No lo vieron venir. Oscar Daniel Jadue Jadue
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© LOM ediciones Primera edición, diciembre de 2020 Impreso en 2000 ejemplares ISBN IMPRESO: 9789560013804 ISBN DIGITAL: 9789560014092 RPI: 2020-a-9733 fotografía de portada: Marcha del 25 de octubre de 2019. @Paulo Slachevsky <https://www.flickr.com/photos/pauloslachevsky/> Edición, diseño y diagramación LOM ediciones. Concha y Toro 23, Santiago Teléfono: (56-2) 2860 68 00 [email protected] | www.lom.cl Diseño de Colección Estudio Navaja Tipografía: Karmina Impreso en los talleres de LOM Miguel de Atero 2888, Quinta Normal Impreso en Santiago de Chile
Introducción
Muchos de quienes han sido protagonistas principales de la política en los últimos treinta años aseguran que no lo vieron venir. A pesar de las innumerables protestas que se sucedieron en este periodo, convocadas siempre por los mismos actores, siempre con las mismas demandas, primero con 50.000, luego con 200.000, luego con 500.000, después con un millón, y al final de este largo camino, con más de 2.000.000 de personas movilizadas simultánea y pacíficamente, afirman que nadie podía prever lo que se estaba incubando.
Muchos de los que han tomado las decisiones en nombre de lo que Chile necesitaba, aquellos que prometieron una y otra vez que atenderían los problemas, los dolores, las angustias y los sueños de nuestro pueblo; los que proclamaron a los cuatro vientos, en 1990, que la alegría ya venía, no lo vieron venir.
La burbuja en la que se sumergieron finalmente los cegó. El espacio de confort en el que habitaban, tan cerca del poder, ese poder al que se fueron acostumbrando hasta el punto de casi fundirse con él, los transformó en ciegos y sordos a las demandas y expectativas de ese pueblo al que juraron defender y por el que juraron trabajar incansablemente.
No lo vieron venir. Sin embargo, el 18 de octubre de 2019 quedará en la historia de nuestro país como el día en que ese malestar que se venía incubando hace años cristalizó por fin.
Es verdad, ese día Chile despertó y por eso lo recordaremos por siempre como el día en que se inició la verdadera transición a la democracia plena, el día en que la huelga económica se transformó en una verdadera huelga política y estuvo al límite de la insurrección. Lo recordaremos como el punto de inflexión en donde el pueblo llano, acompañado de todos aquellos movimientos, organizaciones sociales y unos pocos partidos políticos, que venían protestando por separado, cada uno por sus propias demandas y justas reivindicaciones materiales e inmateriales, se cansaron y se unieron.
Lo recordaremos como el día en que el pueblo de Chile, ese actor tan fundamental para el curso de toda democracia, pero que había sido expulsado por una élite del panorama social y político de nuestro país, decidió reaparecer para subirse de nuevo al escenario de su propia historia a jugar un papel de protagonista principal, decidido a no aceptar nunca más el papel de actor secundario que la clase dominante le tenía reservado para después del golpe de Estado, con el fin de mantener y ampliar sus privilegios.
Lo recordaremos como el día en que el pueblo de Chile volvió a aparecer en las calles de todo el territorio nacional de manera simultánea, obligando a quienes los habían olvidado a reintegrarlos en sus discusiones, en los textos de historia, en los discursos políticos, incluso en los medios de comunicación que servían y sirven a la clase dominante con un profesionalismo patético y desprovisto, la mayor parte de las veces, de toda ética y con pretensión de objetividad; el día en que el pueblo unido volvió a ser protagonista de su historia, y también de los estudios y las columnas de opinión de esa parte de la academia que había devenido en aplausómetro de las políticas neoliberales de todos los gobiernos postdictadura; el día en que ese actor tan fundamental para toda democracia, que había sido reemplazado conceptualmente por una masa amorfa de consumidores, más un puñado cada vez menor de ciudadanas y ciudadanos, solo capaces de definir cambios dentro de la continuidad determinada por las élites, volvió a decir basta e hizo temblar los cimientos de un modelo que los ignora y los desprecia.
Extrañamente, había pasado casi idéntica cantidad de años entre ese día y el golpe, de los que separan la instalación de la Constitución de 1925 y el triunfo de la Unidad Popular, como si el proceso de acumulación de fuerzas tuviera memoria, como si de un día para otro hubiese salido de un letargo que no era más que eso, un largo y lento proceso de acumulación de fuerzas para intentar, una vez más, transformar a Chile en un país para todas y todos.
Ese día, luminoso, formidable y potente, el pueblo de Chile entendió que separados jamás tendrían la fuerza para trasformar este país. Ese día, las y los trabajadores, las y los estudiantes, las mujeres, las y los jóvenes, las y los adultos mayores, las personas en situación de discapacidad, los marginados de siempre, los excluidos, los explotados, los que sufren de desesperanza aprendida, se unieron en una sola voz para exigir, de una vez por todas, cambios reales en un país que se había venido acostumbrando al abuso, a la desigualdad y a la incapacidad estructural de tener una vida digna que el modelo le impone a una abrumadora mayoría.
Ese día se inició la verdadera transición a la democracia postdictadura. Ese día partió la construcción de un Chile capaz de infundir esperanza en las nuevas generaciones, sin las cuales ningún cambio es posible; un Chile donde los sueños de todas y todos tengan el mismo valor; un Chile donde la dignidad sea costumbre y también Constitución.
Ello no implica desconocer los avances que en materia de libertades y mejoramiento de algunos indicadores socioeconómicos se materializaron en nuestro país en los últimos treinta años, pero el triunfo del pueblo de Chile, movilizado en un proceso ascendente, sistemático y continuo, a lo largo de esos mismos treinta años, terminó por arrancarle a una mayoría del sistema político esa convicción tan propia de la burbuja en la que habitaban, de que vivíamos en un oasis de paz y tranquilidad producto de un modelo que había sido ampliamente difundido como ejemplo, a lo ancho y largo de todo el mundo.
Muchos de ellos y ellas aseveraron que no lo vieron venir. Que nadie podría haber anticipado el malestar que se había incubado en esa mayoría social que durante años había hecho todo lo que el modelo le había dicho que tenía que hacer para tener una vida buena, y lo único que había conseguido a cambio de años de sacrificio y buen comportamiento, era presenciar cómo una minoría se enriquecía y vivía a sus anchas a costa del sacrificio de las grandes mayorías.
La certeza de que la vida buena jamás llegaría, que los sueldos y las pensiones seguirían siendo miserables, que la salud y la educación nunca alcanzarían para todos y todas, y que la dignidad había sido arrancada no solo de los textos, de los discursos y de las promesas electorales, sino de la vida misma. Esta certeza, vino a dar por terminada y fracasada la apuesta que una mayoría social y política hizo en 1988, de que era posible salir de la dictadura manteniendo la Constitución de la dictadura, el modelo económico de la dictadura, la impunidad para los crímenes de la misma y manteniendo en el aparato del Estado, en las FF.AA y en las policías la misma cultura organizacional que desarrollaron durante los 17 años de dictadura. Y como si fuera poco, dándole además al sector político que había gobernado con ella una mayoría parlamentaria que nunca tuvo su correlato en las urnas, pero que aseguraba que jamás podrían cumplir sus promesas, sencillamente porque siendo mayoría absoluta, nunca tendrían en el Congreso Binominal los votos necesarios para hacerlo.
Esto no fue un estallido social como algunos quieren plantear; esto fue un largo proceso destituyente de la institucionalidad heredada de la dictadura con la que algunos decidieron, a nombre del pueblo de Chile, convivir pacíficamente y servirse de sus privilegios. El 18 de octubre de 2019 hizo evidente algo que la Concertación de partidos por la democracia le había ocultado a todo Chile durante treinta años: que al menos una parte de ese conglomerado, sino todo, había vivido un proceso de convergencia ideológica, en lo económico, con la dictadura. Y los que no, simplemente habían renunciado a retomar la senda de construcción de un país más justo y solidario.
Por ello, las promesas contenidas en el Programa de los primeros gobiernos