Que te lo cuente mi perra. Mª Carmen Morillo Martín

Que te lo cuente mi perra - Mª Carmen Morillo Martín


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a un tal coronel Malcom de Escocia que le gustaba ir de cacería. Por lo que cuentan, solamente existían unos pocos perros de mis características de color blanco. Dicho coronel perdió uno de sus perros porque le confundieron con un zorro, debido al color marrón que era el más habitual, y entonces seleccionaron a los perros de color blanco para criar, tras lo cual mi raza pasó a ser considerada una raza independiente a partir de 1904.

      ¿Que cómo soy físicamente? Pues bien, soy pequeña, solo peso alrededor de cinco kilos. Como os he dicho, mi pelaje es de color blanco, aunque a decir verdad, ese color solo me dura uno o dos días después del baño. El resto del mes es grisáceo, por los muchos revolcones que me doy en el jardín de mi casa. Tengo el rabo en forma de zanahoria, y diríamos que soy pelín paticorta, pero ¡cuidado!, ¿eh?, que estoy proporcionada. Me cortan el pelo de manera que mi cabeza parece la de un león, y si tardan mucho en llevarme a la peluquería, no veo tres en un burro. Y es que no se me cae el pelo, y ya cuando parezco una mopa, de esas que usan para limpiar el polvo del suelo, es cuando Versia me lleva a la peluquería canina y me dejan muy guapa.

      Versia es mi dueña. Es una niña de diez años, inteligente, estudiosa, trabajadora y responsable. También es obediente y cariñosa, y es una niña muy alegre y feliz. Siempre tiene la sonrisa en la boca, se pasa el día cantando y bailando y disfruta mucho de la compañía de sus padres, hermanas, y por supuesto, de la mía. Pero, claro, no todo pueden ser virtudes, también tiene algunos defectillos. A veces tiene mal genio, y cuando lo saca a relucir hay que tener mucha paciencia con ella. Pero el peor defecto que tiene es que no sabe olvidar fácilmente, y cuando le haces algo que le duele o le ofende, prepárate, porque te lo puede estar recordando durante una semana. O sea, que es pelín rencorosa. También es presumida y muy femenina, y le gusta intercambiarse la ropa con sus hermanas y hacer múltiples combinaciones con sus lazos, cintas de pelo, ropa y calzado.

      Lita y Lota son sus hermanas gemelas y tienen doce años. Es muy divertido tratar con ellas y escuchar las cosas que les suceden, porque se parecen tanto que hasta a la propia Versia le cuesta distinguirlas y arman verdaderas trifulcas. La verdad es que se parecen mucho las tres. Podrían pasar por trillizas, aunque Versia es más tirando a rubia, y Lita y Lota son morenas, pero todas llevan el pelo largo, tienen la misma altura, utilizan la misma talla y calzan el mismo número de zapatos. Solo Lota, no se sabe por qué extraña razón, necesita un número más en las botas de monte. A las tres les gustan las mismas comidas, que es prácticamente todo lo que se les pone en el plato, las tres hacen los mismos gestos, y las tres se quedan dormidas en la misma postura con el mismo brazo debajo de la almohada. Las tres llevan aparato de ortodoncia en la boca, y las tres tienen el mismo lunar justo al lado del ombligo. Las tres se rascan una oreja cuando tienen sueño, y a las tres les gusta que les toqueteen la cabeza y les masajeen la espalda. Las tres son golosas, y las tres odian los pepinillos en vinagre. Se llevan muy bien entre ellas, y siempre están dispuestas a echarse una mano cuando alguna lo necesita. Las tres son patilargas, delgadas, y muy pálidas. Incluso cuando termina el verano, después de muchos días de sol, están blancas. No importa que hayan pasado unos días en la playa, o un verano entero en el corral de la casa del pueblo que está en la meseta, donde se pasan el día medio en cueros, como decía mi abuelo MacGregor, o sea, medio desnudas, para que me entendáis. Siguen estando blancas. Sí, sí. Parece que las pobres pasan los veranos en un cuarto oscuro, y su madre, al principio, hasta consultó con la pediatra a qué podría ser debido la blancura de la piel de sus hijas.

      —No se preocupe, señora Plinia – la tranquilizó la pediatra– es simplemente su tipo de piel. Esté tranquila. Que tomen el sol normalmente, eso sí, siempre con crema protectora.

      Plinia es la madre de las niñas y es una señora culta y elegante. No es que sea muy guapa pero es de esas que se pueden calificar de resultonas. Viste muy elegante pero no se gasta grandes cantidades de dinero, y cuando puede recicla lo de años anteriores adaptándolo a la moda del momento. Le gusta recorrer los mercadillos y grandes almacenes cuando hay rebajas, porque dice que siempre se puede ahorrar algo. No es partidaria de tener los armarios llenos de ropas que no se usan, tanto suya como de las niñas, y les ha enseñado que no hace falta tener más de lo necesario. Y no solo en lo que respecta a ropa. También en juguetes y muchas otras cosas que se almacenan y almacenan y nunca se utilizan. La señora Plinia ha enseñado a sus hijas que hay que consumir en una medida justa y no dar demasiada importancia a las cosas materiales. Es una señora muy sabia y siempre dice frases muy acertadas a sus hijas, pues desea que tengan una buena educación, así que dialoga mucho con ellas para que entiendan lo importante que son los valores humanos en esta vida.

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      A CONO REGALADO...

      HÍNCALE EL DIENTE

      Pues bien, la familia Reverte, que así es como se apellidan, vive en una casa con mucho espacio alrededor. La casa es grande y con mucha luz porque tiene grandes ventanales y dispone de dos jardines, uno en la parte delantera y otro en la trasera, tan largo que llega hasta el monte, e incluso se confunde con él. El Trinquete, que así se llama, está poblado por bichos de todo tipo que bajan a nuestro jardín siempre que les place: garduñas, tejones, lechuzas, búhos, urracas, cuervos, tordos y pájaros pequeños de todo tipo, sapos que parecen peras de medio kilo, y unas águilas enormes que parecen avionetas, por no hablar de pequeños insectos. En verano, rondan unos mosquitos trompeteros que te ponen la cabeza loca. Te zumban en el oído y te dejan medio sordo, como los cazabombarderos de la Segunda Guerra Mundial. Incluso suele bajar al jardín un pequeño zorro que se pasea por la parte de atrás con un descaro que no veas. ¡Hombre, yo le echaría y le pondría bien clarito que este no es su terreno! No, no, no creáis que no me atrevo, porque, vamos, valentía me sobra. ¡Faltaría más!... Lo que pasa es que no me molesta, y mientras no me coma el pienso que hay en mi cuenco, le dejo que se acerque a una madriguera que hay a unos cincuenta metros de la casa. A veces me he topado de morros con él cuando andaba despistada buscando algún ratoncillo, y no me he asustado, pero bueno, he preferido salir corriendo como alma que lleva el diablo hacia mi caseta, más que nada para proteger el pienso, como os he dicho. Y hablando de roedores, en mi jardín hay a montones. Hay un amplio surtido de ratoncillos de campo, ardillas, puerco espines y demás familia que tanto a la señora Plinia como a las niñas les traen de cabeza. Un día entró un ratoncillo en casa y no había banquetas suficientes para que se subieran todas. Al final, yo, con mis dotes de cazadora, atrapé al roedor en un abrir y cerrar de ojos, y por fin pararon los chillidos y los escobazos a troche y moche. Últimamente baja al jardín una parejita de corzos, pero esos sí son del agrado de la señora Plinia y las niñas. Cada vez que bajan, ya están todas, cámara en ristre, para hacer fotos a los bichos. La verdad es que tienen una cara muy chistosa aunque no sé si hacen más gracia cuando les ves por delante o por detrás, porque tienen el culo color blanco, y un rabo de lo más ridículo.

      ¡Buenoooo, ya viene por ahí la pesada de mi vecina! Claro. Es que la pobre se aburre como un hongo porque en su casa no hay niños. Yo me entretengo mucho viendo cómo discurre la vida de mi familia y, por supuesto, contándola, así que siempre viene aquí a entretenerse conmigo. Es otra perra parecida a mí porque también es de la raza Terrier, pero ella tiene el hocico más alargado, el rabo más corto y el pelo más rizado. Pero, vamos, que la mires por donde la mires, es más fea que yo, sin lugar a dudas. ¡Faltaría más! Lía, que así es como se llama, es de esa raza que llaman fox terrier.

      —Hola, Xena.

      —Ah, hola Lía, no te había visto.

      Mentira cochina, pero es que de verdad es una pesada, la tengo aquí todo el día. Y mira que procuro quitármela de encima como puedo, pero nada… Le meto cada rollo que no veas, pero ella sigue viniendo a darme la tabarra. Además, me lo mordisquea todo. Tenía una planta muy bonita al lado de mi caseta, y la tía me la dejó como un colador. Me ha destrozado pelotas, huesos de plástico y un montón de juguetitos varios. Aunque no me puedo quejar del todo, porque la última vez me hizo un gran favor. ¡Destrozó el cono a mordiscos! ¡Y qué contenta me puse, me quería comer a besos a Lía! Porque el maldito cono es un artilugio con el que he tenido más de un percance. ¿Qué? ¿Que no sabéis lo que es un cono para perros? Bueno, os lo describiré, aunque solamente mencionar esa palabra


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