El Juego Más Peligroso. Barbara Cartland

El Juego Más Peligroso - Barbara Cartland


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de aspecto impresionante.

      Al bajar la escalera después de haberse aseado y peinado, Lolita vio que el mayordomo la estaba esperando en el vestíbulo. Se había quitado el sombrero por sugerencia del ama de llaves y lo llevaba en la mano; después de lo que le había dicho al Duque, éste podía despedirla en cualquier momento.

      "¡Qué tonta he sido al hablarle de manera tan indiscreta! ", se decía, mas recordó que aquello era lo que había pensado espetarle sin miramientos al Duque, así pues...

      Claro que ahora su situación estaba muy comprometida.¿Dónde podría pasar la noche , si el Duque la despedía enojado? Sospechaba que como no llevaba una dama de compañía, le sería difícil hospedarse en un Hotel decente.

      En cualquier caso, no dejaría que el Duque la intimidara. ¡Por culpa suya se encontraba allí!

      El mayordomo la acogió sonriente.

      −Su Señoría la espera en el salón azul, señorita. Seguro que le vendrá a usted bien una taza de té después del viaje.

      −Sí, desde luego...

      Recorrieron un pasillo al fondo del cual abrió Dawson una puerta y sin ser anunciada, ya que el mayordomo no conocía su nombre, Lolita entró en la habitación.

      El Duque se encontraba en pie ante la chimenea y a Lolita le pareció que su aspecto era un poco intimidante. Sin embargo, en sus ojos había una expresión retadora cuando se detuvo frente a él y le hizo una reverencia.

      −Supongo que debo darle alguna excusa− dijo−, pero ha cambiado usted tanto desde la última vez que lo vi, que no he sido capaz de reconocerlo.

      −¿Desde la última vez que me vio? ¿Cuándo fue eso?

      −Hace diez años, cuando yo era mucho más pequeña. Recuerdo que siempre se estaba riendo y yo pensé que podía confiar en Su Señoría.

      El Duque se la quedó mirando fijamente.

      − ¿Hace diez años?

      De pronto, su expresión cambió.

      −¿Quiere decir... que es usted la hija de Charles Gresham?− preguntó, incrédulo.

      −Soy Lolita Gresham, de quien usted se ha olvidado.

      −Eso no es totalmente cierto. Pero, ¿por qué está usted aquí? ¿Qué le ha ocurrido a mi prima Mildred?

      −Mildred, de quien usted se olvidó desde que yo me fui a vivir con ella, murió hace un mes.

      −Ah... no lo sabía.

      −No había quien pudiera comunicárselo, excepto yo, y cuando me enteré de que no tenía dinero decidí venir a Inglaterra para preguntarle a usted qué había hecho con lo que mi padre me dejó.

      El Duque se llevó una mano a la frente.

      −Todo esto me sorprende. Después de que usted se fue a vivir con mi prima, yo di orden de que el dinero de su padre le fuera enviado regularmente a Mildred para que ella lo empleara en pagar su educación.

      −Que yo sepa, jamás recibió un centavo, así que tuvo que pagarlo ella todo.

      −Es difícil creer que lo que usted me dice sea la verdad.

      −Puedo asegurar a Su Señoría que yo no le habría molestado si no hubiese descubierto que el dinero de su prima provenía de un Fideicomiso que terminó a su muerte.

      −¿Quiere usted decir que se ha quedado sin un centavo?

      −Tuve que vender algunas joyas que su prima me había regalado, para poder venir a Inglaterra.

      −Es obvio que ha habido un terrible error. Mi única excusa es que después de dejarla a usted en Nápoles, fui enviado con un batallón de mi regimiento a las Antillas.

      Mientras hablaba, el Duque recordó que la última vez que se vieron, ella le había rodeado el cuello con sus bracitos y le había dado un beso de despedida.

      Era una encantadora niña de ocho años, de quien él se había ocupado durante el viaje de regreso de la India. Ahora comprendía por qué ella le había hablado con tanta dureza.

      Charles Gresham era Capitán en el ejército, y él, un subalterno.

      Gresham le ofreció su amistad desde que él llegó a la India y luego descubrieron que tenían mucho en común. Fueron trasladados a la frontera noroeste, adonde la esposa y la hija de Gresham no pudieron acompañarlos. Pasaron una época muy difícil con los nativos, hombres duros y luchadores, a quienes los rusos, que se habían infiltrado en Afganistán, incitaban continuamente a la rebelión contra Inglaterra.

      Durante un imprevisto ataque nocturno en el que el enemigo superaba en número a los ingleses, Charles Gresham le había salvado la vida al Duque, a costa de ser herido en una pierna.

      Ambos partieron juntos para Peshawar.

      Durante su convalecencia, Charles Gresham sostuvo relaciones con una bellísima mujer que parecía estar fascinada con él.

      El Duque, quien por entonces era simplemente Hugo Leigh, no creía que ella pudiera tener otra razón para perseguir a Gresham, pues éste era un hombre muy atractivo.

      Una vez recuperado, Gresham volvió al regimiento.

      A Hugo Leigh se le ordenó permanecer en Peshawar otra semana.

      Después, a pesar de una investigación oficial, no fue posible aclarar exactamente qué sucedió.

      Únicamente se supo que una Compañía de Soldados británicos cayó en una emboscada y todos sus miembros perdieron la vida. Como la hermosa mujer que perseguía a Gresham desapareció, se rumoreó que era una espía rusa. Sólo entonces, sospechó Leigh que el interés de ella por su amigo no era sincero. Pero tampoco tenía manera de demostrarlo.

      Cuando regresó a Lucknow, la señora Gresham lo estaba esperando. Leigh supo que había oído los rumores que corrían entre las tropas inglesas. Estaba muy afligida por la muerte de su marido y era poco lo que él podía decirle para consolarla. Tenía que admitir que la mujer con que se había relacionado su esposo era sospechosa. Para la señora Gresham no había dudas. Aquella mujer era una espía rusa y le había sacado a Charles el secreto de las órdenes que lo habían enviado a la muerte.

      En Lucknow, Hugo Leigh recibió un telegrama de Inglaterra, en el cual le informaban que su madre estaba enferma. Obtuvo un permiso y partió en el primer barco disponible. Iniciado el viaje, se encontró con que la señora Gresham y su hijita iban también en él.

      De inmediato decidió hacer todo lo posible para que el viaje de la viuda y la niña fuera cómodo.

      Se daba cuenta de que la Señora Gresham habría de enfrentarse a un futuro muy sombrío sin su esposo. Hablaron acerca de lo que ella debería hacer y dónde podría vivir; entonces descubrió él que la señora Gresham era pobre y tenía muy pocos parientes. Discutieron el asunto durante la travesía del Mar Rojo y cuando bajaron a tierra en Port Said.

      Luego el barco cruzó el Canal de Suez, recientemente inaugurado. Al llegar a Alejandría, se hizo evidente que la señora Gresham había contraído una fiebre maligna, quizá en uno de los bazares que habían visitado al bajar a tierra.

      El médico de a bordo insistió en que la niña, Lolita pasara a otro camarote y permaneciera alejada de su madre hasta que la infección hubiera cedido.

      Por lo tanto, Lolita pasó el tiempo en compañía de Hugo Leigh y otros oficiales, que casi se peleaban por mimarla y jugar con ella.

      Era una niña muy bonita; parecía un ángel con sus cabellos dorados y sus brillantes ojos azules. Corría por cubierta con tal gracia, que parecía volar.

      El Duque recordaba que, una tarde, uno de los oficiales tocaba el piano y Lolita comenzó a bailar, como manifestación espontánea del deleite que la música le producía.

      Sólo al terminar y oír los aplausos, se dio


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