La gerontología será feminista. Paula Danel
era un asunto imposible.
Lo que había que hacer era encauzarle los recuerdos,
para que no la mataran, para que la obligaran a seguir viva.
“La tía Daniela”
en Mujeres de Ojos Grandes de Ángeles Mastretta
Prólogo
Sabemos que los discursos sociales son un campo fértil de disputas de sentidos y de luchas por la significación de las palabras y de los mundos que ellas ayudan a construir y describir. A veces, ese mismo campo discursivo experimenta pequeñas revoluciones que se incorporan rápidamente a la vida cotidiana. Una de esa micro-revoluciones se produjo recientemente con la irrupción en la vida social del término machirulo. Un simple hilo de twitter puso en escena ese viejo término registrado en el diccionario. Múltiples acepciones, usos y reformulaciones se escucharon en estos meses connotando creativamente esa palabra. Y la traigo aquí para dar cuenta de las dificultades de la escritura de un prólogo para un libro magnífico cuyo título intimida a cualquier machirulo, categoría entre los que me encuentro y me apropio en varios de sus sentidos.
No sin cierta perplejidad recibí el pedido de las compiladoras de preparar el prólogo para este libro cuyo título es una declaración política. O mejor dicho la explicitación de una política de conocimiento disruptiva y atrevida tanto para el campo gerontológico, como para los estudios de género. En una comunidad académica (y militante) tan rica y variada configurada en torno a los estudios de género en nuestro país, esta convocatoria además de un honor requiere un fuerte compromiso autoral que me ha implicado no solo académicamente, sino personalmente.
A fines de 1999 en la defensa de mi tesis doctoral en la Universidad de Granada tuve el honor de que una de mis evaluadoras fuera la Dra. Ana Freixas, a cuyos textos había recurrido y citado para dar cuenta de algunos planteos que me ocupaban. Recuerdo vívidamente cuando cerca de finalizar su exposición de valoración me señaló: “en verdad esta tesis debiera tener otro título, su investigación es sobre las mujeres mayores, sus datos hablan de ellas, sus análisis muestran su sensibilidad interpretativa sobre la experiencia femenina de aprender… pero… ellas están ocultadas en la neutralidad del título”. Y agregó otro estilete discursivo que no recuerdo claramente, pero del que evoco su provocación para que profundizase la mirada de la vejez desde el género y no el género de/en la vejez.
Ella nunca pudo imaginar el efecto que esa intervención tendría en mi posterior desarrollo como científico social. Ese señalamiento operó como un disparador que me llevaría a lo largo de estas dos décadas a tratar de comprender el modo en que las marcas-de-los-géneros atraviesan y performan la experiencia vital en las edades avanzadas de la vida. Sirva este prólogo como excusa para agradecerle a esta notable feminista psicogerontóloga por haberme provocado intelectualmente.
En estas décadas hemos podido aprender en la investigación a desandar y deconstruir preguntas, supuestos y modos de pensar la vejez que pre-suponían y pre-disponían hacia ciertos temas. A través de ellos la investigación gerontológica ha amplificado y naturalizado no solo las diferencias, sino las desigualdades que se articulan en la intersección entre género y vejez. El debate social y político sobre los géneros, movilizado por los feminismos, pero también por otros movimientos de la disidencia sexo-genérica nos invitó a superar el binarismo y a dialogar con otrxs sujetxs envejecientes dándole otra densidad y significación a la noción de envejecimiento diferencial.
Como señalamos previamente, no basta con reconocer la diferencia entre varones y mujeres en tanto lectura demográfica (y binaria) de la población de mayor edad en la sociedad y las temáticas que configuran su experiencia vital. Es necesario comprender cómo sobre esas diferencias reconocibles, se construyen desigualdades, formas específicas de invisibilización, de subordinación y de minorización de unos géneros sobre otros.
Entre el reconocimiento de la diferencia y el establecimiento de jerarquías opera el poder del régimen heteropatriarcal que “fabrica” -en los cuerpos, las sensibilidades y las representaciones que signan y asignan desigualdades- variadas formas de violentación y minusvaloración de lxs diferentes. En la cúspide de esa estructura simbólica de dominación se encuentra el patrón normativo heterosexual, joven, vigoroso y potente que opera como criterio estructurante, ordenador y jerarquizador de masculinidades, feminidades y otras experiencias identitarias. En esa lectura oblicua de las intersecciones entre el género y la edad, es interesante resaltar que los propios varones mayores pagan el costo de la ideología machista que lesiona, debilita y socava las bases identitarias configuradas desde el modelo de la masculinidad hegemónica.
Este libro nos ubica en el territorio diverso y heterogéneo de las mujeres mayores y, desde ese lugar sus autoras reponen una serie de cuestiones que se imponen por su relevancia epistemológica y sus derivas analíticas y prácticas. En efecto, un análisis de los campos de estudio de la vejez y del género, revela que en las últimas cinco décadas ambos se han desarrollado por andariveles separados.
Le debemos a Simone de Beauvoir uno de los aportes seminales más lúcidos y profundos sobre la cuestión de la vejez en las sociedades modernas. Sus herramientas teóricas lograron mostrar el nudo problemático que representaba la vejez como categoría cultural emergente. En las coordenadas temporales más amplias de un proceso social signado por el conflicto en las relaciones generacionales, la vejez se constituyó en la década de los sesenta del siglo pasado como un acontecimiento del orden del saber.
Los movimientos sociales de ese momento histórico fueron la expresión de un conflicto que atravesaba los consumos culturales, las opciones políticas, las estéticas y los modos de construcción del lazo social. En ese conflicto generacional, los viejos quedaron del lado de lo obsoleto, de lo perimido, de todo aquello que representaba el orden conservador. La potencia, la imaginación y las fuerzas de la transformación quedaron como atributo de la juventud. Los viejos eran los representantes de lo instituido, mientras que a los jóvenes se los invistió de los símbolos de lo instituyente. El programa político de la segunda ola del feminismo se gesta en (y es expresión de) esa brecha generacional.
En un breve ensayo, Margaret Mead da cuenta del conflicto generacional como expresión de un modo novedoso de la organización social contemporánea. Su conocida clasificación de sociedades prefigurativas, figurativas y configurativas, mostraba diferentes modos a través de los cuales las sociedades lidian con la transmisión cultural a la vez que organizan diferencialmente las relaciones generacionales y las interacciones entre ellas. Mead, postulaba en esa obra que las demandas de la juventud tienen alcance global y que, en la práctica, ello implicaba que las sociedades y las interacciones estuviesen orientadas hacia el futuro como expresión de un nuevo sistema de valores.
Esta lectura del cambio social basado en la brecha generacional contribuyó a que los movimientos de acción colectiva de mujeres y de las disidencias sexuales potenciaran los discursos y representaciones de que las luchas de reconocimiento, reivindicación y reparación de derechos eran una empresa que quedaba en manos de lxs jóvenes. Así, la agenda de los feminismos se configuró en torno a las temáticas emancipatorias impulsadas por los movimientos juveniles.
Esas reivindicaciones vinculadas a los usos no reproductivos de la sexualidad, la liberación de los mandatos patriarcales que equiparaban el lugar de lo femenino a la esfera privada y el reconocimiento al derecho de decidir sobre el propio cuerpo, presentificaron en el discurso social la lucha de las mujeres jóvenes, pero dejaron en un cono de sombras las necesidades emancipatorias de las mujeres mayores. Por otra parte, la atribución instituyente a la juventud obturó la posibilidad de reconocer el modo en que los propios procesos de transmisión intergeneracional efectuados por las madres y abuelas, habilitaron las posibilidades de reconocimiento de las situaciones de opresión del universo femenino.
Por el lado de la gerontología, la cuestión de las diferencias de género fue tratada durante décadas como una mera categoría biológica-demográfica, en tanto que se limitaba a describir mediante las estadísticas las diferencias entre varones y mujeres. Por otra parte, la agenda gerontológica estableció algunas temáticas como prototípicas del envejecimiento femenino, naturalizando ciertas prácticas como propiamente femeninas,