Desde la capital de la República. AAVV
Moscú y ejecutados, víctimas del terror estalinista que coincidió con la guerra en España.29
Estaba todavía la cuestión de la recuperación de la embajada en la URSS, que nunca se había reestablecido, ni siquiera cuando se retomaron las relaciones diplomáticas en 1933. Que los soviéticos estaban preparados para dar a los representantes de Madrid un fuerte apoyo era una conclusión ineludible, dada la enérgica campaña de solidaridad decretada el 2 de agosto, la movilización de periodistas y cineastas destacados que proporcionaran contenidos a un fascinado público soviético, y el envío a Madrid de los más experimentados diplomáticos de Moscú. Para el final de agosto, todo esto sugería un cambio en las actitudes oficiales y públicas hacia la República y daba buenos augurios sobre la eventual efectividad de una misión diplomática. Sin embargo, a pesar de las condiciones positivas de ese momento para un acercamiento bilateral y del peligroso estado de las defensas de Madrid y la imperiosa necesidad de un rescate internacional, el gobierno republicano de Largo Caballero fue lento en responder a la apertura soviética. Hasta el 16 de septiembre el Presidente del Gobierno no aprobó la creación de una embajada en Moscú y no fue hasta el 21 de septiembre –un mes después de que Stalin hubiera nombrado a Rosenberg– cuando el gobierno español anunció el nombramiento del ya mencionado Marcelino Pascua, médico y socialista moderado, como embajador en Moscú.30
Nacido en 1897, Pascua no tenía experiencia diplomática cuando se inició la guerra civil en el verano de 1936. Era una promesa de la ciencia española que había cursado estudios de postgrado en Estados Unidos y Gran Bretaña, recibido una beca Rockefeller y dirigido una investigación científica en Sudamérica.31 En 1932, Pascua había visitado la Unión Soviética para observar la situación de la sanidad pública soviética, una experiencia que le abrió los ojos sobre el experimento soviético y también le motivó a aprender ruso.32 De hecho, los conocimientos lingüísticos de ruso de Pascua le convirtieron en un preciado elemento entre la élite gobernante española, y en el intento frustrado de intercambiar embajadores en 1933, su nombre estaba ya muy arriba en la lista de potenciales candidatos. Aunque Pascua siempre quitó relevancia a sus propias habilidades en ruso, en el verano de 1936 se le pidió que sirviera de intérprete entre Rosenberg y el presidente del gobierno español.33
Dado el empeoramiento de la situación militar de la República, el envío de la misión de Pascua, como hemos visto, abrió considerables esperanzas y expectativas entre miembros del gobierno y militares. Dos días antes de la salida de Pascua, el periodista socialista Julián Zugazagoitia asistió a una velada ofrecida por el recién nombrado embajador. Según Zugazagoitia, la atmósfera en Madrid en ese momento era pesimista, pero, en relación con la misión de Pascua, los presentes contaban con «la ayuda que puede que nos llegue del otro extremo de Europa». «En cuanto llegue», creía su amigo, «Pascua debe enviarnos la victoria, urgente y certificada, en forma de enormes cargamentos que repondrán en un abrir y cerrar de ojos todas nuestras necesidades civiles y militares».34
La paradoja del sentimiento colectivo de grandes esperanzas en la misión de Pascua en Moscú residía en la cuestión de una ayuda militar que ya había sido aceptada y decidida en los más altos niveles en Moscú.35 Así, desde el principio de la implicación militar soviética en la guerra de España, las etapas de planificación y la logística estuvieron separadas por completo del aparato diplomático. Esto no quiere decir que los soviéticos prestaran poco interés a Pascua. De hecho, en octubre de 1936, el gobierno soviético preparó una fastuosa recepción para el nuevo embajador español. Optimistas y esperando unas realmente cordiales relaciones, los soviéticos dieron a Pascua tratamiento VIP en Moscú, concediéndole beneficios poco habituales que incluyeron el alquiler de una casa independiente, perfectamente amueblada, situada en el centro, la asignación de una limusina propiedad del estado, el uso de comunicaciones y líneas de correo restringidas, así como el acceso sin restricciones no sólo a los ministerios clave soviéticos, sino también a los propios líderes –a Molotov, Voroshilov y, en diversas ocasiones, incluso a Stalin–.36Aunque puedan parecer muy magnánimas, las condiciones excepcionales de la misión de Pascua acabaron por dar al Kremlin una mayor influencia sobre el embajador y el esfuerzo bélico de la República. En este sentido, las propias notas de Pascua sobre sus encuentros privados con miembros del Politburó revelan una relación significativamente desigual –lejos de la que se esperaría entre estados soberanos–. En todas las discusiones, Pascua fue tratado como un subordinado, se le reprendía cuando su gobierno no cumplía la voluntad soviética y los funcionarios del Comisariado de Defensa le dictaban continuamente la política a llevar a cabo.37
Mientras, a pesar de las obvias oportunidades que podrían haber venido de la mano de la cooperación diplomática con los rusos, la República prestó poca atención a su embajada en Moscú, primero descuidándola para después estrangular el envío de fondos antes de finalmente transferir a Pascua a París a principios de 1938. La República no mandó un reemplazo a la embajada de Moscú, con lo que durante el resto de la guerra no tenía embajador en el único país que había salido en su defensa en 1936.38 Esta decisión tuvo graves consecuencias en la primavera de 1939, cuando el colapso de la República dejó a varios miles de refugiados españoles abandonados en la URSS sin ningún apoyo diplomático.39
Incluso antes de que se intercambiaran embajadores entre Moscú y Madrid, la diplomacia soviética se puso en funcionamiento en Londres, en el Comité de No-Intervención organizado a principios de agosto de 1936 bajo los auspicios de los líderes británicos y franceses. El propósito explícito del Comité era impedir la venta de armamento a ninguno de los dos bandos en la guerra y evitar su internacionalización, pero fracasó a la hora de limitar el apoyo fascista y nazi a los sublevados. La tarea de actuar como defensor de los intereses de la República podría haber recaído en el representante soviético, Ivan Maiskii, y, para ser justos, presentó protestas por la violación del acuerdo de neutralidad por Alemania e Italia.40 Pero básicamente Moscú fue cómplice en esa charada diplomática, dando legitimidad al Comité a través de su participación continua.41 No obstante, hasta en tres ocasiones diferentes –el 7, el 12 y el 23 de octubre de 1936– Moscú reiteró que, si los estados firmantes del Comité continuaban suministrando armas a los rebeldes, el gobierno soviético «se consideraría libre de las obligaciones» del Acuerdo de No-Intervención o «no se consideraría ligado» por el pacto.42 Palabras fuertes pero bastante hipócritas: ya a mediados de septiembre, el Kremlin había comenzado los preparativos para su propia ayuda militar a la República, y fue hacia esa ayuda hacia la que se traslada la discusión.
¿Cómo podría resumirse mejor el apoyo militar de Stalin a la defensa de la República? El momento álgido de esa ayuda se desarrolló en los diez meses que hay entre octubre de 1936 y julio de 1937, durante los que se enviaron con regularidad a España cargamentos de ayuda militar soviética; cerca de mil tripulaciones para tanques y pilotos, y unos seiscientos asesores estuvieron activos en el lado de la República y las Brigadas Internacionales financiadas por el Komintern entraron en combate junto al recién organizado Ejército Popular. Esta ayuda a la República, con el nombre en código de Operación X, fue el mayor desafío