Isla en negro. Yamilet García Zamora
periodista.
—Trabajo para un periódico. Soy fotógrafo, aunque he escrito alguna que otra cosita.
—O sea, que eres una persona instruida. Un profesional. Y, por lo que veo, también un profesional del robo. ¿Cómo te las arreglaste para sacarle el alternador al camión, a la vista de todos?
—Me disfracé de fumigador contra el mosquito, y dije que se había detectado un foco dentro del camión.
Un buen truco, admitió Rodríguez para sí. Y volvió a pensar en Angelito. Su archienemigo no tendría ese refinamiento, pero es que en primer lugar no se robaría el alternador del camión. Resultaba mucho más probable que se robara el camión entero para venderlo por piezas, o a algún millonario de afuera, coleccionista y excéntrico.
—¿Qué hago contigo, Nicanor O’Donnell? —se preguntó Rodríguez, histriónico—. Mira, devuelve el alternador y vamos a hacer como que no pasó nada. Eres un buen tipo, no tienes antecedentes, y al hombre que se equivoca hay que darle una oportunidad…
—Sí, pero si me hace devolver la pieza, volveré a robármela —advirtió O’Donnell lealmente—, tengo que garantizar los turnos de la vieja con el médico…
Rodríguez pestañeó con incredulidad, y soltó una risa que parecía un jadeo.
—No seas bruto, coño. Si te meto preso, igual te quitaría el alternador, y ahí sí que no podrías hacer nada por tu señora madre.
—Es que no hay nada que hacer. El único alternador que me sirve es ése, ya le dije. Si me ayuda a encontrar otro en La Habana, le prometo que no vuelvo a tocar el camión de José Antonio Echeverría.
—Pero ¿tú te piensas que yo no tengo nada mejor que hacer que resolverte un alternador? —rugió el mayor, elevándose ante el detenido como un genio encabronado ante Aladino—. ¿Qué carajo tú te piensas que soy yo, chico, un negociante, un merolico, uno que trafica con la propiedad del Estado? Mira, alégrate…
Asomó Bolaños, el sargento de guardia. Cuadrado. Es decir, se cuadró militarmente al entrar.
—Permiso, mayor. Hay información urgente, que…
—Hable.
—Le traigo una noticia buena y una mala —clasificó Bolaños, con cierta satisfacción—, usted me dirá…
—Primero la buena.
—Hemos localizado a Angelito. El agente Montero lo encontró en Arroyo Arenas, en casa de una querida, una tal Xiomara.
Rodríguez palideció. Xiomara. Arroyo Arenas. No podía ser. Esa mulata no podía ser tan singá… Claro, con razón Angelito no aparecía. Es lo jodío de la quinta columna, viene a ser como un parásito que te come por dentro. No se te puede olvidar proponer a Montero para un ascenso, se dijo.
—Vamos ahora mismo.
—Y ahí cae la mala noticia —continuó el sargento—. El capitán Artiles se llevó todo el parque automotriz de la unidad, para otra operación en gran escala. Órdenes superiores.
Rodríguez soltó un gemido. Era demasiado bueno para ser cierto. Angelito y Xiomara no podían caer junticos, el mismo día. Podía cazarles la pelea, claro, pero lo rico era cogerlos ahora, mansitos, y partirles los cojones. A los dos.
—Yo tengo mi Ford parqueao afuera —dijo Nicanor.
FANTASMA
– EMERIO MEDINA –
I
La fiesta en la facultad, el título nuevecito con mi nombre en letras doradas, José Ignacio Villafruela Villavicencio, licenciado en Derecho. Todo el mundo sonriente, música, bailes, algo de alcohol, el mejor amigo del hombre en cualquiera de sus formas, aunque hay quien dice que es el perro, Eso es porque nunca se han emborrachado bien, doscientos pesos reunidos, las mujeres contentas, se aprietan sin prejuicios, se dejan manosear, las tetas moviéndose, nosotros sin pena ninguna, que agarro aquí, aprieto allá, todos somos licenciados, abogados, entiéndase, doctores en Leyes, las nalgas se mueven delante, los cuerpos sudados, sin ajustadores, el decano también se ha puesto a bailar, alguien pide rumba y le dan rumba, dicen hasta abajo y hasta abajo todo el mundo, todos abogados, último día del curso. Último día, una rubia se me pega, yo borracho, es Ninette, la del Vedado, la verdadera rubia, toda sudada, Arnoldo la está halando y ella que no, se despega y viene hacia mí, Hasta abajo, dice, y yo hasta abajo, después no puedo subir, ella me hala, sin ajustadores, estamos en verano, pulóveres blancos, me besa en la boca, empiezo a ver claro, Mañana hay una fiesta en mi casa, Mañana entonces, Mañana, están llamando a los graduados. El decano va a decir unas palabras, todo el mundo borracho, Ninette borracha en el descansillo de la escalera, pero no tanto, No tanto. El decano terminó de hablar, llaman para la guagua, Los albergados tienen que irse ya, se va la guagua, Ninette me da un beso, Mañana, me dice. La guagua coge por Línea, el albergue, mi cama está ahí mismo, el título lo pongo en cualquier parte, dormir, dormir, dormir.
Hubiera dormido toda la noche, toda la noche y el día siguiente, pero no puede ser, algo me despierta, una claridad al lado de la cama, los contornos del cubículo delineándose, los ronquidos de los orientales suenan lejos, y esa luz en el cuarto, miro al piso. No lo puedo creer, me pellizco tres veces, cierro los ojos y los abro despacio, está allí, un hombre, un muerto, porque se ve que está muerto, tirado en un charco de sangre, en esa claridad que deja ver cada detalle, las botas con hebillas brillantes, nunca las he visto así, los pantalones con tirantes, la camisa blanca manchada de sangre, mangas largas con ribetes de encaje en los puños, un hombre joven, el pelo negro y lacio, el rostro vuelto hacia mí, los ojos cerrados. Tengo que asustarme, y me asusto, pero no tanto como yo mismo quisiera, me levanto de la cama, despacio, hacia el interruptor, el muerto está ahí, el clic tan fuerte, como un chasquido de carne abriéndose, de sangre brotando a chorros, las lámparas tardan en encenderse, parpadean y se hace la luz. El muerto ha desaparecido, ni gota de sangre en el piso, pero hay algo, un pergamino, letras doradas, algo conocido, Qué hace mi título aquí, qué broma es ésta, mi título en el lugar del muerto, no recuerdo bien dónde lo puse, se me cayó tal vez cuando entré. El muerto era otra cosa, un fantasma, el alcohol se sube a la cabeza, Juro no tomar más.
Alguien despierta, Qué haces, Ignacio, qué le voy a decir, Vi un fantasma, Estás borracho, acuéstate, Lo vi de verdad, estaba aquí, Un muerto dices, Bien muerto, Por dónde se fue, No lo sé, encendí la luz y desapareció, Tenías que haber visto por dónde, Qué tiene que ver, Ya es tarde, las cuatro, acuéstate que mañana vemos lo del muerto, tienes que recordar por dónde se fue, Te digo que lo vi, estaba aquí mismo, Apaga la luz y no jodas más, para eso tomas. Qué puedo hacer, apago la luz y me siento en la cama con el título apretado sobre el pecho, Un fantasma, quién lo hubiera creído, el primer fantasma de mi vida, dicen que el primero nunca es malo, quién sabe si éste se traía algo entre manos.
Todo el mundo sabe del fantasma. Viene mucha gente a ver el cuarto, Un fantasma en el albergue cinco, empiezan a hacer cuentos de cuando la escuela al campo, Vieron un ahorcado en una mata de jobo, una vieja que salía vestida de blanco, una mujer con un gato negro, tantas cosas, toda la mañana en eso, Se ve que son de Holguín, aquí en La Habana no se ven esas cosas. Cómo explicar todo, Yo lo vi, estoy seguro, Estabas borracho, la resaca da eso, Por dónde se fue, Otra vez con lo mismo, qué sé yo por dónde, se fue y ya, me voy a almorzar.
El arroz está duro, y yo pensando en el fantasma, Mucha sal el picadillo, por dónde se iría, Ninette me dijo que la fiesta iba a ser por la tarde, Ir o no ir, si se entera de lo del muerto, Vamos, Ignacio, hay una fiesta en la casa de la rubia, para orientales también, ella no está en eso, Entonces invitó a más gente, no voy a quedarme solo en el cuarto, Espérenme que me voy.
Una