El Campesino Puertorriqueño. Francisco del Valle Atiles

El Campesino Puertorriqueño - Francisco del Valle Atiles


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que será conveniente apuntar algunas ideas generales acerca de este asunto, las cuales son dignas de tenerse en cuenta, y nos importará recordar cuando estudiemos las causas que determinaron el modo de ser del campesino borincano.

      Poblada la Isla de Puerto Rico hasta fines del siglo XV por la raza indígena—especie americana—raza originaria de las regiones del nordeste de Asia, que—ateniéndonos á la descripción que de sus caractéres físicos nos hacen los historiadores, y á la clasificación de Mr. de Quatrefages,—hemos de considerar como una raza mixta, de las aproximadas al tronco amarillo, vino el descubrimiento á cambiar radicalmente este estado de cosas, trayendo con los españoles, que desde el principio del siglo XVI ocuparon la Isla, el elemento blanco que poblaba el suelo de la península española, en el cual, como sabemos, existían confundidas razas mediterráneas distintas: vascos, semitas en sus dos ramas, é indo-europeos en su rama aryo-romana. Luego cuando la Real Cédula de 1513 autorizó la importación de esclavos, se introdujo en la colonia naciente la especie negra, y por último, una vez abierta la Isla al comercio universal, á ella han venido, aunque en poco importante número, distintas razas y aún otras especies que son un factor secundario en la etnología puertorriqueña.

      Alguna influencia, aunque poca, debemos asignar al tronco indígena, como elemento etnológico; pues los españoles mezclaron desde los primeros dias de la conquista su sangre con la india. Este parentesco no es, sin embargo, de los más importantes, pues aunque la Historia asegura que cuando Don Juan Cerón pasó en 1509 á San Juan, la isla "estaba tan poblada de gente como una colmena," es lo cierto que en 1582, por haber emigrado los unos y sucumbido los otros, no había ya naturales en el país; cosa que había motivos para esperar que sucediese, en más ó ménos lejano plazo, desde que ocupó el limitado territorio de Borínquen una raza más viril y civilizada que la indígena, supuesto que los españoles sólo tenían en contra la naturaleza del clima, mientras que á su favor estaban todas las ventajas de la civilización. Es axiomático que la cultura de los pueblos invasores es siempre fatal para los pueblos salvajes invadidos.

      Además de esta ley, que se cumple indefectiblemente en el combate de la vida, como quiera que la superioridad para el triunfo la preparan elementos varios, debemos anotar que el trabajo rudo á que se sometió á los indios, principalmente el de las minas, las nuevas costumbres impuestas á los indígenas, el abatimiento consiguiente á un pueblo dominado, que vé ocupado el querido suelo patrio por extraña gente, las enfermedades importadas y otras muchas causas, entre las cuales predominó, por desgracia, la explotación de los vencidos y el mal trato que se les dió, á pesar de las Reales recomendaciones que ordenaban lo contrario; son causas que contribuyen á justificar el hecho de la rápida extinción del primitivo habitante de Puerto Rico.

      La falta de brazos que esta desaparición originó, hizo pensar á los conquistadores en los esclavos negros para satisfacer aquella necesidad. La raza etíope vino, pues, al suelo borincano; de modo que, si bien ésta nunca llegó á estar representada por un número de indivíduos superior al de los blancos, fué no obstante suficiente para que constituyera un factor tan fundamental como la raza caucásica de la población actual de Puerto Rico. De estos factores, por los inevitables cruzamientos, se ha originado el elemento mestizo, distinto de los anteriores.

      Es sabido que en las costas, por su acceso al comercio, es más fácil el cruzamiento de razas que en los pueblos del interior, en donde el trato con extraños apénas tiene lugar. Obsérvase, además, que la mujer muestra siempre mayor repugnancia á mezclar su sangre con la de una raza inferior, y si tenemos en cuenta la degradación que la esclavitud imprime á los que la sufren, se explica el porqué la mujer blanca de los campos, aunque pobre, huyó por largo tiempo de contraer lazos amorosos con el negro. Las mismas circunstancias influyeron en que muchos blancos, aún los que se dedicaron á las mismas labores del campo que el esclavo, rehuyeran el matrimonio con las negras. Tales causas creemos que son bastantes para explicarnos el hecho de que hoy, en nuestra población rural, pueda distinguirse de las familias negra, mezclada de blanco y negro, y mestiza—en la que el sello indio es perceptible por caractéres físicos apreciables para todo el mundo—otra cuya filiación caucásica pura no es discutible.

      Últimamente, después que el hábito y la vida en el mismo suelo han suavizado las asperezas que existían entre personas de razas tan opuestas, luego que las castas han desaparecido, rota la línea de separación por el blanco, ménos escrupuloso en solicitar á la mujer negra, sobre todo si el consorcio es transitorio y obedece á caprichos pasajeros, los cruzamientos se han generalizado más en todas formas y la pureza de razas va siendo cada dia más rara; por lo cual, á causa del predominio que siempre tuvo y sigue teniendo en Puerto Rico el elemento caucásico, y atentos á los datos que la observación nos suministra, puede asegurarse que la raza negra, no engrosada por la inmigración, está llamada á desaparecer de la Isla por fusión dentro de la raza superior que la absorbe, modificándose á su vez. En este cruzamiento que presenciamos, el aniquilamiento de la raza negra no se produce ya porque las enfermedades ó el mal trato la hagan menguar, sino porque la raza blanca renueva constantemente sus representantes, mientras que la abolición de la trata cortó la corriente inmigratoria del negro, corriente que siempre fué muchísimo ménos activa que la determinada por el mejor mercado de la Isla de Cuba, además de que la tendencia natural que inclina al hombre á mejorar las circunstancias de orígen, obra en el mismo negro y principalmente en la mujer de color, facilitando la fusión.

      Aún estamos á mucha distancia de la resultante de esa mezcla de razas, pues los caractéres comunes que aquella deberá tener, caractéres que—como es sabido—para significar su posesión deberán ser trasmisibles de un modo regular por la herencia, sólo se adquieren con lentitud y á fuerza de siglos; pero indudablemente, la adaptación al medio, modificando al europeo que logró y logra resistir á las condiciones climatológicas del país, su influencia sobre el negro y sobre el mestizo, influencia que hoy se hace ya extensiva al interior de los campos, deberán al cabo producir en la sucesión de los tiempos, si estos cruzamientos persisten bajo el mismo suelo y en mejores circunstancias para la vida, una raza apropiada á las necesidades del clima ó mejor del medio; raza que bajo la saludable influencia de una educación ajustada á los progresos que la civilización ha realizado, se podría encontrar en condiciones físicas, intelectuales y morales buenas para subsistir, sin tener que mirar con recelo á la familia anglo-sajona vecina. Poner al habitante de Puerto Rico en condiciones favorables para la lucha por la existencia, no es una utopia; todo es obra de la educación. Únicamente por medio de ella se puede alcanzar esa "acorde armonía del organismo con su objeto", esa condición de vida sine qua non para el hombre de todas las regiones habitables del globo.

       Índice

      En tésis general, afirman los higienistas "que la salud y vitalidad de las gentes del campo son muy superiores á las del grupo urbano." Esta verdad, que tiene por fundamento circunstancias sobradas que la justifiquen, como más adelante veremos, tiene, no digamos de un modo absoluto, pero sí de una manera general, su excepción en Puerto Rico. Pero ántes de explanar esta idea, y con el fin de evitar confusiones, conviene precisar lo que entendemos por campesino, voz en la que comprendemos al jíbaro, que es á quien nos referimos en las líneas anteriores.

      Y por jíbaro entendemos, para todo lo que digamos en este estudio, "el campesino puertorriqueño sin instrucción" como lo define un querido amigo nuestro, (en un libro que su galana pluma nos ofrecerá pronto)[1] ó sea el rústico, gañán, paleto, aceptando en esto el mismo criterio de otro ilustrado publicista de grata memoria.[2] Esta aclaración que un reputado escritor creyó con fundamento que debía hacer en su erudito estudio de reciente publicación,[3] la repetimos y á ella nos atenemos, entre otras razones, porque creemos que el estudio solicitado por el Ateneo puertorriqueño, sólo puede referirse al jíbaro. Aplícase en general la palabra campesino á los habitantes del campo, pero la índole del estudio y el objetivo que es de suponer se propuso aquel centro en el tema elegido para el certámen de 1886, nos autorizan á limitar la acepción de la palabra al concepto expresado.

      Del


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