El Reino de los Dragones. Морган Райс
—admitió Gris, y era un hombre que rara vez admitía algo así—. La muerte es a veces un poderoso presagio. A veces es solo una muerte. Y a veces, también es vida.
Volvió a mirar hacia el reino.
El rey Godwin suspiró, desalentado por nunca poder verdaderamente entender al hombre, y se quedó observando a la bestia, intentando entender cómo algo tan poderoso y magnífico podía haber muerto. No tenía señales de haber luchado ni heridas visibles. Observe los ojos de la criatura como si le pudiesen ofrecer algún tipo de respuesta.
–¿Padre? —Gritó Rodry.
El rey Godwin se volteó hacia su hijo. Se parecía mucho a Godwin a esa edad, musculoso y fuerte, aunque con un rastro de la belleza y el cabello más claro de su madre para recordarla ahora que ya no estaba. Estaba sentado sobre un corcel y tenía una armadura incrustada con brillos azules. Parecía impaciente ante la perspectiva de estar atrapado allí, haciendo nada. Probablemente cuando supo que había un dragón habría esperado pelear con él. Aún era bastante joven para pensar que él le podía ganar a todo.
Los caballeros a su alrededor esperaron pacientemente las órdenes del rey.
El rey Godwin sabía que no podían estar mucho tiempo allí afuera. Al estar tan cerca del río, corrían el riesgo de que los sureños se escabulleran por uno de los puentes, y además estaba oscureciendo.
–Si demoramos mucho la reina pensará que estamos intentando rehuir de los preparativos de la boda —señaló Rodry—. Nos llevará bastante volver, incluso cabalgando rápido.
Estaba eso. Faltando solo una semana para la boda de Lenore, era poco probable que Aethe los perdonara, menos aún si se había ido con Rodry. A pesar de sus esfuerzos, ella aún creía que él favorecía más a sus tres hijos con Illia que a las tres hijas que ella le había dado.
–Volveremos lo antes posible —dijo el rey Godwin—. Aunque primero debemos hacer algo al respecto.
El rey Godwin miró a Gris antes de continuar.
–Si la gente se entera de que apareció un dragón, por no hablar de un dragón muerto, pensarán que es un mal presagio, y no quiero que haya malos presagios en la semana de la boda de Lenore.
–No, claro que no —dijo Rodry, sintiéndose avergonzado por no haberlo pensado—. ¿Qué hacemos entonces?
El rey ya había pensado en eso. Se acercó primero a los pobladores sacando todas las monedas que tenía.
–Tienen mi agradecimiento por haberme contado esto —dijo él mientras les entregaba las monedas —. Ahora vuelvan a sus casas y no le cuenten a nadie lo que vieron. Ustedes no estuvieron aquí, esto no ocurrió. Si escucho otra cosa…
Recibieron la amenaza tácita haciendo una apresurada reverencia.
–Sí, mi rey —dijo uno, antes de que ambos se fueran rápidamente.
–Ahora —dijo él, volviéndose hacia Rodry y los caballeros—. Ursus, eres el más fuerte; veamos cuánta fuerza tienes realmente. Uno de ustedes traiga cuerdas para que podamos arrastrar a la bestia.
El caballero más alto asintió y todos comenzaron a trabajar, buscando en las alforjas hasta que uno encontró unas cuerdas gruesas. Twell, el planificador, era la persona en quien confiar que tiene todo lo que se necesita.
Ataron los restos del dragón, lo que les llevó más tiempo de lo que el rey Godwin hubiese querido. El enorme volumen de la bestia parecía resistirse a los intentos por contenerlo, por lo que Jorin, siempre el más ágil, tuvo que treparse a la criatura con las cuerdas sobre sus hombros para atarla. Se bajó fácilmente de un salto, aún teniendo la armadura. Finalmente, lograron amarrarla. El rey descendió hasta ellos y asió la cuerda.
–¿Y?—le dijo al resto— ¿Creen que voy a arrastrarlo al río yo solo?
Hubo un tiempo en el que podría haberlo hecho, cuando había sido tan fuerte como Ursus, sí, o Rodry. Pero ahora, él se conocía lo suficiente para saber cuándo necesitaba ayuda. Los hombres captaron el mensaje y agarraron la cuerda. El rey Godwin sintió el momento en que su hijo sumó su potencia al esfuerzo, empujando el cuerpo del dragón desde el otro extremo y gruñendo por el esfuerzo.
Lentamente comenzó a moverse, dejando huellas en la tierra mientras ellos desplazaban su peso. Solo Gris no sumó su esfuerzo a la cuerda, y francamente no habría servido de mucho de todos modos. Poco a poco, lograron acercar el dragón al río.
Finalmente llegaron al borde, dejándolo preparado en el punto en donde el terreno descendía abruptamente hacia el río que era tanto el límite del reino como su defensa. Permaneció sentado ahí, tan perfectamente equilibrado que un soplo lo podría haber derribado, mirando momentáneamente hacia el rey Godwin como si estuviese en posición para volar hacia las tierras sureñas.
Apoyó una bota en el flanco y con un grito de esfuerzo lo empujó hacia la orilla.
–Ya está —dijo cuando cayó al agua con un chapoteo.
Sin embargo, no desapareció. En cambio permaneció meciéndose allí, la furia pura de las aguas color gris acero era suficiente para arrastrar el cuerpo del dragón río abajo al tiempo que se golpeaba contra las rocas y giraba con la corriente. Ningún hombre podría nadar contra esa corriente, para la que el peso del dragón era algo minúsculo. Lo arrastraba en la dirección el mar expectante, las aguas oscuras se apresuraban para juntarse en la masa de agua más inmensa.
–Esperemos que no haya dejado huevos —susurró Gris.
El rey Godwin permaneció parado allí, demasiado cansado para cuestionar al hombre, mirando al cuerpo de la criatura hasta que desapareció de su vista. Se dijo a sí mismo que lo hacía para asegurarse de que la marea no lo llevara a su reino y de que no volviera a causar problemas otra vez. Se dijo a sí mismo que estaba recobrando el aliento porque ya no era más un hombre joven.
Sin embargo, no era verdad. La verdad era que estaba preocupado. Él había gobernado su reino durante mucho tiempo, y nunca había visto algo parecido antes. Para que ocurriera ahora, algo tenía que estar sucediendo.
Y el rey Godwin sabía que, fuera lo que fuese, estaba por afectar a todo su reino.
CAPÍTULO DOS
En sueños, Devin se encontró en un lugar muy lejos de la forja en donde trabajaba, incluso más allá de la ciudad de Royalsport, en donde vivía con su familia. Él soñaba con frecuencia, y en sus sueños podía ir a cualquier lado y ser cualquier cosa. En sus sueños, podía ser el caballero que siempre había querido ser.
Aunque este sueño era extraño. En primer lugar, el sabía que estaba en un sueño, cuando habitualmente no lo sabía. Eso quería decir que podía caminar por él y parecía cambiar cuando lo observaba, lo que le permitía crear paisajes a su alrededor.
Era como si estuviese flotando sobre el reino. Allí abajo podía ver cómo el terreno se extendía debajo de él, el norte y el sur, divididos por el río Slate, y Leveros, la isla de los monjes, hacia el este. En el extremo norte, sobre el límite del reino, a cinco o seis días a caballo, podía ver lo volcanes que había estado inactivos durante años. En el extremo oeste, apenas pudo divisar el Tercer Continente, del que la gente hablaba en voz baja y con asombro de las cosas que vivían allí.
Era un sueño, sin embargo, y él o sabía, era una visión extraordinariamente acertada del reino.
Ahora ya no estaba por encima del mundo. Ahora estaba en un lugar oscuro, y había algo allí con él: una silueta que llenaba el espacio, con un aroma mohoso, seco y reptiliano. Un parpadeo de luz destelló en las escamas, y en la casi oscuridad él creyó escuchar el susurro del movimiento junto con la respiración como un fuelle. En el sueño, Devin podía sentir que su miedo aumentaba, aferrando la empuñadura de una espada con la mano instintivamente y alzando la hoja de metal negro azulado.
Unos enormes ojos dorados se abrieron en la oscuridad y la luz volvió a parpadear. Entonces, él pudo ver un cuerpo enorme con escamas oscuras, de una dimensión que jamás había visto, con las alas enrolladas y la boca totalmente