Soldado, Hermano, Hechicero . Морган Райс

Soldado, Hermano, Hechicero  - Морган Райс


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hacerlo ahora”.

      Ceres sabía que tenían razón, pero aún así era difícil ponerse en medio de tanta gente sabiendo que estaban esperando a que ella tomara una decisión. Pero, ¿qué sucedía si no lo hacía? ¿Qué sucedía si obligaba a uno de los demás a ponerse al mando?

      Ceres podía adivinar la respuesta. Notaba la energía de la multitud, por ahora reprimida, pero allí al fin y al cabo, como rescoldos ardientes a punto de estallar en un fuego incontrolable. Sin una dirección, aquello significaría saquear la ciudad, más muerte, más destrucción, y quizás incluso la derrota si las facciones que allí había estaban en desacuerdo.

      No, no podía permitir eso, incluso aunque todavía no estuviera segura de que lo pudiera hacer.

      “¡Hermanos y hermanas!” exclamó y, ante su sorpresa, la multitud que la rodeaba se quedó en silencio.

      Ahora la atención hacia ella parecía total, incluso comparada con lo que había sucedido antes.

      “¡Hemos ganado una gran victoria, todos nosotros!” ¡Todos vosotros! ¡Os enfrentasteis al Imperio, y arrancasteis la victoria de las mandíbulas de la muerte!”

      La multitud aclamó, y Ceres miró a su alrededor, permitiéndose un momento para asimilarlo.

      “Pero no es suficiente”, continuó. “Sí, ahora podríamos irnos a casa y hubiéramos conseguido mucho. Incluso podríamos estar a salvo durante un tiempo. Pero, al final, el Imperio y sus gobernantes vendrían a por nosotros, o a por nuestros hijos. Volveríamos a lo que había, o a algo peor. ¡Debemos acabar con esto, de una vez por todas!”

      “¿Y cómo vamos a hacerlo?” exclamó una voz entre la multitud.

      “Tomamos el castillo”, respondió Ceres. “Tomamos Delos. Y nos la hacemos nuestra. Capturamos a la realeza y paramos su crueldad. Akila, ¿vosotros vinisteis aquí por mar?”

      “Así es”, dijo el líder rebelde.

      “Entonces, tú y tus hombres id hacia el puerto y aseguraos de que lo tenemos controlado. No quiero que los imperiales se escapen para ir a buscar un ejército para atacarnos, o que una flota se cuele y se nos eche encima”.

      Vio que Akila decía que sí con la cabeza.

      “Así lo haremos”, le aseguró.

      La segunda parte era más difícil.

      “Todos los demás, venid conmigo al castillo”.

      Señaló hacia donde estaba la fortificación, por encima de la ciudad.

      “Durante demasiado tiempo, ha sido un símbolo del poder que tienen sobre vosotros. Hoy, lo tomaremos”.

      Dio un vistazo a la multitud, intentando calibrar su reacción.

      “Si no tenéis arma, conseguid una. Si estáis demasiado heridos, o no queréis hacer esto, no es ninguna deshonra quedarse, ¡pero si venís, podréis decir que estuvisteis allí el día en que Delos consiguió su libertad!”

      Hizo una pausa.

      “¡Pueblo de Delos!” gritó, con voz retumbante. “¿¡Estáis conmigo!?”

      El rugido que dio la multitud por respuesta fue suficiente para dejarla sorda.

      CAPÍTULO TRES

      Estefanía se agarraba al barandal de su barca, sus nudillos estaban tan blancos como la espuma del mar. No estaba disfrutando del viaje por el mar. Solo pensar en la venganza a la que esto la podía llevar lo hacía agradable.

      Ella era uno de los altos nobles del Imperio. Cuando había emprendido largos viajes antes, lo había hecho en camarotes de lujo individuales de grandes galeras, o en carruajes con almohadas en medio de convoys bien protegidos, no compartiendo el espacio en una barca que parecía demasiado diminuta en comparación con la vasta amplitud del océano.

      Sin embargo, no era solo su comodidad lo que lo hacía difícil. Estefanía se enorgullecía de ser más fuerte de lo que la gente pensaba. No se iba a quejar solo porque aquella barca con agujeros se movía con cada ola, o por lo que parecía ser una dieta sin fin a base de pescado y carne salada. No iba a quejarse ni de su hedor. En circunstancias normales, Estefanía hubiera cubierto su rostro con su mejor sonrisa fingida y hubiera seguido con ello.

      Su embarazo lo hacía más difícil. Estefanía imaginaba que ahora podía sentir a su hijo creciendo en su interior. El hijo de Thanos. Su arma perfecta contra él. Suyo. Era algo que apenas parecía real cuando lo oyó por primera vez. Ahora que el embarazo agravaba cualquier indicio de enfermedad y que hacía que la comida supiera peor de lo habitual, todo parecía demasiado real.

      Estefanía observaba cómo Felene trabajaba en la parte delantera de la barca, junto a su doncella, Elethe. Había un contraste muy grande entre las dos. La marinera, ladrona y todo lo demás con sus bastos calzones y su sayo, con el pelo trenzado a la espalda. La doncella con sus sedas cubierta por una capa, con el pelo más corto, enmarcando con suavidad unos rasgos oscuros, proporcionándoles una elegancia a la que la otra mujer no podía aspirar.

      Felene parecía estar pasándolo en grande mientras cantaba una saloma de tal ingeniosa vulgaridad, que Estefanía estaba segura de que lo hacía intencionadamente para provocarla. O esto, o esta era la idea que Felene tenía del cortejo. Había visto algunas de las miradas que le echaba a su doncella.

      Y a ella, pero al menos eran mejores que las miradas de sospecha. Al principio eran muy escasas, pero cada vez eran más frecuentes, y Estefanía podía imaginar por qué. El mensaje que había mandado para atraer a Thanos decía que se había tomado la poción de Lucio. En aquel momento, parecía la mejor manera de hacerle daño, pero ahora, significaba que debía esconder las señales de un embarazo que parecía decidido ahora a darse a conocer. Incluso aunque no tenía las cercanas molestias constantes a tener en cuenta, Estefanía estaba segura de poder notar que se estaba hinchando como una ballena, que sus vestidos le apretaban más con cada día que pasaba.

      No podía esconderlo para siempre, lo que significaba que probablemente tendría que matar a la marinera preferida de Thanos en algún momento. Quizás podría hacerlo ahora, ir hacia donde estaba aquella mujer y tirarla por la borda de la barca. O podría ofrecerle una bota. Incluso con la prisa con la que tuvo que marchar, Estefanía todavía tenía suficientes pociones a mano para encargarse de una legión de enemigos potenciales.

      Incluso podría mandar a su doncella que lo hiciera. A fin de cuentas, Elethe era buena con los cuchillos, aunque desde que estuvo presa de la marinera cuando Estefanía las encontró en los muelles, quizás no lo era lo suficiente.

      Aquella duda fue suficiente para que Estefanía se detuviera. Aquello no era el tipo de cosa en la que podía permitirse un error. Habría ocasión para enmendarlo. Tan lejos de otros recursos, un fallo no significaría una retirada tranquila. Podría significar su muerte.

      En cualquier caso, todavía estaban muy lejos de tierra. Estefanía no sabía manejar la barca y mientras su doncella posiblemente sería una guía útil en las tierras de Felldust, seguramente no podría llevarlas a través del océano hasta ella. Necesitaba las habilidades de la marinera, tanto para encontrar tierra de manera segura como para llevarlas al trozo de tierra correcto. Había cosas que Estefanía necesitaba encontrar, y no podía hacerlo si no podía ni llegar a la tierra que hacía generaciones que era la aliada del Imperio.

      Estefanía fue hacia ellas y, por un instante, pensó en empujar a Felene igualmente, simplemente porque parecía sorprendentemente leal a Thanos. No era un rasgo que Estefanía esperara de una ladrona confesa, y quería decir que probablemente el soborno no sería una opción. Lo que solo dejaba medios más violentos.

      Aún así, cuando Felene se giró hacia ella, Estefanía forzó una sonrisa.

      “¿Cuánto tiempo más tenemos que seguir?” preguntó.

      Felene levantó las manos como un comerciante que equilibra las


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