Venganza. Amy Tintera

Venganza - Amy Tintera


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la fortaleza, los primeros días tras el ataque habían sido tranquilos pero pronto, después de que los guerreros de Olso tomaran el castillo y las ciudades del norte, empezó a llegar gente de todo Lera. Ahora la pequeña edificación estaba a reventar, con las bibliotecas y áreas comunes convertidas en dormitorios. Varias personas estaban bajando por las escaleras a su izquierda en ese momento, y se quedaron paralizados cuando lo vieron. Él fingió no darse cuenta.

      Atravesó el vestíbulo y entró a la pequeña habitación anexa a la cocina. Muchos huéspedes se reunían ahí cada mañana, así que se le dio el nombre de desayunador. Había varias mesas redondas dispersas, con hombres y mujeres sentados. No tenían mucha comida, pero había alubias y pescado.

      Cuando entró, la gente lo miró y guardó silencio. Se dio cuenta de que no sabía cómo era Violet.

      —Necesito hablar con ¿Violet? —salió en forma de pregunta; no había aprendido a hablar como su padre, como si cada frase fuera una orden.

      Se levantó una joven delgada con un sencillo vestido negro. Su cabello oscuro estaba recogido en un moño, con lo que se acentuaban sus pómulos y sus grandes ojos negros. Parecía cansada, pero sonrió. Le resultó ligeramente familiar.

      —Soy yo, su majestad.

      A pesar de su baja estatura, su voz atravesó sin dificultad la habitación. Caminó hacia él.

      El carro. Lo habían subido a un carro con su personal la noche en que murió su padre y fue tomado el castillo. Por eso la conocía. Ella lo había ayudado a escapar.

      —Te conozco. “Cuidado, puedes pincharte con las astillas” —repitió lo que ella dijo cuando lo ayudó a escaparse por una abertura en el carro.

      —Sí, era yo, su majestad —dijo soltando una risa avergonzada.

      Todos los miraban fijamente; Cas giró sobre los talones y le hizo a Violet un gesto para que lo siguiera.

      Adentro no había sitio alguno donde pudiera tener una conversación privada sin sentirse incómodo, así que la condujo afuera, a la parte trasera de la fortaleza. A la edificación seguía faltándole un fragmento del muro posterior desde que un ruino lo destruyera. Caminaron hasta donde nadie pudiera oírlos. A su izquierda había algunos trabajadores ocupándose del jardín, pero no estaban lo suficientemente cerca para escuchar.

      —Supe que estuviste enferma —dijo Cas.

      —Sí, las condiciones del carro eran...

      —Terribles —dijo él sintiendo una fuerte sensación de culpa. Al final, había conseguido salvar al personal al que había dejado abandonado en el carro, pero le tomó varios días. No podía imaginar cómo había sido estar atrapado tanto tiempo en ese carro caliente donde faltaba el aire. No sabía cuántos habían muerto, pero eran demasiados.

      —Nunca tuve oportunidad de darle las gracias por habernos salvado —dijo ella—. Sabemos que Jovita quería que nos dejara ahí, y todos apreciamos lo que usted hizo por nosotros.

      —Por supuesto. No podía abandonaros ahí.

      —Sí, sí habría podido —le hablaba mirándolo a los ojos—. No me he presentado como se debe. Violet Montero. Mi padre era gobernador de la provincia del sur.

      —Eso oí. ¿Por qué en el carro no me dijiste quién eras?

      —No parecía importante. ¿Qué habría hecho usted con esa información?

      No le faltaba razón. Él a duras penas podía pensar con claridad encerrado en esa caja de madera con ruedas. Su padre acababa de morir y aún no se había recuperado de lo de Em. Violet podría haberle dicho que le habían brotado tres cabezas y quizás él sólo se habría encogido de hombros.

      —Aquí hay gente que me conoce —dijo ella—, por si quisiera usted confirmarlo.

      —Sí, quisiera hacerlo. Se entiende, ¿verdad? —Después de que Emelina se había hecho pasar por la princesa de Vallos y por su prometida, probablemente nunca más volvería a tomar por cierta la palabra de alguien en lo relativo a su identidad.

      —Se entiende, sí.

      —¿Por qué no nos conocimos en el castillo? —preguntó él.

      —Yo acababa de llegar cuando atacaron. Iba a asistir a la boda, pero mi abuela estaba enferma y yo la estaba cuidando.

      —Lamento mucho lo de tu padre —dijo él.

      —Lo del suyo también.

      —¿Tu madre aún vive? —preguntó con un nudo en la garganta mirando fijamente a un punto detrás del hombro de ella.

      —No. Murió hace algunos años.

      —¿Eres la hija mayor?

      —La única.

      —Entonces tú heredaste la provincia del sur —pretendía que las palabras sonaran a felicitación, pero salieron cansadas. Se preguntaba si a ella le haría tanta ilusión heredar la provincia del sur como a él el trono.

      —Así es. Supe que pronto se reunirá usted con unos consejeros. Creo que yo debería estar entre ellos.

      —Deberías, sí. El sur es la única provincia que Olso aún no toma bajo su poder.

      —Es cierto —dijo orgullosa.

      Un fuerte viento pasó barriéndolos. Violet se cubrió el pecho con los brazos; su vestido se agitaba con el frío soplo del aire, pero no tembló a pesar de que debía estarse congelando.

      —¿Ya hablaste con Jovita? —preguntó él con tacto.

      —No, su majestad.

      —Puedes decirme Cas y hablar sin reverencia —él no dejaba que nadie más que Galo y Jovita le dijeran Cas, pero sabía lo importante que era esta muchacha. La necesitaba como aliada, como amiga. Echó una mirada a la fortaleza y dio un paso hacia ella—. Si Jovita trata de hablar contigo, sobre lo que sea, ¿me avisarás?

      Violet frunció el ceño.

      —¿Pasa algo?

      —No. Mi prima en este momento no me aprecia mucho. Quisiera saber si puedo tenerte de mi lado si hace falta.

      —Ya estoy de su lado, su... Cas.

      Al menos alguien lo estaba.

      —Gracias, Violet.

      TRES

      g1

      Olivia elevó la cabeza hacia el cielo y respiró muy hondo. Acababa de salir el sol, pero se encontraba oculto tras nubes oscuras. El cabello oscuro golpeaba su rostro a causa del viento helado. Después de un año encerrada en un calabozo de Lera, cada soplo de aire fresco era un regalo.

      Se dejó caer en medio de los escombros que solían ser su casa. No había creído que el castillo hubiera desaparecido completamente. Pensaba que todavía quedaría en pie alguna pared, arcones con ropa de su madre para elegir alguna prenda... pero el fuego lo había consumido todo. El miedo de los humanos había destruido todo, tal como su madre dijo que pasaría.

      Con un empujoncito apartó un trozo de madera ennegrecido y quedaron al descubierto un ojo y una nariz blancos que la miraban. La estatua de Boda. La sacó para descubrir que todo lo que quedaba de ella era media cabeza. Seguramente había estado sentada en los restos de la biblioteca. La estatua del ancestro había estado en el rincón desde la coronación de Wenda Flores.

      Olivia cerró los ojos y dejó que la imagen de su madre cobrara forma en su mente. A menudo llevaba suelto el largo cabello oscuro, y volaba tras ella mientras caminaba a toda velocidad por el castillo. Usaba vestidos fastuosos aunque no hubiera ocasión y Olivia siempre asociaba el frufrú de las faldas con su madre.

      Arrojó a un lado la cabeza de la estatua.


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