Para Siempre, Contigo. Софи Лав
sé—contestó Emily, sintiendo una puñalada de dolor en su corazón que le dolió tanto como en el momento en que se marchó—. Y duele, no voy a mentir. Pero lo que hiciste te convierte en un buen hombre a mis ojos. —Finalmente, pudo ver a través de sus lágrimas—. Estás a la altura de las circunstancias. Te convertiste en padre. ¿Realmente crees que te lo echaría en cara?
—Yo... no lo sé—dijo Daniel con un suspiro.
Tenía una expresión que Emily nunca antes había visto en su cara. Era una mirada de alivio total. Se dio cuenta entonces de que él esperaba que ella se enfadara con él, que desencadenara un torrente de ira contra él. Pero Emily nunca se había enojado, sólo estaba aterrorizada de que no hubiera manera de que los dos pudieran forjar una vida juntos ahora que Daniel tenía una hija que cuidar.
Ahora era el turno de Emily para consolarlo, para dejar en claro que no necesitaba cargar con ninguna culpa por sus acciones. Ella le apretó la mano.
—Estoy contenta—dijo, sonriendo a pesar de las marcas de lágrimas en sus mejillas—. Estoy más que feliz, estoy encantada. Nunca pensé que esto pudiera ser una posibilidad. Que la traerías a casa contigo. Daniel, no podría estar más feliz en este momento.
La cara de Daniel estalló en una sonrisa. Se levantó de la mesa con prisa y levantó a Emily de su asiento y la puso en sus brazos. Le besó la cara, el cuello, como si tratara de besar las lágrimas que había causado. Emily sintió que todo su cuerpo se relajaba, toda la tensión se le escapaba. Su cuerpo había estado inactivo durante las últimas seis semanas, y ahora aquí estaba Daniel despertando todas esas partes de ella que habían quedado en reposo. Ella le devolvió el beso, sin querer, con una pasión cada vez mayor. Él era su Daniel, con el mismo olor a bosque y aire fresco, con sus manos ásperas corriendo sobre su cuerpo, con sus dedos retorciéndose en su desordenado cabello. Tenía el sabor a Daniel, de menta y té, un sabor que funcionaba como la campana de Pavlov para despertar a Emily.
Cuando se retiró del beso, Emily sintió la enorme ausencia.
—No podemos—dijo en voz baja—. Aquí no. No con Chantelle durmiendo.
Emily asintió con la cabeza, aunque sus labios temblaban de deseo. Daniel tenía razón. Necesitaban ser sensatos, ser adultos. Tenían la responsabilidad de hacer lo mejor para la niña. Ella tendría que ser lo primero, siempre.
— ¿Puedes abrazarme?—pidió Emily.
Daniel la miró, y ella reconoció la mirada de adoración en sus ojos. Había echado tanto de menos esa mirada, y sin embargo parecía que las seis semanas llejos de ella la habían fortalecido más. Emily nunca había sido vista de esa manera, y eso hizo que su corazón saltara un latido.
Ella se puso de pie, tomando la mano de Daniel, y lo llevó al sofá. Juntos se sumergieron en él, el toque del terciopelo verde que le recordaba a Emily de inmediato el momento en que hicieron el amor aquí, junto a la chimenea. Mientras Daniel la abrazaba, ella se sintió tan contenta como esa noche, escuchando los latidos de su corazón, respirando su aroma. No había otro lugar donde ella quisiera estar ahora mismo que aquí, con Daniel, su Daniel.
—Te extrañé—escuchó a Daniel decir—. Demasiado.
De alguna manera, con ellos acurrucados en esta posición, sin contacto visual, Emily encontró más fácil discutir sus sentimientos—. Si me extrañaste tanto, podrías haber llamado.
—No pude.
— ¿Por qué no?
Escuchó el suspiro de Daniel.
—Era tan intenso lo que estaba pasando allí que no podía soportar la idea de que te rindieras conmigo. Si te hubiera llamado, habrías confirmado mis peores temores, ¿sabes? La única forma de superar toda esta prueba fue aferrándome a la esperanza de que aún estarías aquí para mí cuando volviera.
Emily tragó. Le dolió oírle hablar así, pero su honestidad fue muy bienvenida. Ella sabía que todo esto había sido increíblemente difícil para él y que tendría que ser paciente. Pero al mismo tiempo, ella también había pasado por una prueba. Seis largas semanas sin noticias, esperando y preguntándose qué podría pasar cuando Daniel regresara, o si regresaría. Ni siquiera se le había ocurrido que él traería a su hija a casa con él. Ahora tenía que empezar a imaginar de qué manera sus vidas y su relación cambiarían, ahora que tenían una hija que cuidar. Ambos estaban parados en un terreno nuevo e inestable.
—Suena como si no tuvieras mucha fe en mí—dijo Emily en voz baja.
Daniel se quedó callado. Entonces su mano comenzó a acariciar su cabello—. Lo sé—dijo—. Debería haber confiado más en ti.
Emily suspiró profundamente. Por ahora eso era todo lo que necesitaba escuchar; la afirmación de que fue su falta de confianza en ella lo que había convertido una situación difícil en algo mucho más difícil de lo que debía ser.
— ¿Cómo era?—Emily preguntó, curiosa, pero también en un intento de hacer que Daniel se abriera, para ayudarlo a no sufrir en silencio—. Tu estadía en Tennessee, quiero decir.
Daniel respiró hondo—. Me quedé en un motel. Visitaba a Chantelle todos los días, sólo para tratar de protegerla, sólo para ser una cara cálida y amistosa. Vivían con el tío de Sheila. Literalmente no había nada allí para un niño. —Su voz se tensó—. Chantelle se mantenía alejada. Había aprendido a no molestar a ninguno de los dos.
El corazón de Emily se apretó—. ¿Los vio Chantelle consumiendo drogas?
—No lo creo—fue la respuesta de Daniel—. Sheila está viviendo una vida de completo desorden, pero no es un monstruo. Se preocupa por Chantelle, me doy cuenta. Pero no lo suficiente para ir a rehabilitación.
— ¿Intentaste que se fuera?
Emily oyó a Daniel aspirar aire entre sus dientes.
—Todos los días—dijo cansado—. Dije que yo pagaría. Le dije que les encontraría un lugar para que no tuvieran que vivir más con el tío. —En la voz de Daniel, Emily escuchó su corazón roto, su desesperanza por el estado miserable de la vida de su hija. Sonaba insoportable—. Pero no puedes forzar a alguien a cambiar si no está preparado. Eventualmente, Sheila aceptó que Chantelle estaría mejor conmigo.
— ¿Por qué no te dijo que estaba embarazada?—preguntó Emily.
Daniel se rió con tristeza—. Ella pensó que yo sería un mal padre.
Emily no podía imaginar la clase de hombre que Daniel debió haber sido una vez para hacer que alguien pensara tal cosa. Para ella, Daniel sería el padre perfecto. Ella sabía que había tenido una mala racha de chico, unos pocos años de juventud rebelde, pero estaba segura de que esa no podía ser la verdadera razón por la que Sheila le había ocultado su embarazo, o por la que mantenía en secreto la existencia de su hija. Era una excusa, una mentira pronunciada por un consumidor de drogas que apartaba la culpa de sus propios fracasos.
—No crees eso, ¿verdad?—Emily preguntó.
Sintió que la mano de Daniel comenzaba a acariciar su cabeza de nuevo—. No sé cómo me habría comportado hace seis años cuando ella nació. O incluso cuando Sheila estaba embarazada. No era exactamente del tipo comprometido. Podría haber huido.
Emily se movió para estar de frente a Daniel, y le envolvió los brazos alrededor de su cuello—. No, no lo habrías hecho—le imploró—. Te habrías convertido en el padre de esa niña, como lo estás haciendo ahora. Hubieras sido un buen hombre, hubieras hecho lo correcto.
Daniel la besó suavemente—. Gracias por decir eso—dijo, aunque su tono traicionó su incertidumbre.
Emily se acurrucó de nuevo en él, apretándose un poco más. Ella no quería verlo así, con dolor, lleno de dudas. Parecía nervioso, pensó Emily, y se preguntó si estaba luchando con el reajuste de estar en casa, de ser padre de repente. Daniel debió haber estado tan concentrado en Chantelle que se había olvidado de prestar atención