La vida a través del espejo. Iván Zaro

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«la homosexualidad es un hecho que se da y hay que respetar a esas personas y ayudarles, si son creyentes, en su vida cristiana».

      Yo tenía muy poca información sobre el VIH y le tenía miedo. Cuando he tenido relaciones normalmente han sido con protección. Evidentemente, no conocía el tema del tratamiento, ni nada de esto. Nunca me había hecho pruebas antes. Conocí a un amigo, que tenía otro amigo y acabamos haciendo un trío. Ese tercer chico me contagió. Yo tenía cuarenta y dos años y solamente tuvimos dos o tres encuentros.

      Se me vino el mundo abajo, me rompió la vida. Creía que me iba a morir pronto. Iba a morir de una enfermedad humillante que me iba a delatar frente al mundo. ¿Cómo le iba a decir a mi hermano que tenía VIH? Mi padre había muerto ya. Finalmente me desahogué con una tía con la que estoy muy unido. Ya en la consulta me informé de todas las cuestiones que no sabía, los tratamientos, la sexualidad. Nunca se lo he contado a un confesor. Siempre confieso si he tenido sexo. Pero si contagiarte de una gripe no es pecado, contagiarte de VIH, tampoco. Una enfermedad es una enfermedad, no es un pecado. Eso sí, todo esto afectó a mi vida sexual y ya no la disfruto como antes.

      La promesa de celibato de los sacerdotes seculares, mera promesa, nos obliga a no casarnos. Algunos apóstoles de Cristo estaban casados, por ejemplo, se cita a la suegra de Pedro. Es algo disciplinar impuesto por la Iglesia en el siglo XII por razones humanas y económicas: el obispo tiene que proveer de lo necesario a sus sacerdotes y un sacerdote con mujer e hijos necesita más recursos que él solo. En la Iglesia católica romana de rito oriental sigue siendo optativo, pero han de casarse antes de ser ordenados para poder acceder al episcopado. Más tarde, el celibato impuesto a los occidentales fue revestido de espiritualidad: un corazón indivisible cuyo amor es depositado solo en Dios. El voto de castidad de los religiosos, junto con el de obediencia y pobreza, constituye una entrega por amor personal a la persona de Cristo y exige la continencia, como en una relación sentimental humana con otra persona.

      Mi opinión personal sobre el celibato es que el amor de Dios no es excluyente y, si estuviera regularizado, no sufriríamos tanto emocionalmente y no seríamos infieles. Las distintas orientaciones sexuales habría que mirarlas dentro de la Iglesia con naturalidad. Entre el clero todos estos temas son tabú hasta en las confesiones. Para otro tipo de pecados como la pereza o la gula siempre se brindan consejos o se dan ideas para superarlos.

      La Iglesia entiende la sexualidad humana como un acto de amor que lleva a la procreación. Esto excluye a las personas homosexuales del derecho a amar y a ser amados. Solamente se pueden amar un hombre y una mujer.

      Yo no estoy a favor del aborto ni siquiera el día después, pero creo que se debe controlar cuántos hijos se tienen, aunque soy contrario a los anticonceptivos, pero sí los aconsejo para las relaciones con riesgo de enfermedades. Los curas tenemos más que asumido que se usa el preservativo y decir que no es del todo eficaz para prevenir el VIH es contraproducente.

      Mi fe me ha ayudado mucho después del diagnóstico. Al principio me enfadé mucho con el Señor, pero después he experimentado cómo me ha cuidado y puesto en muy buenas manos. Siempre he tenido el temor a que llegara un momento en que pudiera desarrollar la enfermedad. El pensamiento que me viene es que Cristo tuvo la muerte más humillante en aquel tiempo ya que en aquella época se crucificaba a los que se consideraba lo peor de la sociedad.

      A los lectores con VIH les diría que no tengan miedo. En parte porque es una enfermedad crónica controlada como la diabetes o el colesterol. No hay por qué tenerle miedo, ni acomplejarse. También es muy importante no relacionar el virus con prácticas sexuales fuera de lo normal. Esta enfermedad no fue un castigo para los homosexuales, drogadictos, promiscuos o prostitutas. De hecho, los que somos creyentes decimos que cuántos corazones ha movido Dios e iluminado tantas inteligencias para que, en relativamente pocos años, se haya podido controlar. Ahora necesitamos gente con mejor corazón en la industria farmacéutica que faciliten lo necesario para podernos curar del todo.

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