Envejecer en el siglo XXI. Leonardo Palacios Sánchez
duda alguna, como el hombre del Renacimiento. Sería el primero en considerar la anatomía de manera independiente de la perspectiva pictórica y elaboró preparaciones anatómicas que luego plasmó en dibujos, de los cuales se conservan más de 750 en el Tesoro Real de Windsor.
El interés de Leonardo en dilucidar los interrogantes sobre el envejecimiento lo llevó a seguir con gran solicitud la evolución de un hombre centenario sobreviviente de la peste, de las guerras y, como si fuera poco, de la esperanza de vida de su tiempo. Al examinar su cadáver en la mesa de disecciones, a pesar de la prohibición expresa del Santo Tribunal de la Inquisición, el artista asimiló el cuerpo humano con la estructura de las plantas, que, según él, poseían un sistema circulatorio interno que con el tiempo alcanzaba mayores áreas en las hojas y en las ramas que fortalecían al árbol. En los humanos, por el contrario, el envejecimiento y la muerte se debían, según Da Vinci, a la atrofia del sistema circulatorio, con obstrucción y alteración de la presión a lo largo de su vida, lo que conducía al colapso final. El médico y escritor francés Henry Cazalis concluyó casi cuatro siglos después que “el hombre tenía la edad de sus arterias, en alusión a la arteriosclerosis como factor determinante del envejecimiento” (Beauvoir, 1970, p. 29):
La vejez se produce por venas que, al aumentar el grosor de sus paredes, restringen el paso de la sangre y, con la consiguiente falta de nutrición, destruyen la vida de los ancianos sin que sufran fiebre, extinguiéndose las personas poco a poco, en una muerte lenta. (Leonardo da Vinci, c.1500, citado en González, 2004, pp. 642-645)
No muy lejos de allí, en la ciudad de Bolonia, el médico y profesor de lógica y anatomía, el veronés Gabriele Zerbi, publicaba en 1498 su obra Gerontocomia: opus quod de senectute agit (El arte de cuidar a los viejos), reconocido como el primer tratado médico completo sobre la vejez, en el cual incluyó aspectos como la dieta, situaciones de vida óptima, medicamentos beneficiosos y cómo asegurar el bienestar físico de los ancianos.
Las denominaciones de los 57 capítulos enseñan con claridad el pensamiento de su momento histórico: causas del envejecimiento; causas extrínsecas e intrínsecas de la rigidez y enlentecimiento en la vejez: de ciertos accidentes que acompañan la vejez como las canas, las arrugas y la calvicie; longevidad; los estados de la vida; la incierta terminación de la vejez; cuidadores; procesos de recuperación en la gente anciana; las condiciones ambientales para retardar los efectos nocivos de la vejez, entre otros. De muchas maneras, la visión del médico veronés marca el inicio de la disciplina que cuatro siglos más tarde se denomina geriatría.
En otra de sus publicaciones, De cautelis medicorum, Zerbi presentó su concepción de la ética que un médico debería seguir en lo referente a la prudencia, a su apariencia, a sus hábitos higiénicos e, incluso, a las creencias espirituales preferidas. Al profundizar en sus escritos, se hace palpable su desvelo por la labor médica en un código que incluye varias reglas a seguir, como el curso de los estudios y la perfección del médico, y su actitud hacia la familia del paciente y otras personas involucradas con la curación del enfermo.
Pero no todo el pensamiento renacentista sobre la vejez siguió la senda de la evolución científica. También el pesimismo filosófico alzó su voz para sentar su posición a partir de las páginas del moralista y humanista francés Michel de Montaigne. Su agudo pensamiento crítico de la cultura, la ciencia y la religión de su época, al finalizar el siglo xvi, también le permitió ocuparse de su propia vejez, al escribir: “Es posible que en quienes emplean bien el tiempo, la ciencia y la experiencia crezcan con la vida; pero la vivacidad, la prontitud, la firmeza y otras partes mucho más nuestras, más importantes y esenciales se marchitan y languidecen” (Beauvoir, 1970, p. 190).
En el tercer libro de sus Ensayos, escrito durante su ancianidad, asume sin ambages que desde la juventud ya se consideraba viejo y la vida se presentaba a modo de cuenta regresiva: una disminución sin posibilidad de regreso. Sin rodeos anotaba su repulsión a ese “accidental arrepentimiento que la edad trae consigo”:
Me daría vergüenza y envidia que la miseria e infortunio de mi decrepitud fueran preferidos a mis buenos años, sanos, despiertos, vigorosos; y que hubiera que estimarme no por lo que he sido sino por lo que he dejado de ser […] Análogamente, mi sabiduría puede ser de la misma magnitud en uno y otro tiempo; pero tenía mayor mérito y mejor gracia, rozagante, alegre, ingenua, que ahora: rebajada, gruñona, laboriosa. (Beauvoir, 1970, p. 190)
La modernidad, entre la sátira y el comienzo de la gerontología
En 1636 se publica el libro History of Life and Death, del filósofo, político y científico inglés Francis Bacon, con observaciones naturales y experimentales para prolongar la vida. En su trabajo, recurre al método de la indagación en todos los temas que presenta, como: búsqueda de la extensión y la brevedad de la vida de los hombres de acuerdo con su comida, dieta, forma de vida, ejercicio y similares; las condiciones del aire en el que viven y moran; sobre los supuestos medicamentos que prolongan la vida; inspección de los signos y pronósticos de una vida larga, no en aquellos que consideran que la muerte está cerca (porque pertenecen a la historia de la medicina); examen cuidadoso en las diferencias del estado y las facultades del cuerpo en la juventud y la vejez, y ver si hay algo que permanece intemporal en la vejez. Finalmente, Bacon plantea una idea precursora que se cumplió tres siglos después, al afirmar que la vida humana se prolongaría en el momento en el que la higiene y otras condiciones sociales y médicas mejoraran.
Unos años antes, en 1623, desde la perspectiva de la comedia, William Shakespeare presentaba en su obra As you Like it, una contemplación satírica sobre la vejez en la Inglaterra isabelina. En la escena vii del acto ii, Jaime, el melancólico asistente del duque Federico compara en su monólogo la vida con una obra de teatro, acudiendo a la figura de siete actos:
El mundo es un gran teatro, y los hombres y mujeres son actores.
Todos hacen sus entradas y sus mutis y diversos papeles en su vida.
Los actos, siete edades […]
La sexta edad nos trae al viejo enflaquecido en zapatillas,
lentes en las napias y bolsa al costado;
con calzas juveniles bien guardadas, anchísimas para tan huesudas zancas;
y su gran voz varonil, que vuelve a sonar aniñada, le pita y silba al hablar.
La escena final de tan singular y variada historia es la segunda niñez y el olvido total,
sin dientes, sin ojos, sin gusto, sin nada.
La revolución industrial del siglo xix institucionaliza los sistemas de seguridad social e inaugura el concepto de recompensa a los trabajadores mayores de 50 años, a manera de gratificación benevolente al derecho adquirido. Para tener en cuenta, a comienzos de la centuria, la esperanza de vida era de vida era de 48 años. En 1844, se aprueba en los Países Bajos la jubilación para militares y funcionarios públicos, un término derivado del latín jubilare, equivalente a lanzar gritos de júbilo.
En 1849, el médico galés, George Edward Day, columnista de las más importantes publicaciones científicas de su época, como The Medical Times and Gazette, The Lancet, Nature, entre otras, escribe el libro A Practical Treatise of the Domestic Management and most Important Diseases of Advance Life, con un apéndice que contenía una serie de casos ilustrativos acerca del modo exitoso de tratar el lumbago y otras formas de reumatismo crónico, ciática y otras afecciones neurológicas y ciertas formas de parálisis.
Otro de los médicos más influyentes en la historia de la medicina, profesor de la Facultad de Medicina de París, Jean-Martin Charcot, reconocido como el padre de la neurología, publicó en 1881, Clinical Lectures on the Diseases of Old Age. En sus capítulos incluyó, entre otras, temáticas como la neumonía senil, el catarro crónico senil de los bronquios, el ateroma y el corazón graso, el reblandecimiento cerebral, el catarro gástrico crónico, la constipación senil y la hipertrofia senil de la glándula prostática. Sus conferencias sobre la vejez en la Salpétriére, el hospicio más importante de Europa en su momento, fueron publicadas en 1886, y su repercusión en aspectos de higiene y prevención