Canalla, Prisionera, Princesa . Морган Райс
con la cabeza. “El otro día la vi luchando en el Stade. Es dura la pequeña. Mató a un oso cubierto de espinas y a un combatiente. Aunque fue una lucha dura”.
A Berin se le tensó el corazón en el pecho al oírlo. ¿Tenían a Ceres luchando en la arena? Aunque sabía que luchar allí había sido su sueño, aquello no parecía su realización. No, aquello era algo más.
“Tengo que verla”, insistió Berin.
Varo inclinó la cabeza hacia un lado. “Como te dije, es complicado. Nadie entra a verla ahora. Órdenes de la reina”.
“Pero yo soy su padre”, dijo Berin.
Caxo extendió sus manos. “No hay mucho que nosotros podamos hacer”.
Berin pensó con rapidez. “¿No hay mucho que podáis hacer? ¿Eso fue lo que te dije cuando necesitaste que arreglara la empuñadura de tu lanza a tiempo para que tu capitán no viera que la habías roto?”
“Dijimos que no hablaríamos de ello”, dijo el guardia, con una mirada de preocupación.
“¿Y qué me dices de ti, Varo?” continuó Berin, presionando con su argumento antes de que el otro pudiera echarlo. “¿Dije que era “complicado” cuando necesitaste una espada que de verdad se adaptara a tu mano, mejor que lo que te dieron en el ejército?”
“Bueno…”
Berin no se detuvo. Lo importante era hacer presión para superar sus objeciones. No, lo importante era ver a su hija.
“¿Cuántas veces mi trabajo os ha salvado la vida?” exigió. “Varo, tú me contaste la historia de aquel líder bandido tras el que iba tu unidad. ¿De quién era la espada que usaste para matarlo?”
“Tuya”, confesó Varo.
“Y Caxo, cuando querías todas aquellas filigranas en tus grebas para impresionar a aquella chica con la que te casaste, ¿a quién acudiste?”
“A ti”, dijo Caxo. Berin vio cómo reflexionaba.
“Y esto fue antes de los días en que os seguía por todas partes cuando ibais de campaña militar”, dijo Berin. “Y cuando…”
Caxo levantó una mano. “De acuerdo, de acuerdo. Vamos al grano. La habitación de tu hija está más alejada. Te mostraremos el camino. Pero si alguien pregunta, solo te estamos acompañando hasta fuera del edificio”.
Berin dudaba que alguien preguntara, pero eso no importaba ahora mismo. Solo importaba una cosa. Iba a ver a su hija. Siguió a los dos a lo largo de los pasillos del castillo, hasta llegar finalmente a una puerta con rejas que estaba cerrada desde fuera. Como tenía la llave puesta en el cerrojo, la giró.
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