Gracias por tu vida. Basilio Ruiz Cobo
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Gracias por tu vida.
Un diálogo entre padre e hijo sobre lo que creen importante en la vida
Basilio Ruiz
Basilio Ruiz
Santander y San Cristóbal de La Laguna, 2020
A Mariuca.
Índice
Introducción.
Capítulo I: Homenaje a Mariuca de su hijo.
Capítulo II: Los esposos se encuentran en la vida-otra.
Capítulo III: Nos llamamos Basilio.
Capítulo IV: El libre albedrío.
Capítulo V: El bien y el mal.
Capítulo VI: La felicidad.
Capítulo VII: El sentido de la vida.
Capítulo VIII: La muerte.
Capítulo IX: El amor.
Capítulo X: La existencia de Dios.
Apéndice: Problemas mal planteados y mal condicionados.
Lecturas recomendadas.
Introducción.
La muerte de mi madre, Mariuca, nos dejó a todos un hueco oscuro, una sorpresa sobrecogedora y un dolor sordo. Muchos días con los ojos líquidos y el pecho encogido. Así que mi padre y yo decidimos intentar llenar las horas muertas con palabras dulces. Dejar por escrito, a cuatro manos, lo que pensábamos sobre los temas más importantes de la vida. Y así nacieron estas páginas, desde dos perspectivas diferentes: la mía, la de un ateo militante; y la de mi padre, desde la fe de un heterodoxo. Pero en ambas estamos hablándole al oído a Mariuca, quien tanto amaba las palabras y las reflexiones sobre los temas que en realidad importan. Porque Mariuca, que de niña jugaba con una piedra alargada a la que pintaba ojos y boca y vestía con su imaginación, porque no tenía ni siquiera una muñeca, se convirtió en una espléndida mujer, enamorada siempre de su marido, maestra nacional, madre de seis hijos y coleccionista de cosas bonitas: viajes por ciudades medievales e iglesias románicas, postales de vírgenes, paseos por el monte, amigos charlatanes, besos con abrazo, frasquitos de cristal, plantas, cactus, libros leídos, búhos, boliches de colores y caracolas. Y palabras y reflexiones que recopilaba con toda la ternura, ingenuidad y paciencia de una persona enamorada de la vida y de la alegría de vivir. Porque Mariuca nos llenó la vida de alegría. Fue una mujer que todo lo hizo tan, pero que tan bien, que hemos decidido que el título de estas páginas sea el epitafio que mi padre escribió en su lápida: Gracias por tu vida.
Capítulo I. Homenaje a Mariuca de su hijo.
El lunes 16 de marzo del 2020 a mi madre, Mariuca, se le paró el corazón. Tenía 88 años y estaba muy flojita, pero nos pilló por sorpresa. En los últimos meses había poco a poco retrocedido a su infancia, había en gran parte dejado de ser ella.
Supongo que todas las madres son especiales para sus hijos. Una de las grandezas de la humanidad, quizá lo mejor que tiene cada ser humano, es su madre.
Mariuca es, ha sido, será siempre, la primera mujer de mi vida. Y siempre la veré como la materialización de la alegría. Si hay una palabra que describa a mi madre es esa: alegría. Porque mi madre era como entrar a saltos en el mar, como tirarse sobre las olas, sobre la espuma, era como reír a carcajadas, hasta que te duele la cara, era como la dulce alegría de sentir una mano de mujer en la tuya. Mi madre era la alegría de vivir y de compartir, la alegría que se siente al ayudar a los demás, al querer y sentir que te quieren.
Siempre la veré bailando una jota montañesa con su hermana, mi tía Loli, o cantando, siempre cantando, cantando coplas a voz en cuello mientras cocinaba, fregaba los platos o limpiaba la casa: Angelitos negros, Están clavadas dos cruces, Caminito verde, María de las Angustias… Siempre cantando. Y ahora me pregunto: Su cantar ¿era fruto de la felicidad, de la plenitud y de la vitalidad que sentía, que se le escapaba por la boca?
Siempre la veré cantando con mi padre de paseo, primero con cuatro y luego cinco y más tarde seis churumbeles correteando monte arriba, el más pequeño en sillita, entre piedras y olor a hierba, entre manzanos y flores, con la merienda en una cesta. Aún puedo cantar sus canciones de caminar por senderos, prados y montañas: Colín, colín,”coliendo” flores; En el campo entre las flores; De colores se visten los campos...
Recuerdo a mi madre leyéndonos Nils Holgersson bajo un árbol en la sobremesa de alguna excursión, y al tiempo viajaré con su voz a lomos de un pato recorriendo Suecia.
Mi madre era católica hasta la médula. Con toda la intensidad y profundidad con que se puede vivir la religión. Siempre me decía que rezaba por mí, para que Dios me concediese la fe, pero que yo tenía que poner algo de mi parte, que yo también tenía que rezar a Dios para que me hiciese creer en él. Nunca lo consiguió, porque soy muy duro de mollera. Pero ella no desfallecía.
Mi madre vivía la religión con una entrega total a los demás. Siempre la recuerdo preparando cursos, cursillos y reuniones y haciendo trabajos y discusiones sobre religión. Hace unos años a la entrada de la iglesia una mujeruca estaba pidiendo limosna. Mi madre se dio cuenta de que no tenía dientes, así que en vez de darle una limosna la llevó a un dentista y le pagó una dentadura postiza.
Recuerdo, de adolescente, acompañar a mi madre a misa, a diario, durante los mayos aquellos de flores y vírgenes. Y sentir la delicia de su orgullo por mí. Y sentir por mi madre un amor limpio y transparente como agua de manantial. Por mi madre. Por mayo. Por la vida.
Me parece estar viendo a mi madre cocinando como sólo pueden cocinar las madres. Esos platos que saben a infancia y ternura, a amor limpio.
Mi padre escribió, allá por el 2006, un libro de memorias. Así relata cómo conoció a mi madre: “La llegada de Mariuca a mi vida no fue de repente. Más bien la puedo comparar con el amanecer para alguien que ha vivido siempre en la noche. […] Y, de pronto, ve amanecer. Y se pregunta si eso será verdad. Si puede haber una persona así. Si, en la oscuridad, puede nacer aquella luz. Y se palpa por si está soñando. Y luego, cuando avanza la luz y lo inunda todo, empieza a ver la vida distinta, la gente gana color, las cosas se embellecen”. Mis padres se han querido mucho y yo siempre he visto en sus ojos esa luz. Cada día. Como si fuera la primera vez.
Mi madre estará siempre conmigo, siendo lo mejor de mí. Y yo estaré con ella en cada amanecer, en el olor de las manzanas y la tiza, en los buenos libros y en la música. Estaré con ella cuando disfrute de mis hijos y de mis hermanos. Estaré con ella entre las rocas y los árboles. Y cada vez que me inunde la belleza, cada vez que los ojos se me llenen de lágrimas y de miel y flores de almendro.
Capítulo II. Los esposos se encuentran en la vida-otra.
… y el cielo parecía recién estrenado. ….el pensamiento acaricia los sueños
- HOLA CHATI: ¡Ya estás aquí! He notado cómo te acercabas. Tu onda ha vibrado fuerte, fuerte Por fin estamos de nuevo juntos, ya para siempre, cielo mío. Al principio aún tendremos alguna dificultad para comunicarnos, pero la iremos superando, ya verás.
- Pero ¡si siempre nos hemos comunicado!
- Sí, pero entre neblinas, porque tú seguías en el otro nivel. Yo, desde éste, no podía romper las defensas, pero ahora ya es otra cosa. Ya estamos los dos en la vida otra, en la misma vida vivida de otra manera. Verás: todo nuestro físico ha quedado en el arca, cerradito para siempre. Sigue viva la memoria, el ser, el espíritu. La memoria de todo lo que vivimos y sentimos antes, pero nítida, fuerte, viva. Hay que aprovecharla. Nuestra memoria nos ha unido de nuevo. Porque nos quisimos mucho y bien, mucho tiempo y en muchas situaciones. Ahora todo eso lo tenemos ahí.
Viviremos como ángeles, sin cuerpo, sin materia;