Una Corte para Los Ladrones . Морган Райс

Una Corte para Los Ladrones  - Морган Райс


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le lanzó una mirada fulminante, para intentar encontrar alguna mota de humanidad en algún lugar con el contacto. No pudo encontrar nada, tan solo crueldad disfrazada de firmeza necesaria y maldad fingiendo ser deber, sin tan solo una real convicción detrás. A la Hermana O’Venn simplemente le gustaba hacer daño a los débiles.

      Entonces hizo daño a Sofía y ella no pudo hacer nada, excepto gritar.

      Se lanzó contra las cuerdas, intentando romperlas para liberarse o, por lo menos, encontrar una pizca de espacio en el que escapar del azote que le arrancaba la penitencia. Pero no podía hacer nada, excepto gritar, suplicando en silencio en la madera que mordía mientras su poder mandaba gritos a la ciudad, con la esperanza de que su hermana los oiría en algún lugar de Ashton.

      No hubo respuesta con excepción del silbido constante del cuero trenzado en el aire y el azote del mismo contra su espalda ensangrentada. La monja enmascarada la golpeó con una fuerza aparentemente interminable, más allá del punto en el que las piernas de Sofía podían sujetarla y más allá incluso del punto en el que le quedaban fuerzas para gritar.

      En algún punto tras esto, debió haber perdido el conocimiento, pero eso no cambió nada. En aquel punto, incluso las pesadillas de Sofía eran violentas, devolviéndole los viejos sueños de una casa en llamas y hombres a los que tenía que dejar atrás. Cuando volvió en sí, habían terminado, los demás hacía tiempo que se habían marchado.

      Todavía atada sin poder moverse, Sofía lloraba mientras la lluvia se llevaba la sangre de su castigo. Hubiera sido fácil creer que no podía empeorar, salvo que sí que podía.

      Podía empeorar mucho.

      Y, mañana, lo haría.

      CAPÍTULO DOS

      Catalina estaba por encima de Ashton y observaba cómo ardía. Había pensado que estaría feliz de verla desaparecer, pero no era solo la Casa de los Abandonados o los espacios donde los trabajadores del muelle guardaban sus barcazas.

      Era todo.

      La madera y la paja de los tejados prendieron en llamas y Catalina podía sentir el pánico de la gente que había dentro del amplio círculo de casa. Los cañonazos rugían por encima de los gritos de los moribundos, y Catalina veía hileras de edificios caer con la misma facilidad que si estuvieran hechos de papel. Sonaban los trabucos, mientras las flechas llenaban el aire tan densamente que costaba ver el cielo a través de ellas. Caían, y Catalina caminaba a través de aquella lluvia con la extraña y distante calma que solo puede venir de estar en un sueño.

      No, no en un sueño. Esto era algo más.

      Cualesquiera que fueran los poderes de la fuente de Siobhan, ahora atravesaban a Catalina y ella veía la muerte por todas partes a su alrededor. Los caballos corrían por las calles, los jinetes atacaban hacia abajo con sables y espadas. Los gritos provenían de todas partes a su alrededor hasta que parecían llenar la ciudad con la misma certeza que lo hacía el fuego. Incluso el río parecía estar en llamas ahora, aunque cuando Catalina miró, vio que eran las barcazas las que llenaban su amplia extensión, el fuego saltaba de una a otra mientras los hombres luchaban por escapar. Catalina había estado en una barcaza y podía imaginar lo aterradoras que debían ser esas llamas.

      Había siluetas que corrían por las calles, y era fácil distinguir a los aterrados habitantes de la ciudad de las siluetas vestidas con uniformes color ocre que los perseguían con espadas, dándoles hachazos mientras escapaban. Catalina nunca había visto saquear una ciudad, pero esto era algo horrible. Era violencia por violencia, sin señal de detenerse.

      Ahora había filas de refugiados más allá de la ciudad, dirigiéndose con las posesiones que podían llevar encima en largas filas hacia el resto del país. ¿Buscarían refugio en las Vueltas o irían más lejos, hacia ciudades como Treford o Barriston?

      Entonces Catalina vio que los jinetes se les echaban encima y supo que no llegarían tan lejos. Pero había fuego detrás de ellos, así que no tenían a donde correr. ¿Cómo sería estar atrapado así?

      Aunque ella lo sabía, ¿no?

      La escena cambió y ahora Catalina sabía que no estaba mirando a algo que podría ser, sino a algo que había sido. Conocía este sueño, pues era uno que tenía con demasiada frecuencia. Estaba en una casa vieja, una casa grande, y se acercaba el peligro.

      Pero esta vez había algo diferente. Había gente allí, y Catalina alzó la vista hacia ellos desde tan abajo que sabía que debía ser diminuta. Allí había un hombre, que parecía preocupado pero fuerte, vestido con el terciopelo de un noble, puesto por encima apresuradamente, y una peluca negra rizada deshecha por las prisas de tratar la situación, que dejaba al descubierto el pelo canoso y rapado de debajo. La mujer que estaba con él era hermoso pero estaba desliñada, como si normalmente le llevara una hora vestirse con la ayuda de sirvientas y ahora lo hubiera hecho en minutos. Tenía una mirada amable y Catalina estiró el brazo hacia ella, sin entender por qué la mujer no la levantaba, cuando era lo que normalmente hacía.

      —No hay tiempo —dijo el hombre—. Y si intentamos liberarnos todos, simplemente nos seguirán. Tenemos que ir por separado.

      —Pero las niñas… —empezó la mujer. Sin que se lo dijeran, Catalina supo que se trataba de su madre.

      —Estarán más seguras lejos de nosotros —dijo su padre. Se dirigió a una sirvienta y Catalina reconoció a su niñera—. Tienes que sacarlas de aquí, Anora. Llévalas a algún lugar seguro, donde nadie las conozca. Las encontraremos cuando esta locura haya terminado.

      Entonces Catalina vio a Sofía, con un aspecto mucho más joven pero, al parecer, también dispuesta a discutir. Catalina conocía esa mirada demasiado bien.

      —No —dijo su madre—. Debéis iros, las dos. No hay tiempo. Corred, queridas mías. —Hubo un estruendo en algún otro lugar de la casa—. Corred.

      A continuación, Catalina estaba corriendo, cogiendo de la mano a Sofía con firmeza. Hubo un estruendo, pero ella no miró hacia atrás. Simplemente continuó, a lo largo de los pasillos, solo parando para esconderse cuando pasaban unas siluetas oscuras. Corrieron hasta que encontraron una serie abierta de ventanas, que llevaban fuera de la casa, a la oscuridad…

      Catalina parpadeó, volviendo en sí. La luz de la mañana que había allá arriba parecía demasiado luminosa, su brillo era cegador. Intentó aferrarse al sueño al despertar, intentó ver lo que había sucedido a continuación, pero ya estaba huyendo más rápido de a lo que ella podía atenerse. Catalina se quejó de ello, pues sabía que la última parte no había sido un sueño. Había sido un recuerdo, y era un recuerdo que Catalina quería ver más que todos los demás.

      Aun así, ahora tenía las caras de sus padres en la mente. Las mantuvo allí, obligándose a no olvidar. Se incorporó lentamente, su cabeza flotaba como consecuencia de lo que había visto.

      —Deberías tomarla lentamente —dijo Siobhan—. Las aguas de la fuente pueden tener consecuencias.

      Estaba sentada en el borde de la fuente, que ahora parecía de nuevo destrozada, no brillante y nueva como había sido cuando Siobhan había sacado agua de ella para que Catalina bebiera. Ella tenía exactamente el mismo aspecto que tenía lo que debía ser una noche atrás, incluso las flores entrelazadas en su pelo parecían intactas, como si no se hubieran movido en todo ese tiempo. Estaba observando a Catalina con una expresión que no decía nada acerca de lo que estaba pensando, y los muros que tenía alrededor de su mente significaban que era un espacio en blanco completo, incluso para el poder de Catalina.

      Catalina intentó levantarse simplemente porque esta mujer no iba a detenerla. A su alrededor, el bosque parecía flotar cuando lo hizo, y Catalina vio una neblina de colores alrededor de los filos de los árboles, las piedras, las ramas. Catalina tropezó y tuvo que apoyar la mano contra una columna rota para sujetarse.

      —Tendrás que aprender a escucharme si vas a ser mi aprendiz —dijo Siobhan—. No puedes pretender sencillamente ponerte de pie tras


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