Y la frase (la palabra, el nombre de mujer) escrita con sangre en el muro: MARÍA.

      La idea de escribir este cuento nació de una conversación con Alexis. Alexis es policía y quiere escribir literatura negra. Tomábamos café y yo trataba de explicarle lo que busco al escribir una historia policial. “No es el criminal lo que más le interesa al escritor, negro, ésa es la diferencia con el policía. El escritor investiga dentro del hombre y el policía se queda en las acciones exteriores. Cuando descubre al culpable el caso se cierra. ¿Te has puesto a pensar cuántos misterios quedan dando vueltas en torno a un crimen cualquiera después de descubierto el culpable?”. Entonces se me ocurrió ponerle el ejemplo del asesinato de Eusebio.

      Al asesino no costó trabajo encontrarlo, él mismo se entregó. El móvil, de lo más verosímil en una ciudad como ésta: un simple cigarro que Eusebio le había negado por la tarde. El intercambio de palabras que se convirtió en amenaza y la pública sentencia de muerte ejecutada casi de inmediato. Sin embargo, hay un misterio: el cartel, el letrero. El nombre de María escrito con sangre en la pared. Eso, de la misma manera que impresionó a todos durante los primeros minutos y hasta fue considerado por la policía una pista importante, luego quedó como simple escenografía del lugar de los hechos, nada más.

      Alexis conocía el caso de Eusebio tan bien o mejor que yo. “María es la exnovia”, dijo como si eso fuera una explicación. Yo le sonreí con aire de superioridad y le dije:

      —Lo que pasa es que ustedes los policías no saben nada de análisis de texto, negro.

      Ese asunto de la superación profesional es algo muy importante. Digamos que uno, con el pretexto de un posgrado de Técnicas de la Narrativa, se coge un mes fuera de la jodienda de la editorial y este libro que está para meterlo en imprenta, y aquel que hay que terminar de corregir, y el otro que tienes que discutir con el autor porque al jefe le parece un poco violenta aquella frase en la que se refiere por igual al Partido y a la Iglesia católica.

      En realidad, el posgrado es un vacilón porque lo imparte una filóloga que, para hacerle honor a su título, es rubia y tiene buenas nalgas. Son apenas dos horas de la mañana, el resto del tiempo queda libre incluso para escribir un cuento —quizás este cuento—. Y lo más importante, uno se pertrecha de cierto vocabulario técnico que permite luego sorprender a las profesoras de humanidades, impresionar a las estudiantes de Letras y deslumbrar a las chiquillas existencialistas que frecuentan el Club Paradiso.

      El trabajo final que nos orientó la rubia completó la idea de este cuento: análisis narratológico de un texto. Agustín me dijo con su habitual picardía que su trabajo lo iba a titular “Breve disección de un textículo”. “Voy a hacer el análisis del cuento El dinosaurio, de Augusto Monterroso”. “Yo voy a analizar un texto más breve que ése”, le dije.

      Teniendo en cuenta que durante los últimos tres años de su vida Eusebio tenía como norma emborracharse, hablar mal del Gobierno y visitar el taller literario de la Casa de la Cultura, podemos otorgarle el título —post mórtem— de escritor. Así pues, aquel nombre de mujer escrito con sangre en la pared puede considerarse su última obra literaria. (El asunto no es compartir o no una tesis, sino utilizarla para un fin determinado. En uno de sus últimos ensayos, el poeta Alberto Sicilia trata de explicar cómo la intención, la pose y hasta la impostura del autor son factores determinantes para demostrar la literaturidad de un texto). Sin dudas un texto brevísimo, más breve que el de Monterroso. Más breve que cualquier otro que haya intentado alguien escribir. Sin título, apenas una palabra, un nombre de mujer.

      El trabajo que presento a continuación es, sencillamente, el análisis narratológico de un texto. Las razones por las cuales he seleccionado éste son estrictamente personales, explicarlas no debe aportar nada a quien tenga que emitir una evaluación sobre mis conocimientos. Sobre la cuestión de si es un cuento o no, vale la pena explicar que el texto está indisolublemente ligado al contexto. María, que así es como llamaremos a la obra objeto de análisis, es un cuento en el contexto en que se escribió, y conocer este es lo que nos permite analizarla como tal.

      Esto podía leerse en la primera hoja de mi trabajo final del posgrado de Técnicas de la Narrativa. Cuando Alexis comenzó a hojearlo, sentado frente a mí en la sala de mi casa, intentó una sonrisa tímida. Yo imaginé a la profesora rubia acomodada en su sofá, preparándose para leer. Un cigarrillo en la mano derecha y la música saliendo del tocadiscos.


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