Esperando . Блейк Пирс

Esperando  - Блейк Пирс


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DIECINUEVE

       CAPÍTULO VEINTE

       CAPÍTULO VEINTIUNO

       CAPÍTULO VEINTIDÓS

       CAPÍTULO VEINTITRÉS

       CAPÍTULO VEINTICUATRO

       CAPÍTULO VEINTICINCO

       CAPÍTULO VEINTISÉIS

       CAPÍTULO VEINTISIETE

       CAPÍTULO VEINTIOCHO

       CAPÍTULO VEINTINUEVE

       CAPÍTULO TREINTA

       CAPÍTULO TREINTA Y UNO

       CAPÍTULO TREINTA Y DOS

       CAPÍTULO TREINTA Y TRES

       CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO

       CAPÍTULO TREINTA Y CINCO

       CAPÍTULO TREINTA Y SEIS

       CAPÍTULO TREINTA Y SIETE

       CAPÍTULO TREINTA Y OCHO

       CAPÍTULO TREINTA Y NUEVE

       CAPÍTULO CUARENTA

       CAPÍTULO CUARENTA Y UNO

       CAPÍTULO CUARENTA Y DOS

       CAPÍTULO CUARENTA Y TRES

       CAPÍTULO CUARENTA Y CUATRO

      PRÓLOGO

      Janet Davis no estaba consciente de nada excepto el terrible dolor que sentía en su cráneo. Se sentía como si alguien estuviera martillando su cabeza.

      Tenía los ojos cerrados. Cuando trató de abrirlos, una luz blanca deslumbrante la cegó, así que tuvo que volverlos a cerrar.

      La luz se sentía caliente en su rostro.

      «¿Dónde estoy? —se preguntó—. ¿Dónde estaba antes... antes de que esto pasara?»

      Entonces comenzó a recordarlo todo…

      Había estado tomando fotografías en las marismas cerca del parque Lady Bird Johnson. Los narcisos del parque ya no deberían estar floreciendo a esta fecha de verano, pero las hojas de cornejo estaban muy verdes y se veían hermosas en el atardecer.

      Había estado en el puerto deportivo fotografiando los barcos oscuros y la hermosa sombra de la puesta de sol en el agua cuando oyó pasos acercándose rápidamente por detrás. Antes de que pudiera darse la vuelta, sintió un golpe detrás de su cabeza, la cámara salió volando de sus manos y…

      «Perdí el conocimiento, supongo», pensó.

      Pero ¿dónde estaba ahora?

      Estaba demasiado atontada, tanto así que no se sentía asustada. Pero sabía que pronto estaría aterrorizada.

      Cayó en cuenta de que estaba tumbada de espaldas sobre una superficie dura.

      No podía mover los brazos ni las piernas. Tenía las manos y los pies entumecidos debido a que tenía las muñecas y los tobillos atados.

      Pero la sensación más extraña era de unos dedos sobre su rostro, restregando algo suave y húmedo en su piel caliente.

      Logró decir con mucho esfuerzo: —¿Dónde estoy? ¿Qué estás haciendo?

      Al no obtener respuesta, torció la cabeza para tratar de escapar del movimiento molesto de los dedos pegajosos.

      En ese momento, oyó una voz masculina susurrar: —No te muevas.

      No tenía intención de quedarse quieta. Siguió retorciéndose hasta que dejó de sentir los dedos sobre su rostro.

      Oyó un suspiro desaprobador. Entonces la luz se movió, por lo que ya no estaba brillando sobre su cara.

      —Abre los ojos —dijo la voz.

      Cuando lo hizo, vio la hoja reluciente de un cuchillo de carnicero frente a ella.

      La punta del cuchillo se acercó más y más a su cara, haciendo que sus ojos se cruzaran. Ahora veía dos hojas.

      Janet jadeó, y la voz volvió a susurrar: —No te muevas.

      Ella se congeló, pero un espasmo de terror sacudió su cuerpo.

      La voz siseó: —Te dije que te quedaras quieta.

      Hizo que su cuerpo se aquietara. Tenía los ojos abiertos, pero la luz era dolorosamente brillante y caliente, y no podía ver nada con claridad.

      El cuchillo se alejó, y los dedos volvieron a frotar su rostro, esta vez alrededor de sus labios. Ella apretó los dientes tan fuerte que podía oírlos rechinar.

      —Ya casi —dijo la voz.

      A pesar del calor, Janet estaba temblando de miedo.

      Los dedos comenzaron a presionar alrededor de sus ojos, y ella tuvo que cerrarlos de nuevo para que lo que el hombre estaba frotando en su cara no se metiera en ellos.

      Luego los dedos se alejaron de su cara y pudo abrir los ojos de nuevo. Ahora podía distinguir la silueta de una cabeza grotesca moviéndose en la luz resplandeciente.

      Sintió un sollozo aterrorizado salir de su garganta.

      —Suéltame —dijo ella—. Suéltame, por favor.

      El hombre no dijo nada. Lo sintió toqueteando su brazo izquierdo ahora, atando algo elástico alrededor de su bíceps y luego apretándolo dolorosamente.

      Janet entró en pánico y trató de no imaginar lo que estaba a punto de pasar.

      —No —dijo ella—. No lo hagas.

      Sintió un dedo en su recodo y luego el dolor intenso de una aguja perforando una de sus arterias.

      Janet soltó un grito de terror y desesperación.

      Cuando sintió la aguja salir, algo extraño pasó dentro de ella.

      Su grito de repente se convirtió en risas.

      Se estaba riendo descontroladamente, llena de una euforia loca que nunca había experimentado antes.

      Se sentía invencible ahora e infinitamente fuerte y poderosa.

      Pero cuando volvió a tratar de liberarse de las ataduras alrededor


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