Un Beso Para Las Reinas . Морган Райс

Un Beso Para Las Reinas  - Морган Райс


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      —¿De verdad te parezco un barco lleno de enemigos? —replicó Rose—. Ahora, ¿puedo continuar entregando los informes que se supone que debo entregar? Hace horas que busco una ciudad con esa excusa. Ni tan solo puedo encontrar el buque insignia.

      Vio que el hombre señalaba con el dedo.

      —Por allí —dijo.

      —Gracias.

      A Rose se le daba bien fingir ser quien no era. Algunos pensaban que los asesinos debían de ser que se abrían camino luchando en un ejército. o que disparaban una flecha desde más lejos de lo que un hombre podía ver. A ella le gustaban estas historias. Significaba que no buscaban a la persona inofensiva que estaba a su lado y que acababa de ponerles algo en el vino.

      —Pero esta vez no hay ocasión de hacerlo —se dijo a sí misma.

      No estaba segura de que Milady d’Angelica hubiera entendido lo que ella pedía cuando la mandó a hacer esto. Sinceramente, dudaba que a la noble le importara. Pero existía una gran diferencia entre envenenar a un rival en Ashton y colarse en un barco en medio de una flota de batalla.

      Especialmente en una donde se rumoreaba que los que mandaban tenían magia.

      Esa era la parte que la aterrorizaba de todo esto. ¿Cómo se suponía que iba a colarse en un barco donde la gente podía leer los pensamientos asesinos que había en su interior? ¿Dónde podían percibir que se acercaba y probablemente mandar espectros chillando tras su alma? Eso significaba que su estrategia habitual de disfrazarse y mentir se descartaba, para empezar.

      —Debería remar hasta llegar a tierra firme —murmuró Rose. ¿Qué clase de idiota se mete en medio de una batalla como esta por propia elección? Sin embargo, continuó en dirección al buque insignia por tres razones.

      Una era que le pagaban bien por ello. Demasiado bien para no tenerlo en cuenta. Otra era que, a pesar de sus habilidades con un cuchillo y un dardo envenenado, sospechaba que Milady d’Angelica sería una enemiga peligrosa. La tercera… bueno, la tercera era sencilla:

      Se le daba bien.

      Rose detuvo la pequeña barca muy cerca del buque insignia, allí donde tan solo era una sombra más en la oscuridad. Se sacó los colores de Ishjemme, dejó al descubierto la ropa negra que llevaba debajo y se metió en las aguas de la bahía.

      El frío hacía que saliera vapor de su cuerpo, mientras ella intentaba no pensar en toda la porquería que se vertía desde las alcantarillas de Ashton a su río y después al mar. Ignoró la idea de las otras cosas que también podría haber en el agua, los tiburones y otros depredadores que se estarían reuniendo para ir en busca de comida tras la batalla. Tal vez su presencia fuera algo bueno, para esconder su intención asesina con la suya propia ante cualquier mente curiosa.

      Rose avanzó con lentitud con suaves brazadas, agachando la cabeza cada vez que pensaba que alguien podría estar mirando en su dirección, ignorando el gusto repugnante del agua del mar. Parecía que no llegaba nunca al buque insignia, su movimiento dejaba ir un ligero oleaje que la sacudía a medida que se acercaba a él.

      Por fin, tocó la madera del casco con los dedos y buscó los asideros tal y como otra persona podría haber trepado por la pared de una roca. Rose se movía lentamente, decidida a no hacer ningún ruido, incluso intentando clamar sus pensamientos para que no delataran ante los que tenían magia.

      Levantó lo suficiente la cabeza como para ver a un centinela moviéndose por la cubierta. Ella se agachó, escuchando el ritmo de sus paso y dejó que pasara. Continuó sin moverse. En su lugar, esperó a que pasara dos veces más, hasta aprenderse el patrón. Alguien que fuera más estúpido podría haber subido corriendo a cubierta la primera vez, y lo hubieran pillado por ello. Rose había aprendido cuándo había que ser paciente.

      La tercera vez que el centinela pasó por delante, se coló tras él y se sacó un trozo de alambre de garrote de la manga. El hombre era más alto que ella, pero Rose estaba acostumbrada a eso. En un instante le puso el alambre alrededor del cuello, tiró de él con fuerza y le puso la rodilla contra su espalda para derribarlo. No tuvo tiempo de gritar mientras el alambre hacía un corte profundo, tan solo se le escapó un breve jadeo.

      Rose tiró el cuerpo del guardia al agua, intentándolo hacer lo más silenciosamente posible. Era una pena tener que matar a alguien que no era su blanco, pero la vigilancia del hombre dejaba muy pocos espacios, muy pocos huecos en los que podría colarse cuando llegara el momento de escapar. Guardó su garrote. No lo usaría a continuación.

      —Ahora sigilosamente —se susurró a sí misma mientras se dirigía a toda prisa bajo cubierta.

      Puede que no tuviera la magia que decían que tenían los de aquí para averiguar los pensamientos de los demás, pero tenía ojos para identificar las sombras de cuerdas enroscadas y armas amontonadas en la oscuridad por allí cerca, oídos para buscar la respiración de los hombres que dormían, diferenciando cuidadosamente entre los que estaban profundamente dormidos y los que podrían despertarse si se acercaba demasiado. Caminaba sobre las puntas de los dedos, manteniéndose a las sombras mientras pasaba por delante de los sitios donde estaban tumbados los soldados rasos, en dirección al lugar donde estaría su objetivo.

      Rose abría las puertas en silencio en la oscuridad y miraba a los tipos que estaban allí durmiendo, en busca del que había sido mandada a buscar. Encontró su blanco en una habitación marcada con los colores de Ishjemme: la habitación de un líder, la habitación de un gobernante. Abrió la puerta de golpe silenciosamente.

      Delante de ella, se encendió una vela, dejando al descubierto a Lars Skyddar, sentado en una silla de mar, con una espada encima del regazo.

      —Has venido a por mí —dijo.

      Rose pensó en sus posibilidades. ¿Podía correr? ¿Podía escapar de este barco antes de que este hombre trajera a toda una tripulación para enfrentarse a ella?

      —¿Cómo supo que iba a venir? —preguntó ella—. No hice ningún ruido.

      —Hace mucho tiempo, me dijeron que me enfrentaría a la muerte la noche antes de nuestra mayor batalla, y que debía enfrentarme solo. He sabido que este momento iba a llegar desde que llegaron mis sobrinas.

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