La puerta secreta. Belén A.L. Yoldi

La puerta secreta - Belén A.L. Yoldi


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pasaremos muy bien, ya lo verás!

      El muchacho habría salido contento de la reunión, pensando que en efecto aquel campamento podría resultar divertido, de no ser por un desagradable detalle. Nada más atravesar la puerta, en el hall de la Casa de Cultura, a punto estuvo de tropezarse con la Bocazas. Los dos se cruzaron al pasar una mirada de desaprobación mutua, más enfadada la de ella, más desesperada la del muchacho.

      —¡Cuántos chicos de Mutilva van al campamento! Así podrás hacer amigos nuevos… —comentó la madre satisfecha, mientras volvían a casa.

      No reparó en que su hijo bajaba la cabeza y miraba el suelo con pesimismo.

Illustration NIKA

      —¿Cómo? ¿CÓMOOO...?

      Dos veces. Lo repitió dos veces por si con una no bastara para expresar su malestar. Nika no se lo podía creer. De pie en la confortable cocina de su casa, miraba a su madre con indignación mientras esta preparaba la cena.

      Físicamente, madre e hija se parecían mucho, con sus melenas abundantes y encrespadas difíciles de domar, también por los rasgos pronunciados de sus caras en las que destacaban la nariz potente y una boca generosa y propensa a la risa, y por sus curvas contundentes enfundadas en ropas prietas y sexys, sin complejos. Más delgada la hija, eso sí. Las dos tenían además el mismo carácter fuerte, desenvuelto y extrovertido, de convicciones firmes que exponían con lengua viva y rápida así que con frecuencia chocaban, sobre todo ahora, cuando la hija atravesaba por la tempestuosa etapa de la adolescencia.

      —¡Me niego a ir al campamento de golf con ese niñato! —declaró la niña con voz rotunda.

      —Ay, Nika, ¿qué te pasa con ese chico? Es «mono» y a mí no me ha parecido tan malo.

      La madre intentaba endulzar la situación.

      —¿Monooo? —repitió Nika, poniendo los ojos en blanco—. Un kamikaze y un idiota, eso es lo que es.

      —Ya sé, ya sé que tuvisteis ese tropiezo con él y con su bici el otro día. Y que podía haber sido más grave. Seguro que está arrepentido. Por suerte, todo acabó bien. No deberías darle más vueltas…

      —¿¡Solo un tropiezo, dices!? Si casi nos pasó por encima…

      La tormenta familiar se había desatado en la calle, nada más salir de la reunión en la Casa de Cultura, y había continuado al llegar a casa. Todo aquel lío, solo porque entre los chicos y chicas que iban a participar en el campamento de golf se encontraba el muchacho que las había atropellado hacía un mes con la bici, a Leyre y a Mónica.

      El día del accidente, Carmen, la madre de Mónica, se había alarmado mucho. Habría querido estrangular a aquel ciclista imprudente. Pero luego se había tranquilizado al comprobar que ninguna de las niñas había sufrido daños serios. Más tarde se había echado a reír y casi se había apiadado del pobre chaval al escuchar la descripción de su precipitada huida que hacía su hija mayor. Ahora que lo había visto de cerca ya no le parecía tan antipático como su hija lo había descrito. Solo era un adolescente espigado y tímido, de ojos y cabello castaños con un mechón de pelo grueso que le caía sobre la frente y detrás del cual parecía esconderse.

      —Mamá, por favooor… ¡Te aseguro que es un pijo y un idiota! ¡Y no pienso ir a ningún campamento de verano con él!

      —Tú quisiste apuntarte a ese cursillo de iniciación al golf en vacaciones, Nika. ¡Estabas encantada de ir!

      —¡Pues hoy no quiero!

      Carmen aspiró hondo e intentó razonar con ella.

      —Ya hemos pagado el campamento con antelación. No podemos anularlo, sin tener un buen motivo. No nos devolverían el dinero.

      —¡Claro, te importa más el dinero que la felicidad de tu hija!

      —Mira, Nika. En ese campamento habrá otros chicos y chicas. Seguro que te diviertes y haces amigos nuevos, ya verás. ¡No tendrás que estar con ese chico que te cae tan mal, si no quieres!

      —¿Es que ahora quieres decidir también sobre mis amigos? —estalló Nika, incontenible—. No solo nos arrastráis papá y tú a la fuerza hasta este pueblo, tan lejos de Madrid y de nuestra casa, ¡de todo lo que era mi maravillosa vida! ¿Y ahora también quieres elegir los amigos que debo tener?

      Todavía, a pesar de los meses transcurridos, Mónica seguía sin perdonar a sus padres aquella locura que les había dado de volver a la ciudad que les vio nacer, cerca de sus familias. Había surgido aquella oportunidad laboral para su padre de ocupar un puesto importante en una buena empresa y la habían aprovechado. La habían arrancado del hogar que conocía y amaba, de su colegio de siempre y la habían separado de sus mejores amigas. Todo para irse a vivir al norte, a un pueblo llamado Mutilva, al lado de Pamplona, donde su madre había trasladado el estudio de ilustradora gráfica; un pueblo que resultaba tremendamente aburrido en comparación. ¿Cómo habían podido cambiar la vida excitante y moderna de una capital cosmopolita como Madrid por ese muermo?

      La madre suspiró para sus adentros. Carmen era una mujer de bandera, que nunca se arrugaba y solía hacer frente a las dificultades con buen humor. Pero tenía que reconocer que últimamente esto resultaba muy difícil con su hija mayor en plena fiebre adolescente. El traslado de domicilio tampoco había ayudado a mejorar las cosas.

      En ese momento se oyó la llave de la puerta girando en la cerradura, señal de que el padre de familia regresaba a casa. Y Carmen dijo la frase definitiva para acabar con la discusión:

      —¡Punto final! Ya estás inscrita en el campamento de golf, Mónica. ¡Desde hace tres meses! No vamos a cambiar ahora de planes por una ventolera mental, ya lo sabes.

      La niña le dedicó una de sus miradas flamígeras.

      —¡No pienso ir!

      Para ratificar su decisión, Nika se fue a su cuarto donde se encerró enfadada.

      Pero la rueda de la ruleta ya había empezado a girar y, lo quisieran o no, ella y Javier formaban parte inseparable de una nueva partida.

Illustration FINISTERRE

      En el futuro, cuando tuviera que fijar un kilómetro cero para el comienzo de su extraordinario viaje, Violeta pensaría en aquella primera noche de campamento juvenil, quizá porque había sido la última vez que había mirado las estrellas con ojos inocentes, sin buscar algo, o a alguien, en ellas.

      Estaban sentados chicos y chicas en el suelo del patio del albergue juvenil donde se alojaban, en las afueras de la localidad alavesa de Bernedo, iluminados por las bombillas de sus linternas portátiles.

      Habían salido de excursión nocturna después de cenar para contar estrellas. Y después de caminar un rato a la luz de la luna por un camino rural, habían regresado al patio donde ahora charlaban animadamente formando un corro.

      Una estrella fugaz anaranjada cruzó entonces por el firmamento nocturno. Solo Violeta acertó a verla pasar. El caso es que su vida cambiaría de rumbo a partir de esa hora cero, aunque ella tardaría un tiempo en darse cuenta.

      —¡Hoy habéis dado el primer paso para convertiros en aventureros de verdad! Habéis aprendido a guiaros por las estrellas, algo muy importante para la vida y esencial para emprender cualquier aventura —declaraba en ese momento Mikel, el jefe de los monitores. Lo dijo con voz solemne, sin saber que para algunos de los presentes la mayor aventura comenzaría muy pronto, antes de lo que se imaginaba.

      Hizo una pausa teatral para dejar que sus palabras calaran. Luego adelantó la cabeza hacia


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