Un corazón alegre. Julián Melgosa
—protestó la mujer. A lo que el ofendido replicó:
—Te perdono, sí, pero quiero que sepas que esa falsa información que has divulgado es tan difícil de recoger como las plumas que arrojaste desde la torre. Chismes, calumnias, difamaciones, comadreos… tienen componentes comunes: inventar, exagerar, mentir o tergiversar la verdad objetiva. Se trata de una actividad deleitosa para muchos, pero muy pocos son conscientes del daño que hacen. ¿Por qué es una práctica tan común? Chismear con las faltas de otros puede proporcionar un sentimiento de superioridad, una satisfacción íntima por hacer a otros culpables. También se utiliza como arma para vengarse o como una consecuencia de la envidia, emoción muy común de la que algunos pretenden escapar hablando mal del envidiado. Finalmente, algunos intentan aliviar sus frustraciones lanzando habladurías.
Las consecuencias pueden ser muy graves arruinando el honor y la digni dad de las víctimas. Lo triste es que muchas veces se utiliza el chisme contra amigos, parientes y allegados, actuando con hipocresía y perfidia.
Pero lo peor de todo es que estas actividades están repletas de inmoralidad. Varios textos bíblicos condenan firmemente la calumnia. Por ejemplo: “Al que solapadamente difama a su prójimo, yo lo destruiré” (Sal. 101:5). El versículo de hoy nos ofrece un consejo adicional. No solo desaconseja el chisme, sino también advierte contra la relación con el “suelto de lengua” (“chismoso” y “murmurador”, según otras versiones).
Proponte no propagar los cuentos y evita intimar con quienes tienen por práctica iniciar habladurías. Es el consejo de la palabra inspirada.
25 de marzo - Relaciones
Bien por mal
“No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres”(Romanos 12:17).
La ley del talión (“ojo por ojo y diente por diente”) no se limita a los tiempos de Moisés, sino que en la actualidad muchos países siguen un principio similar en sus códigos penales. Ameneh Bahrami era estudiante univer sitaria de electrónica en Irán cuando rechazó las propuestas sentimentales y sexuales que le hacía su compañero de estudios Majid Movahedi. Durante dos años insistió Majid, pero la joven no accedió. Un día, él la siguió hasta una parada de autobús y allí le arrojó a la cara un cubo de ácido sulfúrico, dejándola ciega y desfigurada. Siguiendo la directriz de la ley islámica, un tribunal sentenció a Majid a la pena del talión: ojo por ojo.
En el día designado y bajo supervisión legal, un médico anestesió a Majid para aplicarle el mismo ácido en los ojos y recibir así el castigo prescrito. En el último momento, Ameneh ofreció perdón a su agresor. El tribunal aceptó la decisión de la joven y Majid fue absuelto, aunque se mantuvo el cargo de pagar todos los gastos médicos por el tratamiento de los ojos y la cara de Ameneh. El perdón de esta joven sobrepasó los límites de la legalidad y siguió el generoso principio del versículo de hoy.
La ley del talión se aplicó en la antigüedad no para que hubiera venganza, sino para proteger al culpable de excesos, pues en ciertos casos la reacción podía ser desproporcionada. De hecho, las tres veces que la expresión “ojo por ojo y diente por diente” aparece en la Biblia (Éxo. 21:24, Lev. 24:20 y Deut. 29:21), lo hace en el contexto legal, es decir, el código de base para las decisiones de un juez o un tribunal, nunca en el ámbito personal. Aunque el principio parezca cruel e implacable, era para el uso exclusivo y controlado de una autoridad judicial.
Pero Jesús presentó una visión revolucionaria frente a la aparente equidad del talión: “No paguéis a nadie mal por mal”. ¡Cuántos problemas interpersonales quedarían inmediatamente resueltos si se aplicara este principio! Pero ¿cómo es posible que la víctima que ha sido dañada con odio y con saña no devuelva mal por mal? ¡Resulta humanamente imposible! Efectivamente, tal cosa no es posible desde el punto de vista humano, pero sí desde la perspectiva divina.
Ora hoy para que el Señor haga en ti de acuerdo con su promesa: “Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Fil. 2:13).
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