Los sonámbulos. Arthur Koestler
Los sonámbulos
Arthur Koestler
Hutchinson & Co., Ltd., London, 1959.
© Arthur Koestler
© Editorial Hueders
© Traducción de Alberto Luis Bixio
Primera edición: diciembre de 2017
ISBN edición impresa 978-956-365-074-7
ISBN edición digital 978-956-365-182-9
Todos los derechos reservados.
Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida
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Diseño de portada: Inés Picchetti
Imagen de portada: Estudio del tránsito de Venus, H.C. Russell, 1874.
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HUEDERS
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SANTIAGO DE CHILE
A la memoria de Mamaine
INTRODUCCIÓN
Ningún campo del pensamiento puede ser cabalmente abarcado por hombres que miden con un solo cartabón. Hay partes de la historia susceptibles de ser transformadas –o, si no ya transformadas, vivificadas en gran medida– por una imaginación que, como un rápido reflector luminoso, enfoca las cuestiones desde afuera del campo profesional del historiador. Nuevas aplicaciones de la documentación o inesperadas correlaciones entre las fuentes confirman entonces viejas intuiciones. Surgen nuevos panoramas como consecuencia de la yuxtaposición de cosas que a nadie se le ocurrió antes ver juntas. Salen a la luz nuevos detalles y cobran importancia otros en virtud del nuevo giro que toma el desarrollo de los hechos.
Comprobamos constantemente que hemos atribuido demasiadas cosas modernas a un hombre como Copérnico o que hemos tomado de Kepler (entresacándolos de su contexto) tan solo ciertos elementos que tenían sabor moderno; o, paralelamente, que hemos sido anacrónicos en nuestra manera de tratar el espíritu y la vida de Galileo. El autor del presente libro desarrolla este proceso particular, ata muchos cabos sueltos y da a todo el tema una serie de ramificaciones inesperadas. Al atender no solo las realizaciones científicas, sino los métodos de trabajo que están detrás de ellas, así como la abundante correspondencia privada, arroja luz sobre grandes pensadores colocándolos nuevamente en el marco de su época, sin privarlos de su significación, porque el autor no solo nos libra de las anomalías y residuos de un pensamiento anticuado, sino que, al hacerlo, establece la unidad, vivifica la estructura y muestra el carácter plausible y consecuente del espíritu de cada pensador.
Para los lectores ingleses es particularmente útil el hecho de que Koestler se contrajese a algunos de esos aspectos descuidados y prestase gran atención a Kepler que mucho más necesitaba una exposición y mucho clamaba por el concurso de la imaginación histórica. La historia no ha de juzgarse por sus aspectos negativos; de manera que aquellos, de entre nosotros, que disintamos con Koestler respecto de la estructura exterior de algunas de sus ideas o que no le sigamos en ciertos detalles, difícilmente dejaremos de percibir la luz que, no solo modifica y anima el cuadro general, sino que subraya nuevos hechos o pone en danza, ante nuestros ojos, algunos otros ya muertos.
Me sorprendería que aun quienes estén familiarizados con este tema no sientan a menudo que hay aquí una lluvia de cosas en que cada gota arroja un destello.
Herbert Butterfield
PREFACIO
En el índice de las seiscientas y tantas páginas del Estudio de la Historia, de Arnold Toynbee –versión abreviada– no aparecen los nombres de Copérnico, Galileo, Descartes y Newton.1 Este ejemplo, entre muchos otros, bastaría para indicar el abismo que aún separa los estudios humanísticos de la filosofía de la naturaleza. Empleo esta expresión anticuada porque la voz “ciencia”, que recientemente ha venido a remplazarla, no tiene las mismas ricas y universales asociaciones que tenía la expresión “filosofía de la naturaleza” en el siglo XVII, en los días en que Kepler escribió su Armonía del Mundo y Galileo, su Mensaje de los astros. Aquellos hombres que determinaron la conmoción espiritual que llamamos “revolución científica” le asignaron el nombre bien diferente de “nueva filosofía”. La revolución, producida en la técnica, que los descubrimientos de aquellos hombres provocaron fue un producto accesorio e inesperado; su meta no era conquistar la naturaleza, sino comprenderla. Con todo, su indagación cósmica destruyó la visión medieval de un orden social inmutable, en un universo amurallado, con su jerarquía fija de valores morales; y transformó por entero el paisaje, la sociedad, la cultura, las costumbres y las concepciones generales de Europa, tanto como si hubiera surgido un nuevo género en el planeta.
Esta transformación del espíritu europeo, verificada en el siglo XVII, es solo el último ejemplo del impacto que las “ciencias” hicieron en las “humanidades” y que la indagación del carácter de la naturaleza hizo en la indagación de la naturaleza del hombre. El cambio ilustra asimismo cuán erróneo es erigir barreras académicas y sociales entre ambas esferas, hecho que por fin comienza a reconocerse, casi un milenio después que el Renacimiento hubo descubierto el uomo universale.
Otro resultado de esta fragmentación es que aparecen historias de la ciencia que consignan la fecha en que el reloj mecánico o la ley de la inercia apareció por primera vez; también historias de la astronomía donde se nos informa que la precesión de los equinoccios fue descubierta por Hiparco de Alejandría; pero, cosa sorprendente, no existe, que yo sepa, ninguna historia moderna de la cosmología, ningún examen amplio de la cambiante visión que el hombre tiene del universo en que está encerrado.
Lo dicho explica cuál es la finalidad de este libro y qué cosas trata de evitar. No es una historia de la astronomía, aunque acudamos a la astronomía cuando sea menester acercar la visión a un foco más restricto. Y, no obstante destinarse al lector común, no es un libro de “ciencia popular”, sino una interpretación personal y especulativa de un teme sujeto a controversia. Comienza en los babilonios y termina en Newton, porque aún vivimos en un universo esencialmente newtoniano; la cosmología de Einstein permanece todavía en estado fluido, de suerte que es prematuro determinar su influencia sobre la cultura. Para mantener este vasto tema dentro de los límites de lo viable solo he intentado trazar un esquema general. En algunas partes el libro es esquemático; en otras, detallado; porque la selección del material y el acento puesto en él fueron guiados por mi interés personal en ciertas cuestiones específicas que constituyen los leitmotiv de la obra que expondré aquí brevemente.
En primer lugar hay dos hilos gemelos, el de la ciencia y el de la religión, que comienzan con la unidad indistinguible del místico y del sabio en la fraternidad pitagórica, que se apartan el uno del otro y tornan a reunirse, ora ligados por nudos, ora siguiendo cursos paralelos, y que acaban en la urbana y mortal “casa dividida de la fe y la razón” de nuestros días donde, en ambas partes, los símbolos se petrificaron en dogmas y la fuente común de inspiración se ha perdido