La cara de la muerte. Блейк Пирс
miró hacia arriba, comenzando a sentirse culpable. Se puso en pie y rápidamente sacudió la cabeza.
–Supongo que él corrió hacia allí ―dijo señalando la dirección obvia de sus huellas alejándose. Había un afloramiento de rocas a lo lejos que parecía ser un buen lugar para descansar. La formación le habló de patrones de viento, de miles de años de esculpir esas rocas. ―Tal vez se detuvo a la sombra por allí. Es un día caluroso.
Un secreto era un secreto. No había forma de que pudiera admitir lo que sabía. No había manera de que pudiera decir en voz alta que era un bicho raro que entendía el mundo de una manera que nadie más lo hacía. O admitir el resto, que tampoco entendía cómo lo veían ellos. Pero sí podía decirle eso. Era el tipo de indicio que una persona normal podría ver.
El jefe se aclaró la garganta, interrumpiendo.
–Ya hemos explorado en esa dirección y no hemos encontrado nada. Los perros perdieron el rastro. Hay un terreno más rocoso por allí que no deja huellas. Pensamos que debe haber seguido corriendo en línea recta. O incluso quizás pudo haber sido recogido por un vehículo.
Zoe entrecerró los ojos. Ella sabía lo que sabía. Este hombre corría desesperado, sus zancadas eran largas, su cuerpo estaba más próximo al suelo mientras se lanzaba hacia adelante para coger velocidad. No se dirigía a un rescate, y no estaba tan lejos como para que no pudieran encontrarlo.
–Complácenos ―sugirió Zoe. Ella dio unos golpecitos sobre el emblema del FBI en su placa, que aún estaba en su mano. Había una cosa genial en ser un agente especial: no siempre debías explicarte. De hecho, cumplías el estereotipo si no lo hacías.
Shelley dejó de estudiar la cara de Zoe para volver a relacionarse con el comisario con un cierto aire de determinación sobre ella.
–Envíe el helicóptero. ¿Tienen a los perros listos?
–Claro ―asintió el jefe de policía, aunque no parecía muy contento―. Ustedes mandan.
Shelley le agradeció.
–Conduzcamos hacia allí ―le sugirió a Zoe―. Tengo al piloto en la radio. Nos mantendrá informadas cuando descubran algo.
Zoe asintió con la cabeza y volvió al coche obedientemente. Shelley la había apoyado, la había respaldado. Eso fue una buena señal. Estaba agradecida, y no le tocaba el ego que fuera Shelley la que daba las órdenes. No cambiaba nada, siempre y cuando se salvaran vidas.
–Menos mal ―Shelley se detuvo descansando en el asiento del acompañante con un mapa abierto en sus manos―. Esto no se hace menos difícil, ¿verdad? Una mujer sola, sin provocar a nadie. No se merecía eso.
Zoe asintió de nuevo.
–De acuerdo ―dijo, sin estar segura de qué más podía añadir a la conversación. Arrancó el coche y empezó a conducir para llenar el espacio vacío.
–No hablas mucho, ¿verdad? ―preguntó Shelley. Hizo una pausa antes de agregar―. Está bien. Sólo estoy tratando de entender cómo trabajas.
El asesinato fue injusto, eso era cierto. Zoe podía entender eso. Pero lo hecho, hecho está. Ahora tenían un trabajo que hacer. Pasaron más segundos de los que son contemplados como normales de una respuesta esperada. Zoe intentó pensar en algo pero no se le ocurrió nada que decir. El tiempo había pasado. Si hablaba ahora, sólo sonaría aún más extraña.
Zoe trató de concentrarse en mantener una expresión triste mientras conducía, pero era demasiado difícil hacer las dos cosas a la vez. Pero después dejó de intentarlo, su rostro se relajó volviendo a su natural inexpresividad. No era que no pensara, o que no hubiera emociones detrás de sus ojos. Era difícil pensar en cómo se veía su rostro y controlarlo conscientemente, mientras su mente calculaba la distancia exacta entre cada marcador de la carretera y se aseguraba de que se mantuviera una velocidad que evitara que el coche se volcara si tenía que desviarse en este tipo de asfalto.
Siguieron el camino por la superficie más lisa mientras se curvaba a través del paisaje llano. Zoe ya podía ver que el camino las llevaba en la dirección correcta, permitiéndoles alcanzarlo si corría en línea recta. Apoyó con fuerza su pie sobre el pedal, usando la ventaja del asfalto para acelerar.
Una voz sonó por la radio, sacando a Zoe de sus pensamientos.
–Tenemos al sospechoso a la vista. Cambio.
–Copiado ―respondió Shelley. Fue precisa y no perdió el tiempo, Zoe apreció eso―. ¿Coordenadas?
El piloto del helicóptero dijo cuál era su posición, y Shelley dirigió a Zoe desde su mapa. No tuvieron que ajustar su curso, estaban en la dirección correcta. Zoe apretó el volante más fuerte, sintiendo la emoción de la validación. Ella había tenido razón con sus suposiciones.
Unos momentos después vieron el helicóptero sobrevolando en el aire sobre una patrulla local, cuyos dos ocupantes aparentemente habían salido y habían tumbado al convicto sobre el suelo. Estaba tendido en la arena, notoriamente perturbado, moviéndose para todos lados, y maldiciendo.
Zoe detuvo el coche y Shelley salió inmediatamente, transmitiendo información por su radio de mano. Un pequeño grupo de hombres con perros ya se acercaban desde el sureste, los perros ladraban excitados al encontrar la fuente del olor que habían sentido.
Zoe recogió el mapa que Shelley había desechado, comparándolo con el GPS. Estaban a menos de unos doscientos metros de donde ella había dicho que estaría, en una trayectoria directa. Debe haber huido del afloramiento de rocas cuando oyó a los perros.
Se permitió una pequeña sonrisa de victoria, saliendo del coche para unirse a ellos con un renovado vigor. Afuera, bajo el sol ardiente, Shelley le mostró una sonrisa que hacía juego con la suya, obviamente estaba feliz de ya estar cerrando su primer caso juntas.
Más tarde, de vuelta en el coche, la tranquilidad se instaló de nuevo. Zoe no sabía qué decir… nunca sabía qué decir. La charla trivial era algo ajeno a ella. ¿Cuántas veces podía hablar del clima antes de que se convirtiera en un obvio cliché? ¿Cuántas veces se puede entablar una conversación sobre cosas banales antes de que el silencio se convirtiera en una compañía, en lugar de una molestia?
–No dijiste mucho allí ―dijo Shelley, finalmente rompiendo el silencio.
Zoe hizo una pausa antes de contestar.
–No ―ella estuvo de acuerdo, tratando de sonar amigable. No había mucho más que pudiera decir más allá que estar de acuerdo.
Más silencio. Zoe calculó los segundos dentro de su cabeza, dándose cuenta de que había pasado más tiempo de lo que se consideraría una ruptura normal de la conversación.
Shelley aclaró su garganta y dijo: ―Con los compañeros que tenía en el entrenamiento, practicábamos hablando durante el caso ―dijo ella―. Trabajando juntos para resolverlo. No solos.
Zoe asintió, manteniendo sus ojos fijos en el camino.
–Entiendo ―dijo, aunque sintió una creciente sensación de pánico. No lo entendía… no completamente. En cierto modo entendía cómo se sentía la gente a su alrededor, porque siempre se lo decían. Pero no sabía qué se suponía que debía hacer al respecto. Ella lo estaba intentando, se estaba esforzando con todas sus fuerzas.
–Habla conmigo la próxima vez ―dijo Shelley, acomodándose en su asiento como si todo estuviera resuelto―. Se supone que somos compañeras. Quiero que trabajemos juntas de verdad.
Esto no era un buen augurio. El último compañero de Zoe había tardado al menos unas semanas en quejarse de lo tranquila y distante que era.
Ella había pensado que lo estaba haciendo mejor esta vez. Ella había comprado los cafés. Y Shelley le había sonreído antes. ¿Se suponía que debía comprar más bebidas? ¿Debía llegar a un cierto número de cafés para hacer su relación más cómoda?
Zoe vio el camino abrirse frente al parabrisas, bajo un cielo que empezaba a oscurecerse. Sintió que debía decir algo más, aunque no podía imaginarse