Los cinco minutos del Espíritu Santo. Víctor Manuel Fernández
Porque esa Palabra ilumina mi camino
y me da vida.
Porque en esta Palabra
me estás diciendo
lo que más necesito.
Derrámate en mí, Espíritu Santo
para que pueda comprenderla
y me deje transformar por ella.
Quiero ser un testigo
que anuncie la Palabra
con seguridad y convicción,
con amor y alegría.
Por eso, Espíritu Santo, dame tu gracia
para que pueda orar con esa Palabra,
para que se haga carne en mi vida.
Así podré anunciarla
con mis palabras y mis gestos,
con todo mi ser.
Tú que eres el maestro interior,
toca los corazones
de todos los que la escuchen,
para que encuentren en ella
la respuesta a sus inquietudes,
para que se enamoren del Evangelio
y lo vivan cada día.
Ven Espíritu Santo. Amén.”
11 “Espíritu Santo, yo sé que eres más grande y más bello que todos mis sentimientos y emociones, que no te puedo abarcar con mi sensibilidad herida.
Tú no eres como yo te siento a veces, porque eres incapaz de hacerme daño, de absorberme o de dominarme a la fuerza. Eres una infinita delicadeza.
Espíritu Santo, a veces experimento mi pequeñez ante tanta grandeza, y escapo de ti como si pudieras hacerme daño. Perdona esas tonterías de mi corazón pequeño.
Olvido que tu poder es el que me hace fuerte, que me da la vida y me sostiene, y que todo viene de tu amor divino.
Dame la gracia de dejarte actuar, para que pueda gozar de tus delicias, para que pueda cantar de gozo en tu presencia.
Ven Espíritu Santo. Amén.”
12 Puede suceder que a lo largo de una oración descubramos que la causa de nuestros miedos es una mala experiencia que hemos tenido y que está siempre reapareciendo en nuestros recuerdos. Entonces, tendremos que detenernos cada día a pedir al Espíritu Santo que sane ese recuerdo, que derrame su poder, que nos regale una firme confianza para que esa herida sane y cicatrice. Algo que puede ayudarnos, es atrevernos a revivir con la imaginación la escena en que tuvimos un fuerte dolor, y hacer presente a Cristo en ese momento abrazándonos, rescatándonos, liberándonos de ese problema, arrancándonos de ese lugar.
Y si no conocemos la raíz profunda, la causa de nuestros temores, pidamos al Espíritu Santo que él se apodere de nuestro grito interior que no sabe expresarse, que él se exprese de un modo liberador. Porque “el Espíritu Santo viene en ayuda de nuestra debilidad, ya que nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables” (Rom 8).
13 Los hermanos de Oriente han desarrollado una profunda devoción al Espíritu Santo y nos han dejado hermosas oraciones. Oremos con una de ellas:
“Ven, Espíritu Santo,
ven, luz verdadera.
Ven, misterio escondido.
Ven, realidad inexplicable.
Ven, felicidad sin fin.
Ven, esperanza infalible
de los que serán salvados.
Ven, tú que despiertas a los que duermen.
Ven, vida eterna.
Ven, tesoro sin nombre.
Ven, persona inconcebible.
Ven, luz sin ocaso.
Ven, resurrección de los muertos.
Ven, oh potente, tú que siempre haces y rehaces todo y todo lo transformas con tu solo poder.
Ven, oh invisible, sutil.
Ven, tú que permaneces inmóvil, y sin embargo en cada instante te mueves todo entero y vienes a nosotros que estamos en los infiernos, tú que estás por encima de los cielos.
Ven, oh nombre predilecto y repetido por todas partes, del cual nos es absolutamente imposible expresar su ser o conocer su naturaleza.
Ven, gozo eterno. Ven, corona incorruptible.
Ven, cinturón cristalino, adornado de joyas.
Ven, púrpura real, verdaderamente soberana.
Ven, tú que has deseado y deseas mi alma miserable.
Ven, tú el Solo en el solo, porque ya ves, yo estoy solo.
Ven, tú que has llegado a ser tu mismo deseo en mí, tú que me has hecho desearte, tú absolutamente inaccesible.
Ven, mi soplo y mi vida.
Ven, consolación de mi pobre corazón.
Ven, mi alegría, mi gloria y mi delicia para siempre.”
Simeón, el Nuevo Teólogo
14 “Espíritu Santo, yo no quiero desperdiciar tus dones, no quiero desaprovechar los impulsos de tu gracia.
Tengo a mi disposición la vida nueva de la Resurrección y el poder de tus impulsos.
No quisiera desgastarme en lamentos y quejas.
Tú me sostienes, tú me das vida, contigo puedo correr sin fatigarme.
Pero a veces me desgastan mi desconfianza, mi tristeza, mi melancolía, mis miedos, mis fracasos, las contradicciones que encuentro, mis insatisfacciones.
Ayúdame a renunciar a todo eso, Espíritu de vida, para que despliegues en mí toda tu gloria.
Late conmigo, Señor, vive conmigo, respira conmigo, lléname de fervor y de entusiasmo.
Coloca en mi corazón el anhelo de ser fecundo para ti, de ser útil.
Dame el sueño de producir algo bueno para este mundo, el deseo de dejarlo mejor que como lo he encontrado.
Sana toda pereza, toda indiferencia, todo desánimo, para que no te ofenda con pecados de omisión.
Que pueda levantarme cada mañana con intensos deseos de hacer el bien a los demás.
Ayúdame a descubrir mejor mis talentos, para gastar bien mis energías.
Dios, potente y fuerte, que todo lo sostienes, mira mi debilidad y penetra