Mitología Inca. Javier Tapia

Mitología Inca - Javier Tapia


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como él, así que en lugar de enfrentarlos cuerpo a cuerpo, los engañó para que entraran al agua.

      Los gigantes no sabían nadar y recelaron, pero Amaru se paró en medio del lago para que vieran que no lo cubría el agua, y entonces se animaron a mojarse las piernas.

      No se dieron cuenta que el cuerpo de Amaru era como el de un pez de cintura para abajo. Amaru se había transformado para flotar en el agua.

      Cuando los gigantes ya estaban dentro, Amaru hizo que de la tea del cielo cayeran muchos rayos y que las aguas del lago aumentaran.

      Los gigantes querían salir, pero no podían porque los pies los tenían hundidos en el lago. Entonces se dieron cuenta del engaño y quisieron atrapar a Amaru para que se ahogara con ellos.

      Amaru entonces hizo que su cuerpo fuera ágil y escurridizo como el de una serpiente, y así se les escapaba de las manos.

      La tormenta no cesaba y el lago empezaba a parecer un mar.

      Muchos gigantes empezaron a ahogarse, pero algunos, los más grandes, resistían y perseguían a Amaru para matarlo.

      La cabeza de Amaru se volvió roja y como de águila, y de la espalda le brotaron grandes alas que agitó con fuerza para salir volando antes de que lo alcanzaran.

      El lago Titicaca creció tanto que acabó por tragarse a todos los gigantes. No quedó ni uno solo para muestra.

      Sus carnes y sus huesos se disolvieron con el tiempo, y ahora son sedimento.

      Amaru, apesadumbrado por su pérdida, bajó al mundo interior para limpiarlo de los restos de los gigantes, luego subió al cielo, y desde entonces baja y sube del cielo a la tierra para comunicar a los dioses con los seres del mundo material, y al mundo interior para hacer limpieza, con sus grandes alas, cuerpo de serpiente, cola de pez y cara de llama.

      Del aliento de Amaru nació la humedad de las montañas para que nunca sufran sequía.

      Amaru, representación artística

      Con sus rayos horadó las piedras para que corriera el agua y se formaran los manantiales.

      Con el fuego limpia la tierra y labra la piedra, y de las entrañas de la Tierra saca los metales.

      Amaru dio cabeza a los hombres y sabiduría a las mujeres, para que nunca fueran ingratos con los dioses y se ayudaran entre ellos.

      Mucho aprendió Amaru de su amarga experiencia con los gigantes, y tanta fue su dedicación a la Pachamama y a sus habitantes, que se convirtió en un dios, además de astuto y señor del señuelo y el engaño, muy inteligente y muy sabio.

      Cantar de Yaku

      De agua y piedra formó el universo Yaku, con mano firme y tierna.

      De todos los lugares del universo escogió esta Tierra.

      Y de toda esta Tierra escogió a Ollantaytambo, donde todavía se puede ver su rostro barbado, como la barba del puma, labrado en la montaña.

      Yaku quiere mucho a la Tierra y a sus habitantes, sobre todo a los que viven o pasan por Ollantaytambo.

      Todo lo que le pidas a Yaku te será concedido.

      La montaña labrada de Ollantaytambo

      Yaku enseñó a la llama a portear y a reconocer los senderos.

      Yaku enseñó a la alpaca a dar lana.

      Yaku enseñó a los hombres a señorear sobre los animales, a trasquilar a la alpaca, a sembrar la patata y a recoger los frutos y las plantas de la naturaleza.

      Ollantaytambo, su ciudad preferida, ha sido mil veces destruida y mil veces reconstruida, sin perecer nunca del todo, dando casa y hogar a sus habitantes eternamente, desde el principio de los tiempos hasta el día de hoy, porque Yaku es su protector desde siempre y para siempre.

      No importa lo que borren, roben o destruyan los hombres, Yaku está siempre presente mirando desde arriba hacia abajo las eras y las estaciones.

      La figura del puma, o yaku, es un símbolo recurrente en las culturas inca y preinca, como divinidad que representa a la Tierra material, al mundo actual, a lo humano y a la naturaleza, con su parte salvaje y su parte esotérica.

      Hombres con cuerpo de puma, o pumas con cara de hombre, casi todos borrados a golpe de cincel por los conquistadores españoles, barbados como los europeos y no lampiños como los habitantes de los pueblos prehispánicos, seres de otras realidades a los que se les adjudica la creación de los planetas y las estrellas, y, como veremos en el próximo capítulo, de las diferentes humanidades que han ocupado la Tierra.

      Los pumas de los Andes y los jaguares de la selva aparecen con frecuencia en el mundo precolombino como referentes de paciencia, astucia, independencia e inteligencia, y forman parte de sus respectivas mitología y cosmovisiones como algo muy cercano a la humanidad, en una relación de respeto y cuidado mutuo que hemos ido olvidando con el tiempo.

      Pero no todo son animales divinos o sagrados en la mitología inca, también existe el concepto espiritual trascendente encarnado por un niño de oro cristalino, Inti Wawa.

      Cantar de Inti Wawa

      Vino del Gran Sol.

      Vino del Gran Sol y no del pequeño sol que conocemos y que se levanta todas las mañanas.

      Vino de la Luz eterna, la que no se detiene nunca.

      Vino y le dio forma al mar, al río y a la montaña.

      Vino y se rodeó de vida.

      Vino y fundó Coricancha, piedra revestida de oro, templo dorado, con el espejo donde se ven todas las cosas del pasado, del presente y del futuro.

      Vino y le dio forma a los cielos y a las cuevas.

      Vino y unió todos los mundos con chinkanas, pasadizos y laberintos que llevan a todos lados, desde lo más bajo a lo más alto, de una ciudad a otra, de un templo a otro, de un tiempo a otro tiempo.

      Vino y legitimó a los gobernantes.

      Vino y protegió a los pueblos.

      Vino con su cuerpo dorado y su cara de niño, y su espíritu sigue con nosotros.

      El disco dorado de Inti Wawa

      Él escoge y él elige.

      Él te llama si te ve digno y te entrega el poder con la palabra.

      Él es Inti Wawa, el Niño Sol que vino del Gran Sol, y no del sol que vemos levantarse en la mañana.

      Inti Wawa nos legó su disco dorado, todo de oro, como en el que viaja para ir al cielo, al Gran Sol, para que siguiéramos su camino y seamos como dioses, eternos, si dolor y sin morir, y siempre con abundancia de alimentos.

      El sonido de su voz nos llama desde dentro de nosotros mismos, porque Inti Wawa está dentro y fuera de todo, y podemos escucharlo si no cerramos el corazón.

      El sonido de su voz es poderoso.

      El sonido de su voz talla la montaña.

      El sonido de su voz levanta piedras.

      El sonido de su voz funda ciudades.

      El sonido de su voz penetra todo.

      El sonido de su voz es un canto puro.

      El sonido de su voz abre las puertas del alma.

      El sonido de su voz te guía y te protege contra los temblores y las tempestades.

      El sonido de su voz te eleva como a una pluma.

      El sonido de su voz nutre la Tierra.

      El


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