Un Rastro de Vicio . Блейк Пирс

Un Rastro de Vicio  - Блейк Пирс


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estaba dispuesto.

      —Lo pensé también al principio —dijo Hillman—, pero ellos fueron muy convincentes en cuanto a que su hija no se ausentaría por tanto tiempo sin reportarse. Intentaron también verificar su localización usando el GPS de su teléfono inteligente. Estaba apagado.

      —Eso es un poco extraño, pero aun así —insistió Ray.

      —Escuchen, puede que no sea nada. Pero ellos fueron muy insistentes, y habían entrado en pánico incluso. Y ellos hicieron notar que la política de estar desaparecido por veinticuatro horas antes de emprender una búsqueda no se aplica a los menores. Ustedes dos no tienen casos urgentes en este momento, así que les ordeno que vayan allá y les tomen la declaración. Diablos, la chica puede haber regresado a casa cuando ustedes lleguen. Pero no estará de más. Y esto les cubrirá las espaldas en el caso improbable de que haya algo.

      —Suena como un plan para mí —dijo Keri, incorporándose, la boca llena con el último resto de la ensalada.

      —Por supuesto que me suena bien —musitó Ray, mientras copiaba la dirección que le daba Hillman—. Otra persecución de ganso salvaje a la que arrastrarme.

      —Sabes que te encanta —dijo Keri saliendo antes que él.

      —¿Podrían ambos ser un poco más profesionales cuando vean a los Caldwells? —gritó tras ellos Hillman a través de la puerta abierta— Me gustaría que ellos pensaran que al menos simulamos que los tomamos en serio.

      Keri echó su contenedor de ensalada en la basura y se encaminó hacia el estacionamiento. Ray tuvo que trotar para alcanzarla. Cuando llegaron a la salida, él se inclinó y le susurró.

      —No creas que te has librado sea lo que sea ese secreto que me ocultas. Puedes decírmelo ahora o puedes decírmelo después. Pero sé que algo pasa contigo.

      Keri intentó no reaccionar de manera visible. Algo estaba pasando. Y ella planeaba enterarlo cuando fuera seguro hacerlo. Pero necesitaba conseguir una locación más segura para contarle a su pareja, su mejor amigo, su potencial novio, que ella estaba a punto de finalmente atrapar al secuestrador de su hija.

      CAPÍTULO DOS

      En cuanto se detuvieron delante de la casa de los Caldwells, Keri sintió una punzada en el estómago.

      Sin importar con cuánta frecuencia se reuniera con la familia de un niño posiblemente secuestrado, siempre se dejaba transportar hasta esa primera vez cuando vio cómo su propia pequeña, de solo ocho años, era llevada a través del brillante verdor del césped de un parque por un malévolo extraño con gorra de béisbol, calada de tal manera que le ocultaba el rostro.

      Sintió ahora cómo subía por su garganta el mismo y familiar pánico que experimentó al perseguir al hombre por el estacionamiento de grava y verle arrojar a Evie al interior de su van de color blanco como si fuera una muñeca de trapo. Revivió el horror de ver cómo el adolescente que intentó detener al hombre era apuñalado hasta morir.

      Hizo un gesto ante el recuerdo del dolor que sintió al correr con los pies descalzos sobre la grava, ignorando los fragmentos afilados de roca que se enterraban en sus pies, mientras trataba de darle alcance a la van que estaba acelerando y ya se alejaba. Recordó la sensación de impotencia que la arropó al darse cuenta que la van no tenía placas y que prácticamente no tenía ninguna descripción que darle a la policía.

      Ray estaba familiarizado con lo mucho que siempre la afectaba este momento y guardó silencio en el asiento de conductor, mientras ella recorría y trabajaba todo el ciclo de emociones y se rehacía para lo estaba por venir.

      —¿Estás bien? —preguntó, cuando vio que su cuerpo finalmente se relajaba un poco.

      —Casi —dijo, bajando el espejo de la visera y dándose un último vistazo para asegurarse de no lucir como un total desastre.

      La persona que la contemplaba se veía mucho más saludable de lo que ella había estado hacía apenas unos pocos meses. Ya no estaban los círculos negros que solía tener bajo sus ojos pardos, y estos ya no estaban inyectados de sangre. Su piel estaba menos manchada. Su cabello rubio cenizo, aunque recogido hacia atrás en una práctica coleta, no estaba grasoso y sin lavar.

      Keri se acercaba a su cumpleaños número treinta y seis, pero se veía mejor que nunca desde que Evie habías sido raptada cinco años antes. No estaba segura si era debido a la sensación de esperanza que albergaba desde que el Coleccionista había asomado hacía semanas que estaría en contacto.

      O quizás era la posibilidad real en el horizonte de un romance con Ray. Podía también haber sido la reciente mudanza de la destartalada casa bote que durante varios años había llamado hogar a un apartamento de verdad. O podría haber tenido que ver con la reducción en el consumo de grandes cantidades de whisky escocés de malta.

      Fuese lo que fuese, notaba que los hombres volvían sus cabezas con más frecuencia de la normal cuando ella iba a pie por esos días. Nada de eso le importaba, excepto que por primera vez sentía que tenía algo de control sobre su a menudo incontrolada vida.

      Subió la visera y volteó hacia Ray.

      —Lista —dijo.

      Al caminar hacia la puerta principal, Keri examinó la urbanización. Era la parte más septentrional de Westchester, adyacente a la autopista 405 y justo al sur del Centro Howard Hughes, un gran complejo comercial y de oficinas que dominaba el horizonte de esta parte de la ciudad.

      Westchester tenía la reputación de una urbanización de clase trabajadora, y la mayoría de los hogares era de tipo modesto, de una sola planta. Pero incluso esos habían subido mucho su costo en la última media docena de años. Como resultado de ello, la comunidad era una mezcla de veteranos que habían vivido allí por siempre, y familias jóvenes, de profesionales que no querían vivir en desarrollos hechos en serie sino en algún lugar con personalidad. Keri supuso que esta gente era de los segundos.

      La puerta se abrió antes de que llegaran al porche y de allí salió una pareja abiertamente preocupada. A Keri le sorprendió su edad. La mujer —pequeña, hispana, con el cabello adecuadamente corto— lucía a mitad de los cincuenta. Llevaba un hermoso pero bastante usado traje de oficina, y unos viejos pero inmaculados zapatos negros.

      El hombre era por lo menos treinta centímetros más alto que ella. Era blanco, con una calvicie que iba dejando mechones de rubio grisáceo, y espejuelos que colgaban de su cuello. Era al menos tan viejo como ella y probablemente cercano a los sesenta. Estaba vestido de manera más casual en comparación con ella, con unos cómodos pantalones y una camisa de cuadros nueva y bien planchada. Sus mocasines marrones estaban arañados y una de las trenzas no estaba hecha.

      —¿Son ustedes los detectives? —preguntó la mujer, alargando su mano para estrechar las de ellos antes de que se lo confirmaran.

      —Sí, señora —contestó Keri, tomando la iniciativa—. Soy la Detective Keri Locke del Departamento de Policía de Los Ángeles División Pacífico Unidad de Personas Desaparecidas. Esta es mi pareja, el Detective Raymond Sands.

      —Encantado de conocerles, amigos —dijo Ray.

      La mujer hizo un ademán mientras hablaba.

      —Gracias por venir. Mi nombre es Mariela Caldwell. Este es mi marido, Edward.

      Edward asintió pero no dijo nada. Keri tuvo la sensación de que no sabían por dónde empezar, así que tomó la iniciativa.

      —¿Por qué no nos sentamos en la cocina para que puedan contarnos qué es lo que les tiene tan preocupados?

      —Por supuesto —dijo Mariela, y les condujo por el estrecho pasillo adornado con fotos de una chica de cabello oscuro y cálida sonrisa. Habría al menos veinte fotos que cubrían su vida entera desde su nacimiento hasta el momento actual. Llegaron a un pequeño pero bien amueblado rincón para desayunar—. ¿Se les ofrece alguna cosa —café, un refrigerio?

      —No,


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