Conflicto armado en Siria. Janiel Melamed Visbal

Conflicto armado en Siria - Janiel Melamed Visbal


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2. Ranking de la Liga Árabe-2010 (Democracia, Corrupción, Libertad Religiosa)

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      Fuente: elaboración propia con base en Marquina (2011).

      De hecho, aun cuando se empezaron a desarrollar los acontecimientos y, con ellos, la caída de varios hombres fuertes en sus respectivos países, la dirigencia política siria continuó desmeritando el impacto que esta nueva realidad geopolítica podría tener su país. Al respecto, es bastante ilustrativa la declaración dada por el presidente Bashar al-Assad en una entrevista concedida al diario norteamericano Wall Street Journal (2014):

      No estoy hablando aquí en nombre de los tunecinos o los egipcios. Estoy hablando en nombre de los sirios. [...] Tenemos circunstancias más difíciles que la mayoría de los países árabes, pero a pesar de eso, Siria es estable. ¿Por qué? Porque tienes que estar muy vinculado a las creencias de las personas. Este es el problema central. Cuando hay una divergencia entre la política y las creencias e intereses de la gente, tendrá este vacío que crea perturbación. Entonces las personas no solo viven de intereses; también viven de creencias, especialmente en áreas muy ideológicas. A menos que se comprenda el aspecto ideológico de la región, no puede comprender lo que está sucediendo.

      Frente a estas declaraciones habrá quien tilde de ingenuo al joven presidente sirio, sin embargo, según Gelvin (2012), era razonable esperar que Siria se mantendría inmune frente a la Primavera Árabe, básicamente por 5 razones fundamentales. Primero, Bashar al-Assad gozaba de una imagen de reformista que se inclinaba por medidas de liberalismo económico9. Segundo, tenía el prestigio de ser uno de los líderes más importantes del eje antiamericanista en la región, en lo que para muchos era el principal frente de resistencia contra los Estados Unidos e Israel10. Tercero, el Gobierno sirio había demostrado en el pasado que no se andaba con rodeos para aplastar revueltas nacionales o movimientos yihadistas internos que supusieran una amenaza a su bienestar11. Cuarto, Siria es un Estado heterogéneo que históricamente había disfrutado del respaldo de amplios sectores sociales bajo el entendido que proporcionaba seguridad y evitaba la violencia sectaria. Por último, cuando la Primavera Árabe ya había demostrado ser un elemento catalizador en la salida de importantes líderes de la región, las primeras demostraciones de protesta en contra del régimen fueron rápidamente sofocadas por sus fuerzas de seguridad, y estas movilizaciones difícilmente tenían un importante nivel de convocatoria frente al conglomerado social en general. Sin embargo, el tiempo haría lo suyo, y con rapidez demostraría cuán equivocados estaban estos pronósticos de paz y estabilidad.

       LA CREACIÓN DEL ESTADO MODERNO SIRIO

       He aquí que Damasco ha dejado de ser ciudad y será montón de ruina.

      Isaías, capítulo 17, versículo 1.

      Desde un punto de vista contemporáneo, la historia política del Estado moderno sirio tiene muchos elementos comunes con los procesos de emancipación y las dinámicas sociopolíticas que durante décadas han experimentado varios de sus países vecinos. Un primer aspecto común puede ser evidenciado en cómo la estruendosa derrota sufrida por el Imperio otomano en la Primera Guerra Mundial, y el consecuente sistema de mandatos impuesto por la Sociedad de las Naciones, sembraron indefectiblemente la semilla de inestabilidad política en el naciente Estado. Fue tan solo a partir de este momento cuando en la región se observó el notable surgimiento de territorios políticamente organizadas bajo el modelo de Estados-nación y la impresionante rapidez con la cual asumieron entre sí posturas de rivalidad regional (Lawson, 2000).

      Ahora bien, la estrecha relación entre el Imperio otomano y el devenir político de la región se evidencia tras comprender la dinámica de hegemonía que este actor desplegó en la zona durante varios siglos, a lo largo de un lento pero constante proceso de decaimiento político y debilitamiento militar. Esto se observa claramente al analizar la manera en que a principios del siglo XVI el Imperio otomano era prácticamente autosostenible en alimentos, minerales y tierras. Su formidable ejército, mayoritariamente unido por la fe islámica, era fuerte y con grandes capacidades operativas, de modo que no tenían nada que envidiarles realmente a los ejércitos de las grandes potencias europeas (Woodward, 2001).

      Sin embargo, la última victoria significativa del Imperio otomano desde el punto de vista militar fue la conquista de Chipre entre 1570 y 1571. A partir de este momento se inicia una serie de acontecimientos que lo irían mermando militar y políticamente, repercutiendo en la reducción de la extensión territorial del imperio, que en su punto máximo de expansión abarcaba vastas extensiones de 3 continentes (sudeste de Europa, Medio Oriente y norte de África). En este sentido, a modo general se puede mencionar que ya para el siglo XVII el Imperio otomano no estaba en capacidad de proporcionar seguridad a zonas apartadas de su epicentro de gobierno. En el siglo XVIII, Francia invadió a Egipto –en ese entonces controlado por los otomanos–, y pese a que los británicos se sumaron a las fuerzas que lo combatieron, cobraron su favor promoviendo la pérdida de control del imperio sobre esta región, asegurando posteriormente un paso estratégico en su ruta colonial desde la India hasta las costas del mar Mediterráneo, a través del canal de Suez.

      Adicionalmente, en el siglo XIX, el Imperio otomano sería objeto de varias intervenciones por las grandes potencias europeas, y resultó muy desgastado como consecuencia de las exigencias de la guerra de Crimea entre 1853 y 1855. Finalmente, en el siglo XX su realidad era prácticamente irreconocible. Era una vaga sombra de lo que alguna vez fue y se le denominaba despectivamente como “El hombre enfermo de Europa”, al punto que su desafortunada derrota en la Primera Guerra Mundial sería el último clavo en su ataúd imperial (Duranoglu y Okutucu, 2009; Uyar y Erickson, 2009).

      Por lo tanto, se puede inferir al menos que entre las principales causas del debilitamiento y posterior fractura del Imperio otomano a principios del siglo XX se destaca el desgaste acumulado de múltiples guerras previas y la presión militar sufrida por parte del Imperio ruso en el este, y de los británicos, y especialmente de sus aliados árabes en el sur (Halliday, 2005).

      Esta explicación introductoria resulta, en efecto, pertinente en el marco de la línea de investigación de este texto. Además, tal como se puede evidenciar en el siguiente mapa, también permite ilustrar adecuadamente que desde incluso antes del inicio de la Primera Guerra Mundial, los británicos –pese a mantener estrechas relaciones diplomáticas con los otomanos– veían en este imperio regional a un poderoso rival natural y un factor de amenaza determinante que era mejor eliminar para salvaguardar sus intereses hegemónicos en la ruta que conectaba sus principales colonias en Asia con Europa y adentrarse aún más en la proyección de sus intereses en Medio Oriente, el norte de África y el golfo Pérsico.

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      Fuente: Washington Post (2015).

      Así mismo, la idea de finalizar los siglos de injerencia otomana sobre la zona y sus pobladores resultaba también de interés para una gran variedad de actores y grupos tan variopintos entre sí como antagónicos en sus intereses. Alrededor de este objetivo se alineaban varias tribus y líderes árabes, e incluso líderes del movimiento sionista internacional. Por lo tanto, la lucha por derrotar la presencia hegemónica del Imperio otomano no representaba tan solo el anhelo de independencia, autodeterminación y soberanía de un solo pueblo unificado, sino, más bien, un ambicioso proyecto que convocaba múltiples socios y variados intereses yuxtapuestos.

      Fue en este contexto en el que para 1915 Henry McMahon, Alto Comisionado británico en Egipto, contactó al jerife de La Meca, Hussein ibn Ali, para alentarlo a dirigir una revuelta árabe contra los otomanos12. A cambio de aceptar esta solicitud, el jerife reclamó el favorecimiento europeo para el establecimiento de un Estado árabe independiente en forma de monarquía, que resucitaría


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