Un Mar De Armaduras . Морган Райс

Un Mar De Armaduras  - Морган Райс


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gritó y gritó mientras el dolor la hacía pedazos.

      Yacía de espaldas en el campo de flores silvestres, le dolía su estómago más de lo que imaginaba posible, destrozándola, pujando, tratando de sacar al bebé. Una parte de ella deseaba que todo terminara, que pudiera llegar a un lugar seguro antes de que el bebé llegara. Pero una parte mayor de ella sabía que el bebé estaba llegando, le gustara o no.

      Por favor, Dios, ahora no, rezó ella. Sólo unas horas más. Déjanos llegar a un lugar seguro, primero.

      Pero el destino no lo quería así. Gwendolyn sintió otro tremendo dolor a través de su cuerpo, y se reclinó y gritó cuando sintió al bebé girar dentro de ella, a punto de salir. Ella sabía que era imposible que pudiera detenerlo.

      En cambio, Gwen pujó, obligándose a respirar como las enfermeras le habían enseñado, tratando de ayudarlo a salir. Sin embargo, no parecía estar funcionando, y gimió en agonía.

      Gwen se sentó una vez más y miró a su alrededor buscando cualquier señal de que hubiera alguna persona.

      "¡AUXILIO!", gritó con toda la fuerza de sus pulmones.

      No hubo ninguna respuesta. Gwen estaba en medio de los campos de verano, muy lejos de alma alguna, y su grito fue absorbido por los árboles y el viento.

      Gwen siempre trató de ser fuerte, pero tuvo que admitir que estaba aterrorizada. Menos por sí misma y más por el bebé. ¿Qué pasaría si nadie los encontraba? Aunque pudiera parir por sí misma, ¿cómo sería capaz de irse de este lugar con el bebé? Tenía el mal presentimiento de que ella y el bebé morirían.

      Gwen pensó en el Mundo de las Tinieblas, en ese momento fatídico con Argon cuando ella lo había liberado, la elección que tuvo que hacer. El sacrificio. La opción insoportable que había sido forzada a tomar, teniendo que elegir entre su esposo y su bebé. Lloró, recordando la decisión que había tomado. ¿Por qué la vida siempre exigía sacrificios?

      Gwendolyn sostuvo el aliento mientras el bebé de repente cambiaba de posición dentro de ella; un dolor severo resonó desde la parte superior de su cabeza hasta los pies. Sentía como si fuera un árbol de roble partiéndose en dos desde el interior.

      Gwendolyn se acercó y gimió mientras miraba al cielo, tratando de imaginarse en cualquier lugar, menos aquí. Ella trató de aferrarse a algo en su mente, algo que le diera una sensación de paz.

      Pensó en Thor. Se veía junto con él, cuando se conocieron por primera vez, caminando a través de estos mismos campos, agarrados de la mano, Krohn saltando a sus pies. Ella intentó llevar la imagen a la vida en su mente, tratado de concentrarse en los detalles.

      Pero no estaba funcionando. Abrió los ojos con un sobresalto, el dolor la hacía volver a la realidad. Se preguntaba cómo había terminado aquí, en este lugar, sola – entonces se acordó de Aberthol, hablándole de su madre moribunda, de haber corrido para ir a verla. ¿Su madre también estaba muriendo en ese momento?

      De repente, Gwen gritó, sintiendo que estaba muriendo, y miró hacia abajo y vio la corona de la cabeza del bebé emergiendo. Ella se reclinó y gritó mientras pujaba y pujaba, sudando, con la cara de un tono rojo brillante.

      Hubo un último pujido, y de repente, un llanto atravesó el aire.

      Era el llanto de un bebé.

      De repente, el cielo se ennegreció. Gwen miró hacia arriba y vio con miedo cómo el día perfecto de verano, sin previo aviso, se convirtió en noche. Vio como los dos soles de repente fueron eclipsados por las dos lunas.

      Un eclipse total de ambos soles. Gwen casi no lo podía creer: ella sabía que sólo sucedía una vez cada diez mil años.

      Gwen observó con terror cómo se encontraba inmersa en la oscuridad. De repente, el cielo se llenó de relámpagos, los rayos parpadeaban, y Gwen sintió que le arrojaban pequeñas bolitas de hielo. Ella no entendía lo que estaba sucediendo, hasta que finalmente se dio cuenta de que estaba granizando.

      Ella sabía que todo esto era un enorme presagio, que todo ocurría en el momento preciso del nacimiento de su bebé. Ella miró hacia abajo al bebé y supo de inmediato que era más poderoso de lo que ella podría entender. Que él era de otro reino.

      Cuando nació, llorando, Gwen instintivamente estiró la mano y lo sujetó, tirando de su pecho antes de que pudiera deslizarse en el pasto y el lodo, protegiéndolo de la lluvia, mientras lo envolvía en sus brazos.

      Él gemía, y al hacerlo, la tierra comenzó a temblar. Ella sintió la tierra temblar, y a lo lejos, vio rocas rodando por las laderas. Podía sentir el poder de este niño fluyendo a través de ella, afectando a todo el universo.

      Mientras Gwen lo sujetaba con fuerza, se sentía más débil a cada momento; sentía que perdía mucha sangre. Se sintió mareada, demasiado débil para moverse, apenas lo suficientemente fuerte para sostener a su bebé, que no paraba de llorar en su pecho. Apenas podía sentir sus propias piernas.

      Gwen tuvo un mal presentimiento de que moriría allí, en estos campos, con este bebé. Ya no se preocupaba por ella misma – pero no podía imaginar la idea de que su bebé muriera.

      "¡NO!", gritó Gwen, convocando hasta el último poco de fuerza que tenía, para protestar a los cielos.

      Mientras Gwen dejaba caer su cabeza hacia atrás, tirada en el suelo, un grito llegó en respuesta. No fue un grito humano. Era el de una criatura antigua.

      Gwen comenzó a perder la conciencia. Ella miró hacia arriba, sus ojos se fijaban en ella y vio aparecer algo desde los cielos. Era una bestia enorme, bajando hacia ella, y se dio cuenta que era una criatura que ella amaba.

      Ralibar.

      Lo último que vio Gwen, antes de que sus ojos se cerraran para siempre, fue a Ralibar, bajando hacia ella, con sus enormes y brillantes ojos verdes y sus escamas rojas y antiguas, con sus garras extendidas y apuntando hacia ella.

      CAPÍTULO DOS

      Luanda estaba paralizada, en estado de shock, mirando el cadáver de Koovia, todavía con la daga ensangrentada en la mano, sin poder creer lo que había hecho.

      Todo el salón de banquetes quedó en silencio y la miraron, sorprendidos, nadie se movió ni un instante. Todos miraban el cadáver de Koovia a sus pies, el intocable Koovia, el gran guerrero del Reino McCloud, segundo solamente en destreza al rey McCloud y la tensión era tan gruesa en la sala, que podría cortarse con un cuchillo.

      Luanda era la más sorprendida de todos. Sintió su mano ardiente, con la daga todavía en ella, sintió una acometida de calor, entusiasmada y aterrorizada por haber matado a un hombre. Ella estaba, más que nada, orgullosa de haberlo hecho, orgullosa de haber detenido a este monstruo antes de que él pudiera poner las manos sobre su esposo o de la novia. Obtuvo lo que merecía. Todos esos McCloud eran salvajes.

      Hubo un grito repentino y Luanda volteó a ver al guerrero líder de Koovia, a pocos metros de distancia, irrumpiendo repentinamente en acción, con la venganza en sus ojos y corriendo hacia ella. Levantó su espada por lo alto y la dirigió hacia su pecho.

      Luanda estaba aún demasiado entumecida para reaccionar, y este guerrero se movió rápidamente. Ella se preparó, sabiendo que en un momento, sentiría el frío acero perforando su corazón. Pero a Luanda no le importaba. Lo que pasara con ella ahora ya no importaba ahora que había matado a ese hombre.

      Luanda cerró sus ojos cuando el acero bajó, lista para la muerte – y en cambio, se sorprendió al escuchar un repentino sonido metálico.

      Ella abrió los ojos y vio a Bronson avanzando, levantando su espada y bloqueando el golpe del guerrero. Eso la sorprendió; no pensó que él podía hacer eso, o que, con su mano buena, pudiera dar un golpe tan poderoso. Sobre todo, estaba muy emocionada para darse cuenta de que se preocupaba lo suficiente por ella para arriesgar su propia vida.

      Bronson blandió hábilmente su espada alrededor e incluso con sólo una mano; tenía tal habilidad y fuerza que se las arregló para apuñalar al guerrero en el corazón, matándolo en el acto.

      Luanda


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