Si Ella Corriera. Блейк Пирс
por los escalones de madera que conducían a la puerta que comunicaba con la cocina. Se movía de la manera que solo los sueños permiten, fluidamente, casi siendo proyectada en lugar de mover sus piernas. De alguna manera terminó en el baño, mirando en la pared la gran instalación de ducha y bañera combinadas. Estaba llena de sangre. Algo se movía bajo la superficie, haciendo que las pequeñas burbujas subieran hasta la misma. Cuando una reventaba, salpicaba con mínimas gotas la porcelana de la pared.
Retrocedió, saliendo del baño hacia el pasillo. Allí, Frank Nobilini venía caminando hacia ella. Detrás de él, su esposa, Jennifer, simplemente observaba. Ella incluso hizo un gesto inofensivo con la mano para saludar a Kate mientras su difunto marido avanzaba tambaleante por el corredor. Frank caminaba casi como un zombie, lentamente y con un paso demasiado vacilante.
—Está bien —dijo alguien detrás de ella.
Se giró y vio a Cass Nobilini, la madre de Frank, sentada en el piso. Lucía cansada, derrotada… como si estuviera aguardando la espada del verdugo.
—¿Cass…?
—Tú nunca ibas a resolverlo. Estaba más allá de tu comprensión. Pero el tiempo… tiene una manera de cambiar las cosas, ¿no es así?
Kate se volvió hacia Frank, que aún avanzaba. Al pasar él junto a la puerta del baño, Kate vio que parte de la sangre se había salido de la bañera hacia el piso, derramándose hacia el corredor. Cuando Frank puso el pie en el mismo, produjo un sonido de chapoteo.
Frank Nobilini le sonrió y levantó su mano hacia ella —ligeramente podrida y manchada de negro. Kate retrocedió lentamente, levantando sus propias manos hasta su rostro, y dejando escapar un grito.
Despertó, sintiendo que el grito estaba atorado en su garganta.
Esa maldita casa. Ella nunca había comprendido porqué la inquietaba de esa manera. Quizás porque los gritos y gemidos de Jennifer Nobilini, en una casa de tanta perfección… le habían parecido surrealistas. Como algo salido de una artística película de horror.
Kate se incorporó hasta quedar sentada y lentamente se arrastró hasta el borde de la cama. Respiró profundo varias veces y miró el reloj: 1:22. La única luz en la habitación provenía de los números en el reloj de alarma y el débil resplandor de las luces de seguridad en el exterior, que apenas brillaban a través de las persianas cerradas.
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