Trono destrozado. Victoria Aveyard

Trono destrozado - Victoria Aveyard


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una mano ganchuda que abría y cerraba agitadamente, y como este gesto le enchinó la piel a Coriane, se mordió el labio para no decir algo inoportuno. Tomó en cambio los dos vestidos regalo de su tío y los tendió en el sofá donde Jessamine se había sentado.

      La prima los olfateó y examinó como hacía Julian con sus textos antiguos: entrecerró los ojos ante el bordado y el encaje, frotó la tela y tiró de invisibles hilos sueltos en ambos vestidos dorados.

      —Parecen aceptables —dijo después de un largo momento—. Aunque son anticuados. Ninguno de ellos está a la última moda.

      —¡Qué raro! —exclamó Coriane sin poder reprimirse, con palabras arrastradas.

      ¡Zas! El bastón volvió a golpear en el suelo.

      —¡Sin sarcasmos! Son impropios de una dama.

      Todas las que yo conozco parecen muy versadas en ellos, tú incluso, si es que puedo llamarte una dama. La verdad es que Jessamine no había asistido a la corte durante al menos una década. No tenía idea de cuál era la última moda y, cuando ingería demasiada ginebra, ni siquiera recordaba qué rey estaba en el trono.

      —¿Es Tiberias VI o V? No, todavía es el IV; la antigua llama no morirá.

      Coriane le recordaba amablemente que quien los gobernaba entonces era Tiberias V.

      Su hijo, el príncipe heredero, sería Tiberias VI cuando su padre falleciera. Aunque con su sedicente gusto por la guerra, ella se preguntaba si el príncipe viviría tanto como para portar una corona. La historia de Norta estaba llena de incendiarios Calore que morían en batalla, especialmente príncipes segundos y primos. Coriane deseaba en secreto que el príncipe muriera, así fuese sólo para ver qué pasaba. Hasta donde sabía, si las lecciones de Jessamine eran de dar crédito, él carecía de hermanos, y los primos Calore eran pocos, por no decir débiles. Norta había combatido durante un siglo a los Lacustres, pero una guerra interna se cernía en el horizonte, una guerra entre las Grandes Casas para llevar al trono a otra familia. La Casa de Jacos no estaba involucrada en ello en absoluto. Su insignificancia era una constante, lo mismo que la prima Jessamine.

      —Bueno, si los mensajes de tu padre son de fiar, estos vestidos deberán ser útiles muy pronto —continuó, al tiempo que dejaba los presentes.

      Sin consideración de la hora ni de la presencia de Coriane, sacó de su vestido una botella de ginebra y tomó un buen sorbo. El aroma del enebro se esparció por el aire.

      Coriane frunció el ceño y apartó la mirada de sus manos, que ya se ocupaban en estrujar los guantes nuevos.

      —¿El tío se encuentra bien?

      ¡Zas!

      —¡Qué pregunta tan tonta! No ha estado bien desde hace años, como bien lo sabes.

      El rostro de Coriane ardió en color plata, con un bochorno metálico.

      —Quise decir mal, peor. ¿Se encuentra peor?

      —Harrus lo cree así. Jared ya no abandona sus aposentos en la corte y es raro que asista a banquetes, menos aún a reuniones administrativas o al consejo de gobernadores. Tu padre lo sustituye cada vez más. Por no mencionar el hecho de que tu tío parece decidido a beberse hasta la última gota de las arcas de la Casa de Jacos —dijo la anciana antes de tomar otro trago de ginebra, ironía que casi hizo reír a Coriane—. ¡Qué egoísta!

      —Sí, qué egoísta —balbuceó la joven.

      No me has deseado feliz cumpleaños, prima. Pero no insistió en ese asunto. Duele ser llamado ingrato incluso por una sanguijuela.

      —Otro libro de Julian, ya veo. ¡Ah!, y guantes. Magnífico, Harrus aceptó mi sugerencia. ¿Y de Skonos?

      —Nada.

      Por lo menos todavía. Sara le había pedido esperar, porque su regalo no era algo que pudiese apilarse con los otros.

      —¿Nada? ¡Pero si viene aquí a consumir nuestra comida, a ocupar espacio…!

      Coriane hizo cuanto pudo para que las palabras de Jessamine flotaran y se alejaran de ella como nubes en un cielo despejado por el viento. Se concentró en el manual que había leído la noche anterior. Baterías. Cátodos y ánodos, los de uso primario se desechan, los secundarios pueden recargarse

      ¡Zas!

      —¿Sí, Jessamine?

      Una mujer muy vieja y de ojos saltones sostenía la mirada de Coriane, con la irritación inscrita en cada arruga.

      —No hago esto para beneficiarme, Coriane.

      —Ni a mí tampoco —siseó ella, sin poder evitarlo.

      Jessamine cacareó en respuesta, con una risa tan crispada que habría podido escupir polvo.

      —Eso es lo que querrías, ¿verdad? Creer que sufro por diversión tu mala cara y tu amargura. ¡Piensa menos en ti, Coriane! No hago esto más que por la Casa de Jacos, por nosotros. Sé mejor que ustedes lo que somos. Y recuerdo lo que fuimos cuando vivíamos en la corte, negociábamos tratados y éramos para los reyes Calore tan indispensables como su flama. Recuerdo. No hay peor castigo ni dolor que la memoria.

      Revolvió el bastón en su mano y comenzó a contar con un dedo las joyas que pulía cada noche: zafiros, rubíes, esmeraldas, un diamante. Pese a que Coriane no sabía si eran obsequios de pretendientes, amigos o familiares, componían el tesoro de Jessamine, cuyos ojos destellaban como las gemas mismas.

      —Tu padre será Señor de la Casa de Jacos y tu hermano después de él. Eso te deja en necesidad de un Señor propio. ¿O deseas permanecer aquí por siempre? —Como tú. La insinuación era clara, y Coriane descubrió que no podía hablar a causa de un súbito nudo en la garganta; lo único que pudo hacer fue sacudir la cabeza. No, Jessamine, no quiero quedarme aquí. No quiero ser tú—. Muy bien —dijo la prima e hizo sonar su bastón una vez más—. Emprendamos el día.

      Esa noche, Coriane se sentó a escribir. Su pluma fluyó por las páginas del regalo de Julian derramando tinta a la manera en que un cuchillo vertería sangre. Escribió acerca de todo. De Jessamine, su padre, Julian. De la aprensión de que su hermano la abandonaría para sortear solo el huracán que se avecinaba. Tenía a Sara ahora. Los había sorprendido besándose antes de la cena, y aunque sonrió, fingió reír y aparentó darse por satisfecha con la vergüenza de ambos y sus vacilantes explicaciones, Coriane se sintió abatida por dentro. Sara era mi mejor amiga, lo único que me pertenecía. Pero ya no. Al igual que Julian, ella pondría tierra de por medio, hasta dejarla sólo con el polvo de una casa, y una vida, olvidadas.

      Porque por más que Jessamine dijera, se pavoneara y mintiera sobre las supuestas posibilidades de Coriane, lo cierto era que no había nada que hacer. Nadie se casará conmigo, al menos no quien yo quiera. Rechazaba y aceptaba esa realidad al mismo tiempo. No dejaré nunca este lugar, escribió. Estas paredes doradas serán mi sepulcro.

      Jared Jacos recibió dos funerales.

      El primero tuvo lugar en la corte, en Arcón, bajo una brumosa lluvia de primavera. El segundo sucedería una semana después, en la finca de Aderonack. El cadáver del tío se sumaría así a la tumba familiar y descansaría en un sepulcro de mármol que había sido pagado con una de las joyas del bastón de Jessamine. La esmeralda se vendió a un comerciante de piedras preciosas en el este de Arcón, en presencia de Coriane, Julian y su vetusta prima. Jessamine mantuvo un aire distante y no se molestó en mirar cuando la gema verde pasó de manos del nuevo Lord de Jacos a las del joyero Plateado. Un hombre común, supo Coriane. No llevaba colores de Casas notables, pero era más acaudalado que ellos, con ropas elegantes y un sinfín de alhajas encima. Aunque nosotros seamos nobles, este señor podría comprarnos a todos si quisiera.

      La familia vistió de


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