Entre la filantropía y la práctica política. Sofía Crespo Reyes
cocineras, lavanderas, etcétera. Estas acciones permitieron a las mujeres adquirir notoriedad pública y reconocimiento entre los sectores más desfavorecidos.
La experiencia asociativa que ofrecieron las instituciones filantrópicas como la SCNM y las SVP expresan la necesidad de la Iglesia de modernizar sus actividades caritativas a fin de actuar como el eje capaz de cohesionar y satisfacer las necesidades sociales de la población, producto de la modernidad. En este sentido, las asociaciones filantrópicas propiciaron entre sus integrantes de clases medias y altas, la creación de lazos de pertenencia y solidaridad con la cual lograron identificarse como las defensoras de la beneficencia frente a la pretensión estatal de suplantar las iniciativas privadas.
El proceso de construcción de una vida asociativa católica en México requirió de casi medio siglo de pruebas de ensayo-error. Entre 1860 y 1890 se observan varios intentos por crear organizaciones centralizadas y consolidadas; sin embargo, lo que permeó fueron los esfuerzos locales, muchos de ellos efímeros y atomizados. Fue hasta que las primeras generaciones de clérigos pio latinos regresaron a México y se posicionaron en el centro de las estructuras de poder de la jerarquía eclesiástica mexicana, cuando se dieron los primeros pasos para la consolidación de una militancia católica centralizada bajo la mirada vigilante de la Iglesia. Para 1902 los espacios de acción en las parroquias fueron reformados y se ajustaron a una nueva visión tanto eclesiástica como urbana respecto a los cambios que experimentaron la ciudad y la Iglesia.
El asociacionismo femenino respondió a esta lógica, pero quedó constreñido a un espacio específico que le permitió a la Iglesia sostener y difundir su propia construcción del ideal de la mujer y del lugar que ésta ocupaba en la sociedad. Se concibió a la mujer en su papel maternal y así se le dirigió su acción hacia el rescate del espacio doméstico, pero también hacia el cuidado de la infancia, del pobre y del enfermo como parte de los valores devocionales que constituían la raíz de su feminidad.
A partir de 1868 vemos un desplazamiento del sector masculino de las actividades filantrópicas, propiciando la organización de las primeras asociaciones de mujeres dedicadas al auxilio del menesteroso, lo que provocó una división social del trabajo católico por género. Esta circunstancia posibilitó el fortalecimiento de sociabilidad de carácter “cívico”, pero también de solidaridad femenina, el sentido de la caridad cristiana se convirtió en el elemento eje que encausó su acción en la vida pública. Si bien antes de la primera década del siglo XX, el papel del asociacionismo femenino era de contención del proceso secularizador, para 1912 la centralización de la vida asociativa católica fue adquiriendo tintes políticos y beligerantes. Asimismo, les permitió reproducir el modelo de mujer abnegada, ángel del hogar, quien será la constante en el discurso maternalista que se reproducirá en la Asociación de Damas Católicas durante las primeras décadas del siglo XX.
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