La Tercera Parca. Federico Betti

La Tercera Parca - Federico Betti


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inspector y Marco Finocchi lo recorrieron, de todas maneras, con la mirada.

      Σαλυδοσ ινσπεχτορ Ζαμαγνι

      Ηε νοταδο θυε εν εστε ύλτιμο περίοδο τοδοσ λοσ περιόδικοσ ι λοσ τελεδιαριοσ ηαβλαν δε υστεδ κομο λα περσονα θυε ηα βενξιδο α Ατροποσ κοσα θυε νινγύν οτρο κονσιγυιό ηαςερ

      Ιμαγινο θυε εσταρά χοντεντο πορ λα φαμα α νιβελ ναξιοναλ περο με σιεντο εν ελ δεβερ δε ινφορμαρλε θυε ιο πορ ελ μομεντο σοι ινβενξιβλε ε ιντροβαβλε

      Δισφρυτε δε εστε μομεντο δε γλορια

      Χρεο θυε νο σερά ινδισπενσαβλε πονερ μι φιρμα αλ φιναλ δε εστα χαρτα

      Ηαστα προντο

      Zamagni volvió a doblar el folio y lo apoyó de momento sobre el escritorio del capitán, a continuación cogió el segundo folio, en el que el experto consultado por la policía había escrito la traducción y lo leyó atentamente dejando tiempo, de esta manera, a Marco Finocchi para hacer lo mismo.

      Saludos, inspector Zamagni:

      He notado que en este último período todos los periódicos y los telediarios hablan de usted como la persona que ha vencido a Atropos, cosa que ningún otro consiguió hacer.

      Imagino que estará contento por la fama que está consiguiendo a nivel nacional, pero me siento en el deber de informarle que yo por el momento soy invencible e introvable.

      Disfrute este momento de gloria.

      Creo que no será indispensable poner mi firma al final de esta carta.

      Hasta pronto.

      Sin decir nada, Zamagni y Finocchi se intercambiaron una mirada, luego el inspector dobló también el segundo folio, puso ambos en el interior del sobre y se lo volvió a dar al capitán.

      –¿Qué impresión os ha dado? –preguntó Luzzi.

      –La misma –respondió Zamagni –Felicitaciones para mí... que, obviamente, son extensibles también a Marco y a cualquiera que haya colaborado en el desmantelamiento de la Asociación Atropos... y una actitud retadora.

      –Estoy de acuerdo –añadió el agente Finocchi –También me parece que intenta provocarnos. Es como si, de alguna manera, se sintiese superior a nosotros por el hecho de estar todavía libre.

      –Veo que estamos todos de acuerdo –constató el capitán. –Por lo tanto, esta se queda en mi oficina y será puesta con los expedientes una vez que completemos la investigación –añadió refiriéndose al sobre que contenía la carta enviada al inspector y a la traducción.

      –Bueno, ¿a qué estamos esperando? –preguntó el agente Finocchi, como si hubiese vislumbrado un punto muerto en la investigación, –pongámonos a trabajar enseguida. No pretendemos, de ninguna manera, dejar que esta persona ande libre por ahí haciendo daño mucho tiempo más, ¿verdad?

      –Absolutamente no. –afirmó el inspector.

      –Ánimo, sacad esas cajas de mi oficina y poneos inmediatamente a trabajar –les exhortó el capitán.

      –A sus órdenes –asintió Marco Finocchi, a continuación él y Zamagni cogieron todo el material disponible hasta ahora y se fueron al escritorio del inspector para pensar cómo organizar la investigación.

      –Esperamos con interés todo lo que se encuentra todavía en los archivos –dijo Zamagni despidiéndose del capitán mientras salían al pasillo.

      –Os enviaré todo –concluyó Luzzi cerrando la puerta de la oficina.

      Cuando el hombre recibió la llamada estaba degustando un cocktail en un local del Barrio de Santa Cruz. Había decidido desconectar un poco, así que se había ido a España en un vuelo directo para Sevilla algunos días antes y cuando escuchó sonar el teléfono móvil había intuido inmediatamente el olor de trabajo y de problemas.

      No había reconocido el número de teléfono del emisor pero por el prefijo había comprendido que la llamada llegaba desde Italia y, para ser más precisos, desde la ciudad de Bologna.

      Después de haber respondido, escuchó decir a su interlocutor, sencillamente, que se había cansado y que ahora sería el turno de Zamagni.

      Llegado a este punto, el hombre pidió más explicaciones, dijo que de momento se encontraba en el extranjero y que volvería a Italia dentro de unos días, justo el tiempo de reposar un poco, pero que se ocuparía de la cuestión. Obviamente trató sobre la compensación que le esperaría cuando completase el trabajo.

      Su interlocutor le dijo que no tenía prisa, que no habría ningún problema por lo que respectaba el dinero a pagar y que volverían a hablar cuando volviese a Italia.

      Después de colgar, el hombre acabó su cocktail, pagó la cuenta a la camarera y dejó el resto de las monedas como propina.

      Caminar por aquellas calle típicas lo tranquilizaba y, en el fondo, el Barrio de Santa Cruz y la ciudad de Sevilla le gustaban: desde la primera vez que había decidido ir a la ciudad andaluza se había sentido contento por la elección y cada dos o tres años iba para estar unos días.

      A fin de cuentas, la gente era cordial, la meteorología no te jugaba malas pasadas y la ciudad era muy hermosa de visitar.

      Continuando por la calle pasó al lado de la Catedral y de la Giralda, el famoso campanario con las rampas en lugar de las escaleras, creadas a propósito para las mulas, poco después llegó a la Calle Sierpes y giró a la derecha para llegar al apartamento de alquiler donde se alojaba desde el comienzo de la semana.

      Cerró la puerta a sus espaldas, luego se sentó en la butaca y encendió el televisor.

      Todavía tenía a su disposición algunos días antes de volver a Italia y quería disfrutar el tiempo hasta el final.

      II

      Stefano Zamagni y Marco Finocchi legaron al escritorio del inspector con el material concerniente a Daniele Santopietro, así que comenzaron a pensar en cómo enfrentarse a aquello que podría definirse como una pura y simple recogida de datos.

      El primer impacto que tuvieron ambos fue la ingente cantidad de trabajo que les esperaba, considerando la abundancia de objetos, tanto pequeños como grandes, que contenían aquellas cajas.

      Cuando se sintieron preparados para comenzar decidieron comprobar juntos cada una de las cajas examinando una de cada vez.

      Una labor de ese tipo habría hecho desistir a muchas personas, sabiendo, además, que recibirían del capitán más material durante la investigación, pero la determinación de los dos hombres para descubrir al verdadero culpable de todo tuvo un papel fundamental.

      Habían comenzado a pensar que el origen de la mayor parte de sus problemas fuese sólo una persona después de haber escuchado la llamada recibida por el señor Bottazzi de la Asociación Atropos y esto quizás simplificaría notablemente la investigación.

      Lo que no sería sinónimo de simplicidad, también porque por el momento la única referencia que tenía a su disposición estaba constituida por objetos de un criminal muerto.

      A esto se añadía el hecho de que no tuviesen ni la más remota idea de qué les reservase la prolongación de la misma investigación.

      Varios interrogantes le rondaban a Zamagni en la cabeza que no dudaría en compartir con el agente Finocchi


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