Conflicto armado en Siria. Janiel Melamed Visbal

Conflicto armado en Siria - Janiel Melamed Visbal


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intervenciones militares fueron costosas, desgastantes y contraproducentes. Con esto, lo que quiero decir es que la casi una década de intervenciones militares en estos países antes del inicio del conflicto armado en Siria ocasionó irremediablemente una enorme fatiga en la economía de los Estados Unidos, en adición a las crecientes manifestaciones sociales de rechazo y de opinión pública desfavorable que generaron en buena parte del pueblo norteamericano. Se estima que el costo financiero aproximado de tales intervenciones superó los 814 billones de dólares en Iraq y 685 billones de dólares adicionales en Afganistán, y ocasionaron la muerte de cerca de 10 000 efectivos, un costo muy elevado si se toma en consideración el limitado éxito obtenido a partir de ellas (Zakaria, 2016).

      Por ello, siendo consecuente con su discurso político, el gobierno de Barack Obama evitó tomar medidas de escalamiento bélico que tuvieran una vinculación directa con el personal militar norteamericano. En tal virtud, la mejor alternativa posible era proporcionar el debido equipamiento bélico y entrenamiento militar a grupos rebeldes y sectores de oposición al régimen que ya estaban desplegados en la zona y realizar, en los casos requeridos, operaciones aéreas de contraterrorismo que permitieran degradar y ultimadamente derrotar al movimiento islamista radical conocido como Estado Islámico, minimizando el daño colateral a personal norteamericano (McDonald y Parent, 2018).

      Sin embargo, este apoyo militar también estuvo permanentemente limitado. Esto, en la medida de las lecciones aprendidas con ocasión al anterior aprovisionamiento bélico norteamericano a los grupos irregulares Muyahidín en Afganistán en su lucha contra el Ejército soviético durante la década del ochenta17. Se temía la probable ocurrencia de un efecto de réplica, en la medida que en aquel entonces estos aliados momentáneos terminaron estructurando una organización transnacional conocida como al-Qaeda y utilizaron posteriormente esas mismas armas y entrenamiento para atentar en contra de los intereses, aliados, ciudadanos y tropas norteamericanas a nivel global (Ross y Jeffrey, 2013). Por lo tanto, cualquier señal que indicara que un objetivo fundamental de la dirigencia norteamericana de entonces era promover un cambio de régimen y, con ello, la salida de Bashar al-Assad podría decirse que fue una expectativa engañosa y condenada al fracaso desde el inicio.

      En la medida que las dinámicas de la guerra fueron cambiando, haciéndose cada vez más evidente que ni los Estados Unidos ni sus aliados iban a poder conseguir la salida del presidente Bashar al-Assad, también fueron cambiando algunos de los objetivos y políticas norteamericanas inicialmente planteadas frente al conflicto (Humud, Blanchard y Nikitin, 2019). Dado que la dirigencia política y militar de este país sufrió un vertiginoso reacomodo tras la elección del republicano Donald Trump, se habría podido pensar que la salida de Bashar al-Assad sería un objetivo primario para la nueva administración, pero no fue así. En este sentido, si bien hubo continuidad en la idea de mantener al mínimo el involucramiento de tropas norteamericanas en el terreno, se favoreció el fortalecimiento de una estrategia que resaltó la importancia de los bombardeos contra los bastiones del Estado Islámico, al tiempo que en el terreno se coordinaba una ambiciosa operación de avance, soportada en las tropas kurdas e iraquíes, en aras de recuperar el control del territorio (Bolan, 2019).

       2. SOCAVAR LA INFLUENCIA REGIONAL IRANÍ

      Entre Israel y los Estados Unidos existe una alianza estratégica desde 1967, la cual históricamente ha superado los tradicionales elementos de discrepancia bipartidista norteamericana. A lo largo de este periodo de tiempo esta alianza, aunque asimétrica, se ha visto traducida en una estrecha relación de mutuos desafíos y beneficios. Para Israel ha significado importantes ayudas económicas, cercanas relaciones de cooperación política y fortalecimiento militar. Para los Estados Unidos ha tenido efectos significativos en contribuir a su seguridad regional frente a amenazas tan diversas como el expansionismo comunista o movimientos islamistas de corte radical y violento (Eisenstadt y Pollock, 2012).

      La conexión entre los gobiernos de Estados Unidos e Israel es de tal envergadura que se destaca por su complejidad, tenacidad e impacto político a nivel internacional, pero también a nivel doméstico, en virtud de la atención brindada al tema por el pueblo estadounidense y que en ocasiones opaca la que él mismo les otorga a aliados occidentales de mayor tamaño como el Reino Unido o proximidad geográfica como Canadá (Lewis, 1999).

      Ahora bien, tal como se ha explicado, el régimen de Teherán es visto como una amenaza existencial para el Gobierno de Israel. La alta dirigencia israelí sostiene que Irán mantiene una política exterior de hostilidad que se materializa a partir del apoyo a gobiernos enemigos como el sirio y su padrinazgo a grupos armados irregulares como Hezbolá, Hamas y la Yihad Islámica Palestina. Adicionalmente, el proceso de antagonismo desarrollado desde Irán en contra del más amplio sector de aliados e intereses norteamericanos en la zona y su creciente influencia regional, han posicionado a Irán en el centro de los intereses primarios del Gobierno norteamericano.

      Si bien Israel posee los medios físicos, tecnológicos y militares para defenderse de las múltiples amenazas a las cuales debe responder en todos sus frentes, la eventual ocurrencia de un enfrentamiento bélico con Irán, aunque remota, ha sido considerada como posible. En virtud de ello, dada la distancia geográfica imperante entre ambos actores, es sensato y oportuno considerar que tal enfrentamiento difícilmente ocurriría a través de las lógicas y dinámicas de una guerra convencional. Por lo tanto, es más probable que en caso de ocurrir, este choque irregular se desarrolle en un punto geográfico medio, como lo son Siria y Líbano, a través del establecimiento de un corredor terrestre que permita desde Irán el abastecimiento de personal, armas y suministros.

      En este sentido, la presencia militar norteamericana en la zona, aun siendo pequeña, puede ser instrumentalizada como un elemento de disuasión y/o contención en caso de que Irán pretendiera establecer un corredor terrestre para movilizar milicias chiitas y proporcionar apoyo logístico y de abastecimiento a tropas ejerciendo presión armada asimétrica en contra de Israel (Aftandilian, 2018). Esta circunstancia, por supuesto, no debe entenderse como un axioma, es decir, una verdad tan evidente que no requiere ser demostrada. Lo cierto es que ya en el pasado la presencia de personal militar norteamericano en la zona ha estado lejos de convertirse en un elemento de disuasión, y más aún, se transforma en una circunstancia de estímulo para estas organizaciones. Tal vez el caso más representativo a nivel histórico que se puede mencionar en este punto se relaciona con el despliegue militar realizado por los Estados Unidos al Líbano en la década del ochenta y cómo a partir de su cercanía territorial frente a actores armados delegados con estrechos vínculos con el Gobierno iraní se constituyeron como objetivo de permanentes hostigamientos. A modo de ilustración resulta interesante mencionar que en el periodo comprendido entre 1982 y 1986 Hezbolá condujo 36 atentados terroristas suicidas dirigidos, fundamentalmente, contra objetivos políticos y militares de los Estados Unidos, Israel y Francia en el país. Estos hechos dejaron un saldo trágico de al menos 659 personas asesinadas e incluyeron los emblemáticos ataques a la Embajada de los Estados Unidos y las barracas de las tropas norteamericanas en abril y octubre de 1983, dejando tan solo en estos dos eventos un saldo de 258 americanos muertos (Pape, 2006; Addis y Blanchard, 2010).

      Este caso en especial resalta la efectividad que tuvieron estos actos de violencia política para transmitir un mensaje contundente. Hezbolá era una organización fuerte, con absoluta determinación de lucha y la capacidad operativa para desarrollar más actos de terrorismo en contra de los intereses, aliados y personal norteamericano. En este episodio histórico, la presión armada rindió fruto y ocasionó la salida de las tropas estadounidenses del Líbano. Fundamentalmente, esto ocurrió en virtud de tres elementos. Primero, la presencia de sus fuerzas armadas en Líbano era considerada desde Washington como un interés de bajo valor estratégico. Segundo, las enormes dificultades alrededor de su incapacidad para desarrollar operaciones de retaliación, en una guerra asimétrica, que resultaran equiparables en el daño a las capacidades operativas y moral de lucha del enemigo. Finalmente, la sensibilidad expresada por el público norteamericano, fundamentalmente democrático, ante lo que identificaban como elevados y dolorosos costos de la violencia ejercida hacia sus


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