Amora. Natalia Borges Polesso
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A MOR A
Natalia Borges Polesso
A MOR A
Natalia Borges Polesso
Traducción: Julia Tomasini
COLECCIÓN
AVALANCHA
Odelia
Editora
Índice de contenido
Grandes y jugosas
Flor, flores, hierro retorcido
Botitas
Mi prima está en la ciudad
Dreaming
Dramaturga hermética
Los demonios de Renfield
Cómo te extraño, Clara
Marília se despierta
Diáspora lésbica
Amora
Para incriminar al corazón hay que tomarlo por sorpresa
Dios me libre
Unas piernas gruesas
Las tías
Morderse la lengua
Wasserkur o algunos motivos para no odiar los días de lluvia
Tía Marga
Inventario de la despedida: un cuento en cuatro distancias
Pequeñas y ácidas
Molotov
Bostezo
Saliva
Puños
Vals
Sueño
Extraño
Memoria
Fracaso
Templo
Profanación
Borges Polesso, NataliaAmora / Natalia Borges Polesso. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : María Eugenia Krauss, 2020.Libro digital, EPUB - (Avalancha ; 2)Archivo Digital: onlineTraducción de: Julia Tomasini.ISBN 978-987-86-7327-11. Literatura Brasilera. 2. Cuentos Románticos. 3. Cuentos Realistas. I. Tomasini, Julia, trad. II. Título.CDD B869.3 |
ODELIA EDITORA
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Diseño gráfico de tapa e interiores:
che.ca diseño
che.ca.dg
Copyright © 2015 Natalia Borges Polesso
Edición publicada a través de licencia de Editorial Dublinense Ltda.
No se permite la reproducción parcial o total de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopia, digitalización u otros medios, sin el permiso previo y escrito del editor.
Su infracción está penada por la ley 11.723 y 25.446.
Primera edición en formato digital: diciembre de 2020
Versión: 1.0
Digitalización: Proyecto451
A los amores y a las amoras
Primeras veces
No aguantaba más eso de ser virgen. Diecisiete años, parecía un pecado. Estaba cansada de mentir a los compañeros sobre cómo había sido su primera vez. Cansada. No recordaba cuál era la verdad de la mentira que había contado y ahora agregaba datos al azar. Él tenía una Chevrolet. Pasaban 4 Non Blondes. Yo tenía una bombacha verde. Comimos papas fritas. No vive acá. ¿Verde? ¿Quién se pone una bombacha verde cuando sabe que va a coger? Todo mentira. No es que ella fuera una tarada que nunca había hecho nada, pero todavía era virgen. Y se cansó.
Iba a tercer año turno noche en una escuela pública tradicional donde tradicionalmente todos los viernes solo se cursaban las dos primeras horas. Ni los profesores aparecían en las dos últimas. La rectoría había acortado el turno de los viernes a cuatro horas, pero así y todo fracasó. Había tres bares en los alrededores de la escuela: 1) un barzucho oscuro donde unas bandas muy malas hacían covers igual de malos con instrumentos desafinados, se bebía catuaba porque era barato y porque era lo que había (la mezcla de catuaba y Fanta Uva se había establecido como la nueva moda y ciertamente comenzaría ahí la degradación del hígado de esa generación); 2) el bar del skater donde se vendía cerveza a un precio razonable y todos los tonos de Bols, se consumían drogas ilegales frente a todo el mundo, la marihuana era la más común ―ella no, a ella no le gustaban las drogas ilegales hasta ese momento― y 3) el puesto de la estación de servicio donde podía comprarse un litro de mezcla de vodka de botella de plástico y Coca Cola y se podían usar las instalaciones, léase área cubierta, baños inmundos y pared de ladrillos atrás del lavadero automático de autos. Resultado: bares llenos, escuela vacía.
Viernes, siete horas, veinticinco minutos, tocó el timbre y mitad de la clase entró al aula. La otra mitad le hizo una señal para que ella fuera hasta el fondo de la escuela. Vio a uno de los chicos levantando la cerca de alambre y a los demás pasando por debajo. No quedaría nadie en el aula ese viernes. Todos rumbo al bar número dos. Siguió la corriente. Todos entraron, todos se sentaron, todos tomaron, todos se levantaron para ir a bailar, como un cardumen, no se separaban. Hasta que una amiga la tomó de la mano para que salieran a fumar un cigarrillo. Ella no fumaba. No le gustaba el cigarrillo. Recordaba que su padre, si bien era fumador, nunca había fumado siquiera un cigarrillo dentro de la casa. Lo prendió. Dio dos pitadas y la interrumpió una voz muy grave que le dijo que no era así como se fumaba. En absoluto. La voz era de Luís Augusto Marcelo Dias Prado, tal como se presentó. Luís Augusto Marcelo Dias Prado. El nombre era como ese juego en el que uno va tratando de apilar piezas de plástico hasta que se vuelve una cosa enorme a punto de caer. No era un buen nombre. Pero tres viernes después, ya estaban saliendo. Lo que sentía por él era inversamente proporcional a su nota en Física. Era mala en Física. Era buena en salir con él. No obstante, había una cuestión. En verdad, dos: la mentira de la no virginidad y el tema nunca mencionado.