Conquistadores de lo imposible. José Ángel Mañas

Conquistadores de lo imposible - José Ángel Mañas


Скачать книгу
/p>

      Conquistadores

      de lo imposible

      JOSÉ ÁNGEL MAÑAS

      Conquistadores

      de lo imposible

      Conquistadores de lo imposible

      © 2019, José Ángel Mañas

      © 2019, Arzalia Ediciones, S.L.

      Calle Zurbano, 85, 3º-1. 28003 Madrid

      Diseño de cubierta: Luis Brea

      Diseño interior y maquetación: Luis Brea

      Diseño y realización de los mapas: © Ricardo Sánchez

      ISBN: 978-84-17241-35-3

      Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotomecánico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia,

      o cualquier otro, sin el permiso por escrito de la editorial.

       www.arzalia.com

      Para mis lectores.

      Para todos los que me han seguido,

      libro a libro, hasta aquí.

      «Poco más hizo Colón que descubrir América, lo cual es ciertamente bastante gloria para un hombre. Pero en la valerosa nación que hizo posible el descubrimiento, no faltaron héroes que llevasen a cabo la labor que con él se iniciaba. Ocurrió ese acontecimiento un siglo antes de que los anglosajones pareciesen despertar y darse cuenta de que realmente existía un nuevo mundo; durante ese siglo la flor de España realizó maravillosos hechos. Ella fue la única nación de Europa que no dormía. Sus exploradores, vestidos de malla, recorrieron México y Perú, se apoderaron de sus incalculables riquezas e hicieron de aquellos reinos partes integrantes de España. Cortés había conquistado y estaba colonizando un país salvaje doce veces más extenso que Inglaterra, muchos años antes de que la primera expedición de gente inglesa hubiese siquiera visto la costa donde iba a fundar colonias en el Nuevo Mundo, y Pizarro realizó aún más importantes obras. Ponce de León había tomado posesión en nombre de España de lo que es ahora uno de los Estados de nuestra República, una generación antes de que los sajones pisasen aquella comarca. Aquel primer viandante por la América del Norte, Álvaro Núñez Cabeza de Vaca, había hecho a pie un recorrido incomparable a través del continente, desde la Florida al Golfo de California, medio siglo antes de que nuestros antepasados sentasen la planta en nuestro país. Jamestown, la primera población inglesa en la América del Norte, no se fundó hasta 1607, y ya para entonces estaban los españoles permanentemente establecidos en la Florida y Nuevo México, y eran dueños absolutos de un vasto territorio más al sur. Habían ya descubierto, conquistado y casi colonizado la parte interior de América, desde el noreste de Kansas hasta Buenos Aires, y desde el Atlántico al Pacífico, Perú, Chile, Nueva Granada y además un extenso territorio pertenecía a España cuando Inglaterra adquirió unas cuantas hectáreas en la costa de América más próxima. No hay palabras con que expresar la enorme preponderancia de España sobre todas las demás naciones en la exploración del Nuevo Mundo. Españoles fueron los primeros que vieron y sondearon el mayor de los golfos; españoles los que descubrieron los dos ríos más caudalosos; españoles los primeros que supieron que había dos continentes en América; españoles los primeros que dieron la vuelta al mundo. Eran españoles los que se abrieron camino hasta las interiores lejanas reconditeces de nuestro propio país y de las tierras que más al sur se hallaban, y los que fundaron sus ciudades miles de millas tierra adentro, mucho antes de que el primer anglosajón desembarcase en nuestro suelo. Aquel temprano anhelo español de explorar era verdaderamente sobrehumano. ¡Pensar que un pobre teniente español con veinte soldados atravesó un inefable desierto y contempló la más grande maravilla natural de América o del mundo —el Gran Cañón del Colorado— nada menos que tres centurias antes de que lo viesen ojos norteamericanos! Y lo mismo sucedía desde el Colorado hasta el Cabo de Hornos. El heroico, intrépido y temerario Balboa realizó aquella terrible caminata a través del Istmo, y descubrió el océano Pacífico y construyó en sus playas los primeros buques que se hicieron en América, y surcó con ellos aquel mar desconocido, y ¡había muerto más de medio siglo antes de que Drake y Hawkins pusieran en él los ojos!».

      Los exploradores españoles del siglo xvi, Charles F. Lummis

      «En estas ovejas mansas, y de las calidades susodichas por su Hacedor y Creador así dotadas, entraron los españoles desde luego que las conocieron como lobos e tigres y leones cruelísimos de muchos días hambrientos. Y otra cosa no han hecho de cuarenta años a esta parte, hasta hoy, e hoy en este día lo hacen, sino despedazallas, matallas, angustiallas, afligillas, atormentallas y destruillas por las estrañas y nuevas e varias e nunca otras tales vistas ni leídas y ni oídas maneras de crueldad…».

      Bartolomé de las Casas, Breve relación de la destrucción de Indias

      EL TIEMPO DE LOS PRESAGIOS

      Año 1519 d. C.

      Ya iba esclareciendo la noche sobre la Sacsayhuamán, elevada en lo alto del cerro al noroeste de Cuzco. La ciudad arrancaba en las faldas de aquella imponente fortaleza, orgullo de sus habitantes. De tan juntos que estaban sus gigantescos sillares, no cabía ni la punta de un cuchillo entre ellos. Las murallas se extendían en tres barreras escalonadas, dando a un altiplano, de no ser por la Sacsayhuamán, fácilmente atacable.

      Cada una de esas barreras, de más de doscientas brazas de largo, tenía forma de media luna y terminaba y se juntaba con los propios muros de la ciudad. Los cierres de las cercas que daban acceso a las terrazas escalonadas eran varios enormes bloques de piedra levadizos, de forma trapezoidal, cada cual con su propio nombre: Tiu Puncu, Acahuana Puncu, Huiracocha Puncu. El cómo habían podido transportarse semejantes moles hasta allí era un misterio que se perdía en la noche de los tiempos.

      En la parte superior de las terrazas se levantaban tres torreones unidos por laberínticos pasadizos subterráneos en los que hasta sus guardianes se perdían, y recurrían a un ovillo de cuerda que ataban a la puerta y desenrollaban y enrollaban para guiarse. El inca Garcilaso de la Vega, muchos años más tarde, jugaría, de niño, entre sus ruinas.

      Al pie de la Sacsayhuamán, se extendía la ciudad, atravesada por dos arroyos, con edificios de piedra pulida y tejados de paja. Los barrios de Cuzco respondían a las diferentes naciones del imperio —cada vez que se conquistaban nuevas tierras se creaba para sus habitantes un barrio que ocupaba un lugar equivalente en la ciudad al que esos nuevos territorios tenían en el imperio con respecto a sus vecinos—, siempre en torno a la gran plaza, la Huacaypata, el corazón de Cuzco.

      Esa plaza y otra más pequeña pegada a ella, al otro lado del arroyo, la Cusipata, empezaron a llenarse durante aquella madrugada, antes del amanecer: estaba a punto de celebrarse el Inti Raymi, la pascua del Sol, en pleno solsticio de junio. Hoy veneraban a su único dios, Inti, en reconocimiento a su condición de padre del primer Inca, Manco Cápac, y de la pimera coya, Mama Ocllo Huaco.

      Era la festividad más importante del año y estaban presentes todos los personajes del imperio: jefes militares, sacerdotes, la nobleza cuzqueña y los curacas, los señores de las provincias, que viajaban a Cuzco para la solemnidad. Nadie dejaba de acudir. Y si no podía, por edad o enfermedad, enviaba a sus hijos o a algún pariente que lo representara.

      Iban con sus mejores galas. Unos, con mantas largas chapadas de oro. Otros, cubiertos de pieles de animales de los que se preciaban de descender, o con máscaras pavorosas tras las cuales se escondían o hacían burla para asustar a los conocidos.

      A los señores cuzqueños se les reconocía por las orejas perforadas con grandes pendientes de oro que las dilataban con su peso. Todos, orejones cuzqueños, curacas venidos de las provincias y siervos, iban tocados con bandas de colores adornadas a menudo de plumas,


Скачать книгу