El león y el unicornio y otros ensayos. Джордж Оруэлл
afición a la lectura pasa por una fase en la cual lee uno o varios semanarios de esta índole. Gem y Magnet, de largo los más antiguos, son de un tipo que se diferencia bastante de los demás, y es evidente que han perdido parte de su popularidad en los últimos años. Buen número de muchachos los consideran anticuados y “lentos”. No obstante, de ellos quiero ocuparme en primer lugar, porque psicológicamente son más interesantes que los demás, y también porque la mera pervivencia de estas publicaciones hasta la década de 1930 es un fenómeno cuando menos asombroso.
Gem y Magnet son publicaciones hermanas (los personajes de una a menudo aparecen en la otra), y las dos echaron a andar hace más de treinta años. En aquel entonces, junto con Chums y la vieja B[oy’s] O[wn] P[aper], eran las principales publicaciones para chicos, y siguieron conservando esa posición dominante hasta hace muy poco. Cada una de ellas contiene un relato de tema colegial de unas quince o veinte mil palabras a la semana, completo en sí mismo, aunque por lo común suele estar conectado en mayor o menor grado con el relato de la semana anterior. Gem, además del relato, trae una entrega de un folletín de aventuras. Por lo demás, las dos son tan similares que se les puede dar el mismo tratamiento, aun cuando Magnet haya sido la más conocida de las dos, seguramente porque posee un personaje realmente de primera clase, el rechoncho Billy Bunter.
Los relatos tratan sobre lo que pasa por ser la vida en los colegios privados, colegios (Greyfriars, en Magnet; St Jim, en Gem) que se representan como antiquísimas fundaciones muy de moda, del estilo de Eton o Winchester. Los personajes principales son muchachos de catorce o quince años, de modo que los mayores y los menores aparecen sólo en segmentos muy breves. Al igual que Sexton Blake y Nelson Lee, estos muchachos siguen igual semana tras semana, un año tras otro, sin envejecer jamás. Muy de vez en cuando llega un chico nuevo o desaparece un personaje secundario, pero lo cierto es que el elenco de personajes apenas ha sufrido alteraciones en los últimos veinticinco años. Los principales personajes de ambos semanarios –Bob Cherry, Tom Merry, Harry Wharton, Johnny Bull, Billy Bunter y todos los demás– ya cursaban estudios en Greyfriars o en St Jim mucho antes de que estallase la Gran Guerra, exactamente con la misma edad que tienen hoy, y con aventuras muy similares a las de hoy, además de hablar casi exactamente el mismo idiolecto. No sólo los personajes, sino también el ambiente de Gem y de Magnet se ha preservado sin un solo cambio, en parte mediante una estilización sumamente elaborada. Los relatos de Magnet los firma “Frank Richards”, y los de Gem “Martin Clifford”, aunque una serie con treinta años de duración difícilmente puede ser obra de una misma persona en todas sus entregas semanales.8 Por consiguiente, han de estar escritos en un estilo que sea sumamente fácil de imitar, un estilo extraordinariamente artificioso, muy repetitivo, completamente distinto de todo lo que ahora se hace en la literatura en lengua inglesa. Nos servirán de ilustración un par de extractos. He aquí uno del Magnet:
–Gruñido.
–¡Cállate la bocota, Bunter!
–¡Gruñido!
Callarse la boca no era en realidad algo propio de Billy Bunter. Rara vez se callaba la boca, aunque a menudo se le exigiera callar. En esta ocasión espantosa, el grueso Búho de Greyfriars se sintió menos inclinado que nunca a callarse la boca. ¡Y no se calló! Gruñó y gruñó y gruñó, y no dejó de seguir gruñendo.
Ni siquiera los gruñidos expresaron los sentimientos de Bunter. Sus sentimientos, en realidad, eran inexpresables.
¡Estaban los seis en el ajo! Sólo uno de los seis manifestó su irritación y sus lamentos de manera audible. Pero esa única excepción, William George Bunter, manifestó lo suficiente para cubrir la ausencia de todo el grupo, e incluso de alguno más.
Harry Wharton y compañía formaban un grupo iracundo y preocupado. Estaban empantanados y atascados, atorados, hundidos, acabados. Etc., etc., etc.9
Y uno tomado de Gem:
–¡Ay, mielda!
–Ay, caray.
–¡Aaaaj!
–¡Urrgg!
Arthur Augustus se incorporó aturdido. Sacó el pañuelo y se lo llevó a la nariz, muy perjudicada. Tom Merry se incorporó sin poder siquiera respirar. Se miraron uno al otro.
–¡Por Júpiter! ¡Vaya pirula que nos han hecho, chaval! –barbotó Arthur Augustus–. ¡Me han puesto como un pingajo! ¡Aaaaj! ¡Qué tunantes! ¡Qué rufianes! ¡Qué malditos forasteros!
Etc., etc., etcétera.10
Ambos extractos son totalmente característicos: otros de la misma guisa aparecen absolutamente en todos los capítulos de todos los números de ambas publicaciones, ya sea hoy, ya sea hace veinticinco años. Lo primero que verá cualquiera es la extraordinaria cantidad de tautologías que se amontonan (el primero de los dos pasajes procede de un fragmento de doscientas veinticinco palabras que se podrían comprimir en unas treinta); en apariencia, el texto diseñado de modo que devane la madeja del relato, aunque en realidad desempeña su función en la creación del ambiente. Por idénticas razones, varias expresiones burlescas se repiten hasta la saciedad; “iracundo”, por ejemplo, es una de las más habituales, al igual que “empantanados y atascados, atorados, hundidos, acabados”. “¡Oooogh!”, “¡Grooo!” y “¡Yaroo!” (estilizadas exclamaciones de dolor) son recurrentes, igual que “¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!”, que siempre ocupa una línea, de modo que a veces la cuarta parte de una columna consta de “Ja, ja, ja” y nada más. El lenguaje coloquial (“¡Go and cat coke!”, “¡What the thump!”, “¡You frabjous ass!”, etcétera)11 no se ha alterado nunca, de modo que los chicos utilizan a día de hoy un argot que lleva treinta años desfasado. Asimismo, se aplican diversos apodos y motes a la menor ocasión. Cada pocas líneas se nos recuerda que Harry Wharton y compañía son “los cinco de la Fama”, Bunter es siempre “el Búho rechoncho” o “el Búho en la distancia”, Vernon-Smith es siempre “el ancla de Greyfriars”, Gussy (el Honorable Arthur Augustus D’Arcy) es siempre “el orgullo de St Jim”, y así sucesivamente. Hay un esfuerzo constante, incansable, por mantener intacto el ambiente, por cerciorarse de que cada nuevo lector aprenda de inmediato quién es quién. El resultado no ha sido otro que hacer de Greyfriars y St Jim un extraordinario mundillo fuera de este mundo, un mundo que nadie puede tomarse en serio si tiene más de quince años, pero que en cualquier caso no es fácil de olvidar. Mediante un intencional rebajamiento de la técnica de Dickens, se ha forjado una serie de “personajes” estereotipados, en algunos casos con éxito notable. Billy Bunter, por ejemplo, debe de ser una de las figuras más conocidas de la ficción en lengua inglesa; por la mera cantidad de personas que lo conocen se halla a la par de Sexton Blake, Tarzán, Sherlock Holmes y un puñado de personajes dickensianos.
Ni que decir tiene que estos relatos son fantásticamente ajenos a cuanto acontece en un verdadero colegio privado. Forman ciclos de un tipo muy distinto al del curso escolar, aunque en general son relatos divertidos, con una comicidad de sal gruesa, de modo que el interés se centra en las gamberradas, las bromas de gusto dudoso, los aprietos de todo tipo, las peleas, las palizas y azotainas, el fútbol, el críquet, la comida. Uno de los relatos más recurrentes es aquel en que a un chico se le acusa de una travesura que ha cometido otro, habida cuenta de que el primero es demasiado bueno para decir la verdad. Los “buenos” son “buenos” en la tradición limpia del inglés honrado: se entrenan a fondo, se lavan detrás de las orejas, nunca dan un golpe bajo, etc., etc.; por el contrario, hay una serie de chicos “malos”, como Racke, Crooke, Loder y otros, cuya maldad se cifra en que apuestan, fuman cigarrillos y frecuentan las tabernas. Todos ellos se encuentran de continuo al borde de la expulsión, pero como eso supondría un cambio del elenco, nadie es nunca descubierto en la comisión de un delito grave. El robo, por ejemplo, apenas es uno de los motivos temáticos habituales. El sexo es completamente tabú, sobre todo en la modalidad en la que de hecho se manifiesta en los colegios privados. A veces aparecen algunas chicas en los relatos, y muy rara vez hay nada que se acerque ni de lejos a un tibio flirteo, que, si se da, es sólo con el espíritu de la sana diversión. Un chico y una chica, por ejemplo, disfrutan de un paseo en bicicleta: a eso se llega como mucho. Los besos, por ejemplo, estarían considerados una simple muestra de “ternurismo”. Incluso los chicos malos