Conversando con los maestros. Ricardo Avenburg
la consideración del término libido como una energía general, como un impulso a la vida, en la que la energía sexual queda incluida. No creo que este último sea hoy un tema excluyente: no todos los analistas aceptan la teoría de los instintos en general y menos aún la necesaria existencia de un dualismo instintivo.
Lo que no puede no chocarnos es la consideración de los cinco primeros años como un período pre-sexual: aún identificando, como se desprende de este trabajo, lo sexual con actividades directamente referidas a la esfera genital, la observación directa de cualquier niño, ya desde el período de lactancia (que puede llegar hasta alrededor del año de edad), nos muestra la presencia de una masturbación directamente genital; más aún, cuando el niño o la niña llegan a los 3 o 4 años, época en que Jung calificó como pre-sexual. Sin embargo, si pensamos que el tema de la sexualidad infantil se develó a partir de los tratamientos psicoanalíticos de pacientes adultos, vemos que, en los historiales de Freud, tanto en el caso Dora como en el del hombre de las ratas, la reconstrucción de situaciones sexuales infantiles se detiene en el período de latencia, caracterizado por Jung como estadio pre-puberal en el que, según él, aparecen las primeras actividades que podrían llamarse sexuales con las características infantiles de “ingenuidad” e “inocuidad”. Recién en El hombre de los lobos, en el que retoma parte de la discusión con Jung, Freud expone la reconstrucción de la vida sexual del paciente en sus cinco primeros años de vida (historial que, por supuesto, no tenía escrito en 1913). Y aún hoy es frecuente que reconstrucciones que se realizan a lo largo de un análisis no trasciendan el período de latencia (a menos que se tienda a aplicar directamente al material expuesto por el paciente, hipótesis previamente asumida acerca de la sexualidad infantil). De todos modos, para esa época, ya estaba publicado el análisis de Juanito, esencial para la consideración de la sexualidad infantil y al que, por lo menos en este trabajo, Jung no hace mención.
No cabe duda que la consideración de la existencia de la sexualidad infantil es un shibboleth o contraseña que exigiría cualquier psicoanalista para considerar un trabajo como psicoanalítico. Desde este punto de vista, es claro que este trabajo debería quedar fuera del campo de lo que se puede considerar psicoanálisis. Sin embargo, si consideramos los ejemplos clínicos que nos aporta Jung, empezamos a dudar. Ante todo, no creo que el uso de un shibboleth defina o no el contenido de verdad de un trabajo (y esto es, en última instancia, lo que, por lo menos a mí, me interesa). Es importante vencer la primera resistencia que nos aparece cuando vemos un concepto que nos choca y puede ser que las contraseñas sean útiles en la guerra o para dejar entrar a alguien al teatro después del intervalo, pero no lo son en la ciencia ni a nivel conceptual; por otra parte, tengo fuertes sospechas (para mi fuero interno certezas) que hoy existen dentro del psicoanálisis muchas personas, teorías o concepciones que portan contraseñas falsas, que utilizan las palabras requeridas, pero que significan cosas muy diferentes. Reitero que nos choca y, al mismo tiempo, constituye una evidente desmentida de la realidad, la afirmación de la no existencia de manifestaciones sexuales en los cinco primeros años de vida. Pero, insisto, considerando los ejemplos clínicos, e independientemente de las conclusiones que Jung extrae de estos, creo que, desde el punto de vista del método, son un modelo de trabajo psicoanalítico (por lo menos desde lo que yo entiendo por psicoanálisis) que no es frecuente encontrar en trabajos contemporáneos.
El análisis de lo que yo entiendo es el motivo desencadenante de la crisis que tuvo la primera paciente ante el galope de los caballos referida al conflicto amoroso en relación con el esposo de la amiga, me parece inobjetable. Estoy de acuerdo también (y creo que Freud lo estaría) en no explicar inmediatamente este episodio con el accidente, también con el carruaje y los caballos, que tuvo en su infancia. Sin embargo Jung se quedó con lo intrascendente de este episodio infantil: yo no lo hubiese dejado de lado y hubiera tratado, entre otras cosas, de profundizar el contexto en que se dio dicho episodio y por supuesto, que aquí yo hubiese estado pensando en sus vinculaciones con la sexualidad infantil, pero de esto se trata el desacuerdo con Jung.
De todos modos, hasta donde llegó, su trabajo es inobjetable (es un nivel de análisis similar al que Freud accedió en el caso de Lucy R.). Quiero contrastar la nitidez de este análisis con el atiborramiento de teorías que podemos observar en muchos trabajos contemporáneos sobre un material clínico que podría verse de esa como de muchas otras maneras: que esta paciente tenía ese conflicto amoroso y que su crisis tenía que ver con dicho conflicto; no creo que a nadie puede caberle duda alguna a partir de la descripción de Jung, aunque muchos puedan calificarlo de un nivel muy superficial (pero por lo menos, como punto de partida es un piso seguro).
En el caso de la segunda paciente, la que, de las dos hermanas, hizo una crisis ante el compromiso matrimonial, el análisis llevó a dos escenas sexuales infantiles: una, que compartió con su hermana, tuvo lugar con un exhibicionista y otra, de sus 2 o 3 años, en la que vio a su padre en una actitud obscena. “Nada menos probable que su padre hubiera hecho algo así”, dice Jung. Es posible, Jung se encontraba en la encrucijada de decidir si esta escena fue real o “solo una fantasía”. De entrada desecha Jung la posibilidad de la realidad de dicha escena (¿por qué?) pero tampoco considera la posibilidad de que esta escena fuese un “recuerdo encubridor” y que recién su análisis podría determinar cuánto de ese recuerdo-fantasía correspondía a una construcción infantil (y a partir de qué sucesos) y cuánto a recuerdos de sucesos o pensamientos o fantasías ulteriores trasladados regresivamente. Si Jung sometió o no este recuerdo al análisis, no lo muestra, y saca una conclusión que, por lo menos en este trabajo, resulta muy precipitada, desvalorizando sin más a la fantasía: “Es sólo una fantasía, probablemente construida por primera vez en el curso del análisis…” por lo tanto construida ad hoc y sin valor alguna para el análisis.
Según Jung el determinante de esta neurosis es una predisposición dada por una sensitividad innata y agrega que cuanto más temprano tuvo lugar una impresión en la infancia, más sospechosa es su realidad; que impresiones importantes solo son esperables en años juveniles posteriores. En este contexto señala que los niños, al igual que los animales y los pueblos primitivos, no tienen esta disponibilidad de reproducir recuerdos de una impresión única, disponibilidad que vemos entre los pueblos civilizados.
El análisis se detuvo ante dicho recuerdo infantil y no se puede dejar de tener la impresión que aquí jugaron consideraciones ideológicas. Hay gente civilizada y hay niños, animales, neuróticos y pueblos primitivos que son netamente inferiores a la gente civilizada. Jung de ningún modo pudo poner en tela de juicio la moral familiar convencional: la estructura de la familia no era tocada para nada en los ejemplos de análisis aportados por Jung, en especial si comparamos estos ejemplos con la radiografía familiar y social de los historiales de Freud, en particular el caso Dora. Por otra parte (es la época de la publicación de “Tótem y tabú”) es clara la diferencia de concepción ente Freud y Jung con respecto a los así llamados “pueblos primitivos”, así como la concepción de la infancia en general (y no solo respecto a la sexualidad): para Jung la amnesia infantil es producto de la inmadurez biológica del cerebro del niño.
Jung caracteriza a la neurosis de la siguiente manera: dice que frente a una empresa o tarea dificultosa (como ejemplo trae la de un alpinista) hay tres motivos por los cuales esta no puede realizarse: 1) si la empresa es imposible, el sujeto reconoce dicha imposibilidad renunciará a esta; 2) si la empresa es en sí posible: a) el sujeto reconoce que no la puede realizar por cobardía o incapacidad moral, b) el sujeto no reconoce su cobardía y dice que la tarea es en sí imposible. Este último caso es el neurótico, ya que remitir a circunstancias exteriores una propia incapacidad es una actitud infantil. Pero ¿por qué no evalúa como neurótica la conducta 2 a), si es que la cobardía no responde a una angustia real? Solo que, a diferencia de 2 b), hay conciencia de enfermedad. Pero el caso 2 b) ¿no es el de Jung, que se detiene en el análisis cuando este le plantea problemas que empiezan a poner en tela de juicio la moral convencional y dice que el recuerdo o fantasía de la paciente no deben ser analizados, que hacerlo es entrar en el juego de la neurosis? Pero para Freud (y yo concuerdo con él) la neurosis es no solo una huida de la realidad (psíquica en principio) sino que también devela una verdad, ya que todo síntoma denuncia algo que ni el sujeto, ni la familia, ni la sociedad quieren ver. 3) El tercer caso clínico, analizado por una discípula de Jung, es el de una niña