Capricho De Un Fantasma. Arlene Sabaris

Capricho De Un Fantasma - Arlene Sabaris


Скачать книгу
Anne y Sophie, ambas compañeras de clase; sin embargo, pasaba más tiempo interrogándolas sobre la última conquista amorosa de Andrés, que casi nunca estaba en casa.

       Andrés nunca notó, en los años previos a que trabajaran juntos, el creciente interés romántico de Cora por él. Pero, en fin, él había demostrado que no tenía buena intuición en el amor. Es por eso que cuando finalmente ella lo invitó a salir sin preámbulo alguno el viernes posterior a la tormenta, la sorpresa se dibujó en su rostro y se preguntó en qué momento se habría convertido esta chiquilla en una adulta.

      Desconcertado, usó la vieja excusa de un compromiso previo para desanimarla y, luego de convencerla de forma cariñosa de bajar de su escritorio, continuó trabajando en su computadora mientras ella se alejaba a su puesto con una sonrisa en los labios y la convicción de que en poco tiempo lo tendría a sus pies. La sorpresa de la repentina invitación dejó a Andrés pensando en otros temas y por unos minutos dejó de preguntarse el porqué de su silencio.

      El fin de semana, Marcelo sugirió ver una película de terror en su casa para levantar los ánimos tras la tormenta. Todo el grupo hizo acto de presencia y más de diez amigos estaban reunidos para ver la cuarta entrega de El Juego del Miedo, estrenada hacía un par de semanas en el cine y disponible en copias clandestinas gracias al amigo de un amigo de Marcelo.

      Iveth y su prometido llegaron temprano, Gabriela y Osvaldo que ya llevaban un par de meses saliendo juntos se unieron poco después. A la primera oportunidad, Iveth se acercó a Andrés que, sentado en el sofá con una copa de vino, conversaba con Marcelo sobre lo ocurrido con Cora.

      â€” ¿Interrumpo? —preguntó ella, sentándose al lado de su amigo y antes compañero de trabajo.

      â€” ¡Nunca! —dijo Marcelo, poniéndose de pie para abrir la puerta, que sonaba a pocos pasos de ellos.

      â€” ¿Y tú? ¿Has hablado con Virginia? ¿Sabes a qué hora viene? —inquirió Andrés, con un tono de fingida indiferencia al dirigirse a Iveth.

      â€”Su teléfono celular se descompuso con la tormenta y anoche, que hablé con ella, aún no lo habían reparado. ¿De verdad no han conversado ustedes dos? —preguntó Iveth, mientras observaba su reacción atentamente, pero él no estaba poniendo atención.

      Su mirada se dirigía a la puerta, por donde hacía su entrada Virginia, en un inolvidable vestido rojo, corto y de falda ancha, que dejaba al descubierto sus piernas lindas y bien formadas. Su cabello corto se agitaba con soltura mientras giraba la cabeza de un lado a otro saludando con un beso a todos y dejando discretas marcas de su labial rojo rubí en más de una mejilla. Cuando finalmente llegó al sofá tuvo que sostener su falda para agacharse a saludar a Iveth y luego a Andrés, que se apuró en ponerse de pie, como le habían enseñado sus padres que se hace cuando una dama entra al salón.

      Se encontraron a medio camino y sus rostros quedaron muy cerca… demasiado cerca. La película ya iba a comenzar.

      Capítulo 10

      Las gotas de sudor comenzaron a empapar su frente y minutos después la escuchó gritar ahogadamente: « ¡Suéltame!». La tenía ligeramente abrazada y pensó que se dirigía a él. Levantó su brazo y notó que seguía dormida; evidentemente estaba teniendo una pesadilla. Segundos después despertó por completo, visiblemente angustiada y ajena todavía al lugar donde se encontraba: los brazos de Andrés.

      Un impetuoso sol se colaba por las cortinas y con él una brisa ligera que las agitaba esporádicamente; no cerraron las puertas de cristal que daban acceso al patio trasero. Ambos se incorporaron sin saber exactamente qué decir.

      â€”Hace calor hoy. Buenos días… —dijo ella, interrumpiendo el silencio.

      â€” ¡Buenos días! Haré café. —respondió él, poniéndose de pie, no sin antes besar su cabeza, preguntándose qué habría estado soñando minutos antes.

      Virginia aprovechó para correr a su cuarto. Vestía la misma toalla y el traje de baño de la noche anterior, así que se dio una ducha. El agua fría recorrió su espalda y la espuma de baño con aroma a lavanda trajo de vuelta las imágenes de la noche anterior. Salió de la ducha y se envolvió en una elegante bata de baño blanca que colgaba de la puerta. ¿Qué habría pasado con el jacuzzi? Se preguntó mientras cepillaba sus dientes. Secaba su cabello cuando lo escuchó tocar anunciando que el café estaba listo.

      â€” ¡Puedes pasar! —dijo, mientras salía del cuarto de baño. Miró el reloj en el escritorio, apenas y marcaban las ocho de la mañana, si acaso habrían dormido unas tres o cuatro horas.

      â€” ¡Café! —exclamó Andrés extendiéndole una de las dos tazas azules que traía en la mano.

      â€”Gracias, me hace falta. ¿No dormimos mucho, verdad? —dijo Virginia con una sonrisa involuntaria dibujada en los labios.

      â€”Pues yo considero que tú dormiste bastante. ¿Tienes planes hoy? —preguntó Andrés, bajando por unos instantes la mirada.

      â€”Pues, déjame ver… Primero que nada, tengo que recordarte que llames al electricista. ¡Y luego… desayunar! ¡Muero de hambre! —respondió Virginia tomando un sorbo de café.

      Los separaban solo un par de pasos y Andrés los redujo cuando rodeó su cintura con su mano libre, la atrajo hacia su pecho y besó sus labios con ternura por apenas unos segundos.

      â€”Hueles a lavanda… —le dijo él mientras acariciaba su espalda.

      â€”Hueles a café… —le respondió ella mientras lo empujaba fuera de la habitación para cambiarse.

      Quedaron en verse unos minutos después para desayunar juntos. Virginia no podía creer lo que estaba ocurriendo en aquel momento, no es que en realidad hubiera pasado algo extraordinario, apenas se habían besado, pero lo que sentía cada vez que él la tocaba era algo que hacía muchos años no experimentaba. Su corazón latía como el de una quinceañera entusiasmada con su primer amor y parecía insensato hasta para ella, una empedernida romántica que guardaba un ejemplar en capa dura de Orgullo y Prejuicio en su mesita de noche.

      Aprovechó para escribir un mensaje a su hija Noelia, que pasaba las vacaciones en Sídney, Australia, con su padre y abuelos paternos. Estar lejos de ella por todo un mes al principio le resultó una agonía, pero era consciente de que no tenía derecho a anteponer sus intereses a los de su hija y Dios sabía que su exmarido ya sufría bastante con no poder estar con la niña todo el tiempo.

      Su matrimonio duró casi cuatro años, Noelia tenía dos cuando Virginia decidió poner fin a la relación, ahora la niña tenía cuatro. Nunca quiso irse a vivir a Sídney con el padre de su hija; no era parte del trato. Tal vez nunca lo amó lo suficiente como para dejarlo todo por él, que la amaba demasiado y sí había dejado su familia y su país por ella. Noah era el representante de una universidad australiana que auspiciaba un programa de becas. Pasaba al menos la mitad del año trabajando con las solicitudes, evaluaciones y entrevistas de los candidatos. En ocasiones impartía charlas motivacionales a los estudiantes de la universidad local que fungía como socio estratégico. Así se conocieron. Virginia acompañaba a Iveth a una de las charlas, pues se había divorciado hacía poco y estaba deseosa de alejarse de todo y de todos. A unas semanas de finalizar la maestría en negocios que cursaban juntas, vieron el anuncio de la charla y entraron a oírla.

      El apuesto australiano llevaba el cabello largo y rubio sostenido en el cuello con una liga, a pesar de que algunos mechones se resbalaban y colgaban


Скачать книгу