Una Corona para Los Asesinos. Морган Райс

Una Corona para Los Asesinos - Морган Райс


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razón, Jan. Esperaré. Eres un buen hombre.

      Apretó con fuerza el brazo de Jan.

      —Gracias —dijo Jan, aunque a veces ni él mismo estaba seguro de creérselo. Un hombre verdaderamente bueno no tendría la esperanza de que Sofía acabara dejando todo esto a un lado, para quererlo a él de la misma forma que él la amaba a ella.

      —Bueno —dijo Lucas—, yo te buscaba porque te llegó un mensaje por pájaro. El chico que te lo trajo de la pajarera está allí.

      Jan miró hacia donde estaba el hombre, al lado de una de las mesas del banquete, cogiendo trocitos de comida como si no estuviera seguro de si realmente era para gente como él.

      —Gracias —dijo Jan.

      —De nada. Debería volver con Sofía. Quiero estar ahí cuando mi sobrina llegue a este mundo.

      Lucas se marchó y dejó a Jan, que se dirigió hacia el mensajero. El chico parecía sentirse un poco culpable cuando Jan se acercó, pues se metió un pastelito en la boca y lo masticó a toda prisa.

      —No tienes de qué preocuparte —dijo Jan—. La fiesta es para todos, tú incluido. Hay algunas cosas que todo el mundo debería poder celebrar.

      —Sí, mi señor —dijo el chico. Le pasó una nota—. Llegó esto para usted.

      «Jan, Endi ha tomado Ishjemme. Está matando a gente. Rika es su prisionera. Yo tengo que hacer lo que él dice. Necesitamos ayuda. Oli».

      La nota dejó a Jan helado. No quería creérselo. Endi nunca haría algo así. Él nunca traicionaría a Ishjemme de esta manera. Pero Oli nunca mentiría y Endi… bueno a él siempre le había gustado fisgonear en las sombras y la forma en que muchos de sus barcos habían regresado a media batalla de Ashton había sido sospechosa.

      Aun así, la idea de que su hermano hubiera montado un golpe de estado era difícil de entender. Si este mensaje lo hubiera mandado cualquier otra persona, Jan le hubiera llamado mentiroso. Tal y como habían ido las cosas… no sabía qué hacer.

      —No puedo contárselo a los demás —se dijo a sí mismo. Si se lo contaba a sus hermanos, estos querrían volver apresuradamente para asegurarse de que Ishjemme estaba a salvo. Pero eso privaría a Sofía del apoyo que necesitaba desesperadamente. Pero no podía ignorar un mensaje como este.

      Eso quería decir que tenía que volver a casa.

      Jan no quería ir a casa. Quería estar aquí, lo más cerca posible de Sofía. Quería estar aquí por si había más violencia, por si ella o sus hermanos lo necesitaban. Ashton se estaba recuperando de los conflictos que la habían destrozado y dejarla ahora daba la sensación de abandonarla. Daba la sensación de abandonar a Sofía.

      —Sofía no me necesita —dijo Jan.

      —¿Cómo dice, mi señor? —preguntó el mensajero.

      —Nada —dijo Jan—. ¿Puedes llevar un mensaje de mi parte…? Llévaselo a Sofía cuando pueda oírlo. Llévale el mensaje que me diste y dile que me he ido a encargarme de unas cosas. Dile que… —No podía decir ninguna de las cosas que quería decir entonces —. Dile que pronto regresaré.

      —Sí, mi señor —dijo el mensajero.

      Jan partió en dirección a los muelles. Los barcos de la invasión todavía estaban allí y, si pedía ayuda, algunos de ellos escucharían. No se llevaría muchos, no podría soportar el pensar que dejaba a Sofía desprotegida, pero necesitaría alguna muestra de fuerza si tenía que convencer a su hermano de que diera marcha atrás.

      Ahora mismo Sofía no le necesitaba, pero al parecer, su hermano y hermana pequeños sí. Por mucho que Jan odiase dejar Ashton, no podía ignorar eso. No podía quedarse sin hacer nada mientras Endi tomaba Ishjemme por la fuerza. Iría hasta allí, descubriría lo que estaba pasando realmente y se encargaría de ello. Tal vez cuando hubiera acabado con esto, ya habría decidido qué hacer respecto a la mujer que amaba.

      CAPÍTULO SIETE

      Sofía estaba tumbada sobre la cama tal y como la matrona le había prácticamente ordenado, las sirvientas se amontonaban a su alrededor y, sinceramente, eran tantas como para que ella se preguntara si realmente una reina tenía algo de intimidad. De haber tenido el aliento para hacerlo, les hubiera ordenado que salieran. No podía ni pedirle a Sebastián que lo hiciera, pues la matrona había sido muy clara con que no habría hombres en la sala, ni tan solo reyes.

      —Lo está haciendo bien —le aseguró la matrona, aunque Sofía podía ver las preocupaciones en su mente; las preparaciones para cientos de cosas diferentes que podían salir mal. Era imposible contener sus poderes en ese momento, los pensamientos la inundaban en olas que parecían ir a la par con sus contracciones.

      —Estoy aquí —dijo Catalina, entrando apresuradamente a la habitación. Echó un vistazo a la gente que había allí.

      «¿Quiénes son toda esta gente?» —le mandó a Sofía.

      «No los quiero aquí» —consiguió mandar Sofía a través de su dolor—. «Por favor, Catalina».

      —Muy bien —gritó Catalina, con una voz que seguramente era más adecuada para su nuevo papel—. ¡Salid todos, a excepción de la matrona y de mí! No, sin discusión. Esto es un nacimiento, no una representación pública. ¡Fuera!

      El hecho de que tuviera la mano sobre la empuñadura de su espada seguramente ayudó a que la gente se moviera y, en menos de un minuto, la habitación estaba vacía con excepción de ellas tres.

      —¿Mejor? —preguntó Catalina, tomándole la mano.

      —Gracias —dijo Sofía y, a continuación, chilló cuando una nueva ola de dolor la golpeó.

      —Hay algunas hojas de valeriana allí, en un cuenco —dijo la matrona—. Ayudarán con el dolor. Al deshacerse de todas las sirvientas, pensé que se ofrecía voluntaria para ayudarme, su alteza.

      —Sofía no las necesitará —dijo Catalina.

      Sofía desde luego sentía que sí que las necesitaba, pero entendía lo que quería decir su hermana. Catalina tocó su mente y también notó a Lucas, los dos trabajaban juntos para alejar a su mente del dolor, fuera de los confines de su cuerpo.

      «Estamos aquí para ti» —mandó Lucas— «y también lo está tu reino».

      Sofía sentía el reino a su alrededor, del modo en el que solo lo había hecho unas cuantas veces. La conexión era indiscutible. No era solo su reina, era parte de él, en armonía con el poder vivo de todo lo que respiraba dentro de sus fronteras, con la energía del viento y de los ríos, con la fuerza tranquila de las colinas.

      La voz de la matrona se oía vaga a lo lejos.

      —Con la próxima contracción, tiene que empujar, su majestad. Prepárese. Empuje.

      «Empuja, Sofía» —mandó Catalina.

      Sofía sentía que su cuerpo reaccionaba, a pesar de que ahora parecía estar en algún lugar lejano, tan lejos que el dolor que parecía estar esperando parecía algo que le estuviera sucediendo a otra persona.

      «Tienes que empujar más» —mandó Catalina.

      Sofía hacía todo lo que podía y oía gritos de dolor que imaginaba que eran suyos, a pesar de que daba la sensación de que a ella no le afectaban. Sin embargo afectaban al reino. Veía nubes de tormenta reuniéndose por encima de ella, sentía que la tierra se movía por debajo. Con tan poco control como tenía de esa conexión, no podía detener ese crecimiento turbulento.

      Las nubes de tormenta estallaron en un torrente de lluvia que hizo que los ríos crecieran y empaparan a la gente de allá abajo. La tormenta fue breve y potente, el sol regresó tan rápidamente al cielo que fue como si nunca hubiera sucedido, tras ella se desplegó un arcoíris.

      «Ahora


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