Patrimonio urbano de la Ciudad de México: la herencia disputada. Víctor Delgadillo

Patrimonio urbano de la Ciudad de México: la herencia disputada - Víctor Delgadillo


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      UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE LA CIUDAD DE MÉXICO

      DIFUSIÓN CULTURAL Y EXTENSIÓN UNIVERSITARIA

      RECTORA

      Tania Hogla Rodríguez Mora

      COORDINADORA DE DIFUSIÓN CULTURAL Y EXTENSIÓN UNIVERSITARIA

      Marissa Reyes Godínez

      RESPONSABLE DE PUBLICACIONES

      José Ángel Leyva

      COLECCIÓN: LA CIUDAD

       Patrimonio urbano en la Ciudad de México: la herencia disputada.

      Primera edición 2021

      D.R. © Víctor Manuel Delgadillo Polanco

       D.R. © Universidad Autónoma de la Ciudad de México

       Dr. García Diego, 168,

       Colonia Doctores, alcaldía Cuauhtémoc,

       C.P. 06720, Ciudad de México

       publicaciones.uacm.edu.mx

      ISBN (ePub) 978-607-9465-32-2

      Esta obra se sometió al sistema de evaluación por pares doble ciego y su publicación fue aprobada por el Consejo Editorial de la UACM.

      Reservados todos los derechos. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida, archivada o transmitida, en cualquier sistema —electrónico, mecánico, de fotorreproducción, de almacenamiento en memoria o cualquier otro—, sin hacerse acreedor a las sanciones establecidas en las leyes, salvo con el permiso expreso del titular del copyright. Las características tipográficas, de composición, diseño, formato, corrección son propiedad del editor. Hecho en México.

      Para Daniela, Pablo y Julia

       Introducción

      En las últimas décadas las ciudades latinoamericanas han padecido fuertes procesos de reestructuración urbana, en escalas multidimensionales mientras que cada vez más edificios, barrios, centros y partes de las ciudades se han patrimonializado por un conjunto de valores y atributos colectivos (sociales, estéticos, históricos, simbólicos, etcétera) asociados a ellos. La reestructuración urbana y el incremento del patrimonio urbano son expresiones de los grandes cambios, fundamentalmente económicos y políticos, pero también sociales y culturales, que han tenido lugar en escala global en la actual fase de desarrollo capitalista neoclásico o neoliberal.

      La llamada globalización del capitalismo, en su fase neoliberal, implicó el desmantelamiento de las fronteras económicas nacionales para favorecer el flujo internacional de capitales y mercancías, así como la formación de bloques económicos regionales, como la Unión Europea (UE) o el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN, o NAFTA, por sus siglas en inglés). Estos hechos han tenido muy fuertes impactos en la base económica de muchas ciudades. Los procesos de fragmentación y dispersión de la línea de producción industrial —ahora global— implicaron la desindustrialización relativa y absoluta de varias ciudades y la emergencia o fortalecimiento de una economía urbana basada en el sector terciario: comercio, servicios y turismo cultural (que consume centros históricos y otro tipo de patrimonio urbano). Al mismo tiempo, las ciudades se han convertido en los destinos favoritos de fondos de inversiones internacionales que encuentran en mercados inmobiliarios urbanos rentabilidades seguras y adecuadas ante el volátil mercado bursátil y ante las relativas menores ganancias de la maquila y la industria. Se trata de construcciones y megaproyectos que ya no responden a las dinámicas urbanas locales, sino a flujos de capital globalizado.

      La doctrina neoliberal, basada en el Consenso de Washington y adoptada después de la llamada «década perdida» en México y América Latina (con distinta velocidad, intensidad y formas de imposición dictatoriales o democráticas), implicó muy fuertes cambios en la administración pública y en la gestión de las ciudades. Los estados se «adelgazaron», las políticas públicas se focalizaron, la administración pública se descentralizó y viejas atribuciones y funciones de carácter público se volvieron público-privadas o abiertamente se privatizaron. En algunos centros históricos aparecieron instituciones público-privadas o sólo privadas, encargadas de la conservación y el aprovechamiento del patrimonio edilicio.

      La competencia entre las ciudades para retener o atraer inversiones privadas, así como la creación de riqueza y empleos, se tradujeron en el eslogan de la competitividad. A ello se ha sumado la preocupación por el cambio climático, que se ha traducido en el eslogan de la sustentabilidad. Y en algunas ciudades se agregó también el tema de la justicia social, más en términos retóricos que reales. Así, bajo una triada discursiva: competitividad, sustentabilidad y equidad, a la que a menudo se suma el concepto gobernabilidad, la gestión urbana se tradujo en políticas públicas que promueven a toda costa inversiones y negocios privados para generar empleos y riqueza económica que, se supone, se derraman en cascada de arriba a abajo. Junto con la promoción de inversiones inmobiliarias de pequeña escala, incluidos los llamados megaproyectos urbanos, el patrimonio urbano —centros históricos, barrios antiguos, edificios y plazas pintorescas, etcétera— apareció como un capital cultural y económico único y diferente, capaz de generar recursos económicos, de atraer a nuevos consumidores y turistas, y de convertirse en un distintivo de unicidad que hace de las ciudades algo diferente ante sí mismas. De esta manera, el patrimonio urbano se usa ahora como un elemento de las estrategias de mercadotecnia urbana en la competencia entre ciudades.

      Las políticas urbanas pro empresariales han impulsado la modernización selectiva de las ciudades así como la «recuperación» de un escogido patrimonio urbano —es decir, las partes más interesantes y rentables para los inversionistas reales y potenciales. Semejante revalorización multidimensional del espacio y el patrimonio urbanos ha llevado, por una parte, a la transformación de los barrios y los centros históricos seleccionados mediante la atracción de inversionistas y de nuevos consumidores detentadores de mayores ingresos, y por otra, al incremento de las rentas urbanas, lo que pone en riesgo la permanencia de la población residente de menores ingresos. Así, en la Ciudad de México ocurren ahora procesos de gentrificación. Este concepto de origen anglosajón (gentrification) ha sido adoptado en América Latina en medio de debates y, en México, se lo han apropiado las clases medias y populares, como los residentes de las colonias Roma y Juárez, e incluso por algunos locatarios del mercado de la Merced, como se verá en este libro, que sienten amenazada su permanencia en esas zonas debido a las inversiones privadas o a los (mega)proyectos públicos. Dicho con otras palabras, en selectos territorios urbanos se realizan inversiones público-privadas para capturar altas rentas o ganancias urbanas al invertir en territorios relativamente desvalorizados, o mediante la rehabilitación edilicia, o mediante nuevas construcciones, lo que implica la sustitución de antiguos residentes y usuarios con menores ingresos —como condición o como consecuencia— por usuarios permanentes o temporales, pero con mayores ingresos. Dichos desplazamientos sociales, directos o indirectos, a menudo invisibilizados en los discursos públicos y en los estudios urbanos, ocurren a velocidades e intensidades diferentes, pues se trata de procesos que tienen lugar en lapsos temporales largos o cortos.

      En los paisajes urbanos revalorizados, renovados o «rescatados» la autoridad suele impulsar, además, un «nuevo» orden urbano, esta vez basado en códigos, normas y leyes de buen comportamiento social y en un uso respetuoso, acorde con la «dignidad» del patrimonio urbano. Estas normas, que forman parte de un proyecto de ciudad ordenada, bella e higiénica, que «dignifican» el patrimonio urbano, constituyen por lo general una batalla contra cierta población y contra ciertas prácticas sociales condenadas y estigmatizadas: los vendedores de mercancías y oferentes de servicios informales en el espacio público


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