El tesoro misterioso. William Le Queux
empty-line/>
William Le Queux
El tesoro misterioso
Publicado por Good Press, 2021
EAN 4057664114648
Índice
I
EL DESCONOCIDO DE MANCHESTER
—¡Muerto! ¡Y se ha llevado su secreto a la tumba!
—¡Jamás!
—Pero se lo ha llevado. ¡Mira! Tiene la quijada caída. ¡No ves el cambio, hombre!
—¡Entonces, ha cumplido su amenaza, después de todo!
—¡La ha cumplido! Hemos sido unos tontos, Reginaldo... ¡verdaderamente tontos!—murmuré.
—Así parece. Confieso que yo esperaba confiadamente que nos diría la verdad cuando comprendiese que le había llegado el fin.
—¡Ah! tú no lo conocías como yo—observé con amargura.—Tenía una voluntad de hierro y un nervio de acero.
—Combinados con una constitución de caballo, porque, si no, haría mucho tiempo que se hubiera muerto. Pero hemos sido engañados... completamente engañados por un moribundo. Nos ha desafiado, y hasta el último momento se ha burlado de nosotros.
—Blair no era un tonto. Sabía lo que el conocimiento de esa verdad significaba para nosotros: una enorme fortuna. Lo que ha hecho, sencillamente, es guardar su secreto.
—Y dejarnos sin un centavo. Aunque hemos perdido miles, Gilberto, no puedo menos de admirar su tenaz determinación. Recuerdo que ha tenido que atravesar por momentos aciagos, y ha sido un buen amigo, pero muy bueno, con nosotros; por lo tanto, creo que no debemos abusar de él, aun cuando nos cause mucho sentimiento el hecho de que no nos haya dejado su secreto.
—¡Ah, si esos labios blancos pudiesen hablar! Una sola palabra, y los dos seríamos hombres ricos—exclamé con pena, contemplando la cara pálida del muerto, con sus ojos cerrados y su barba afeitada, que yacía sobre la almohada.
—Desde un principio su intención fue ocultar su secreto—observó, cruzando los brazos, mi amigo Reginaldo Seton, que estaba de pie al otro lado de la cama.—No a todos los hombres les es dado hacer un descubrimiento como el suyo. Años ocupó para resolver el problema, cualquiera que fuese; pero no podemos dudar, ni por un momento, que consiguió su objeto.
—Y el beneficio que sacó fue de más de un millón de libras esterlinas—agregué yo.
—Más bien dos, calculando por lo bajo. Recuerda que, cuando por primera vez lo conocimos, pasaba las mayores estrecheces de dinero... ¿y ahora? En la semana pasada solamente, regaló veinte mil libras al fondo del Hospital. Y todo esto lo debe a haber podido resolver el enigma que hace tiempo nosotros nos esforzamos por descubrir. No, Gilberto, no ha procedido bien con nosotros. Debes acordarte que fuimos nosotros quienes le ayudamos, lo enderezamos, y, en fin, hicimos todo lo que pudimos por él, y en vez de revelarnos la clave del secreto que descubrió, y lo colocó entre los hombres más ricos de Londres, se ha negado a hacerlo, a pesar de que sabía que iba a morir. Le prestamos dinero cuando su situación era precaria, le costeamos la educación de Mabel cuando él no tenía con qué pagarla y...
—Y él nos pagó hasta el último centavo... con intereses—le interrumpí.—Vamos; dejémonos de discutir aquí su proceder. El secreto se ha perdido para siempre: eso basta.—Y cubrí con la sábana la cara del pobre muerto; el semblante de Burton Blair, el hombre que, durante los últimos cinco años, había sido uno de los misterios de Londres.
Una vida extraña y aventurera, una carrera más notable quizá que muchas de esas que forjan los novelistas, se