Parches del alma. Marie Proaño
me ponía nerviosa, siempre fui una niña muy tímida y temerosa.
Mientras crecía, este recuerdo silencioso vivía muy latente en mi interior y me preguntaba cómo podía alguien ser tan cruel para dañar así a una niña,
para destruir su inocencia, pero la vida seguía girando.
¡Y a su alrededor estaba ahí penetrante mi dolor!
Así prosiguió mi vida y nunca pude olvidar ni sus nombres ni sus actos.
Capítulo II
Cuando el pasado te visita,
los parches comienzan a aflojarse.
Pasado el tiempo mi madre trabajaba como enfermera cama adentro, cuidaba adultos mayores y la veía poco tiempo mientras mis primas se ocupaban de mí.
Pero el recuerdo amenazante de aquellos dos hombres siempre permaneció en mi mente. Como una grifería mal cerrada gota a gota…
Tuve momentos en los que quise contar lo que me había pasado con aquellos hombres, necesitaba sentirme protegida, amada, y no abandonada, pero el miedo al rechazo, a que no me crean, la vergüenza, la culpa, no me dejaban abrir la boca entonces seguía guardando silencio.
Cuando llegó el tiempo de concurrir al jardín, comencé a presentar problemas de concentración, yo no entendía nada, tanto que me llevaron a un aula de recursos especiales para ayudarme con las tareas porque me distraía mucho.
y sin que nadie se diera cuenta yo me encerraba en el baño del jardín para tocar mis partes íntimas, yo me hacía lo mismo que aquellos hombres me hacían a mí.
Me comportaba como una niña que prefería siempre jugar sola, me gustaba hablar con las plantas, era una persona muy distraída, temerosa, soñaba con tener una Barbie, que nunca pude tener…
¡Como mi mamá también era artesana me hizo una muñeca de trapo que me regalo de sorpresa para una Navidad! ¡Me puse muy feliz! ¡Sabía que mi madre no podía comprarme una Barbie, pero hizo una muñeca de trapo para Mí!
Puedo asegurar que no cambiaría la madre que tengo por nadie, doy gracias a Dios porque sea mi madre ella hizo todo lo que pudo, confió y fue muy fuerte.
¡Los años siguieron pasando! y Yo continuaba en silencio!
A los ocho años tomé a Dios como protector y Padre, con el cual pasaba horas a solas hablando frente al espejo, Él fue mi motor, El me otorgo esa fuerza que viene desde otro lugar para soportarlo todo.
La esposa de mi tío era evangelista y me enseñó a orar. Recuerdo que un día le dije: ¡Madrina siento que soy alguien especial para Dios! Ella me miro, pero no me respondió nada, ¡creo que no entendió lo que quise decir!
Un día le pedí a Dios algo importante y le dije que si lo cumplía nunca más dudaría de su existencia. Pasaron diez minutos y había cumplido lo que le había pedido. En ese momento no lo podía creer y así comenzaron las charlas con Dios y aunque no me respondía, yo sabía que Él estaba conmigo escuchándome.
Cuando cumplí doce años, mi madre viajó a Colombia y no la pude ver durante un mes y medio, su ausencia me afectaba de tal manera que me sentía muy triste, ¡siempre me sentí sola!
Mi papá nunca me visitaba ni se preocupaba por mí.
¡Nunca le pude expresar a mi mamá lo que sentía pues con verla ya era feliz!
A mis trece años invitaron a mi madre, con su grupo de danzas afro, a Chile y ella me comentó que solo se iba por un mes. Cuando ella me comunicó que había decidido irse por un tiempo breve, me puse triste, muy triste.
Era tanta mi tristeza. Tanta mi angustia. ¡Tanto dolor!
No quería que mi madre se vaya y ella me dijo con estas palabras: “Marie, sufra un poquito más”.
En aquel momento yo desconocía el poder que tenían las palabras y entonces ella se marchó en busca de un futuro mejor. Así como hacen muchos para dar un mejor futuro a sus hijos.
Me sentí huérfana en ese momento y las palabras que mi madre me dijo fueron literales y no sufrí un poquito, sino que sufrí de a gotas como una tortura, tragándome mis lágrimas, me hubiera encantado decirle a mi mama en ese momento, no me dejes mami, no quiero ser lastimada otra vez y contarle todo mi secreto, tengo miedo de estar sin ti te necesito por favor, quédate conmigo, yo te amo, pero no lo hice, lo parche y seguí guardando silencio.
La familia con la cual me quedé, me permitió estudiar, me dio un techo, y comida, pero eran muy estrictos conmigo realmente y en cierto modo no los culpó pues no sabían el secreto que me mataba por dentro.
Sufrí mucho en esa casa, me castigaban constantemente, para ellos todo lo que yo hacía era malo, me pegaban con palos de escoba en mi espalda, si sacaba malas notas en el colegio me castigaban en el mismo colegio delante de mis compañeros y en casa no me era permitido ver la tele ni salir y si tenía piojos me sacaban a la vereda del barrio para sacármelos y que todos mis amigos supieran que yo tenía piojos, un día fui a acompañar a una amiga al bazar lo que acá le llamamos librería, a comprar unas cosas para el colegio, el lugar quedaba a 4 cuadras de la casa, yo me olvide de avisar y cuando volví a casa me estaban esperando para castigarme por no haber avisado, me agarraron entre tres, mientras dos me sostenían, la otra persona tomo un periódico lo prendió fuego y lo puso en mis pies, querían quemarlos mientras yo gritaba y lloraba y peleaba para que me suelten y escupía el diario y lo pisaba para que no me quemen los pies, podía ver como se encendía ese diario y mis pies peleaban para no ser quemados y escuchaba sus voces diciendo esto te pasa por callejera, vaga de mierda!
Yo sabía que no había hecho nada malo, al final logré apagar el fuego, me pegaron, me cachetearon y rompieron mi labio y me fui a llorar al cuarto, donde la angustia invadía mi alma y solo encontraba consuelo hablando con Dios.
También tenían la mala costumbre de revisar las cartas que yo enviaba a mi mama, donde le contaba lo que me hacían, mi prima las leía delante de mí y me pegaba por contar la verdad y no enviaba la carta, como poder olvidar momentos tan feos, pero doy gracias a Dios que ya pasaron quizás en el afán de protegerme creyón que esa era la mejor manera de criarme.
A decir verdad, no saben cuan equivocados estaban y del gran daño psicológico que estaban causando a mi alma, creo que nunca tomaron conciencia de eso, en un país que en aquellos tiempos los profesores te golpeaban con palos en las manos si no llevabas la tarea, creo que todo era parte de una idea en conjunto de la misma sociedad lamentablemente, no me paso solo a mi sino a muchos niños y jóvenes.
Pasado un tiempo, por esas cosas de la vida, a mis catorce años volví a ver a uno de estos hombres en la calle, yo iba con mi prima él iba con su mujer e hijas. ¿Quieres saber lo que sentí? miedo, terror y rabia! Mi prima lo saludo, yo ni lo mire quería matarlo literalmente, ¡por desgraciado! por ser un maldito pedófilo que destruyo mi inocencia!
Quise contarle a mi prima en ese momento, pero no me anime, sentí mucho miedo de contarlo no sabía cuál sería la reacción de ella si se lo decía, preferí callar. Entonces cuando callas parchas, gran error, sin saber, que con el pasar de los años este hecho me traería grandes problemas en vida adulta. Este secreto vivió conmigo por muchos años.
En esta etapa de la adolescencia empecé a defenderme, me volví rebelde, pensaba en irme de la casa, ya no me dejaba golpear, me defendía, sentía rabia y estaba dispuesta a defenderme como sea, pero no permitiría que me lastimaran más, cuando iba a otras casas de gente conocida sabía que no iba a tener lo que ellos me daban vivienda, estudio y comida. Finalmente, decidí quedarme con ellos ya que, por lo menos, me permitían estudiar. No era una chica de salir mucho, salía dentro del barrio, pero no más allá y solo con permiso, me daban horarios para volver a casa.
De qué manera puede actuar una niña que fue abusada sexualmente y que ese maldito recuerdo estaba envenenando su alma. Tenía Rabia…
Cuando