¡Escribirás y escribirás!. Carolina Romero
franqueza de cualquier escritura de sí mismo (p. 51).
Por su parte, Pauls (1996) indica algunas funciones del diario íntimo en torno a una función general, que es la de coartada. En ese sentido, se escribe un diario para dar testimonio de una época (coartada histórica); confesar lo inconfesable (coartada religiosa); extirpar la ansiedad (como en el caso de Kafka); recobrar la salud o conjurar fantasmas (coartada terapéutica); mantener entrenados el pulso, la imaginación, el poder de observación (coartada profesional). Además, Pauls (1996) generaliza la práctica en dos características básicas: «Una disciplina maniaca (nullus dies sine linea) y la irresponsabilidad» (p. 3). Y agrega dos elementos fundantes de los diarios del siglo xx: el primero es que casi todos los diarios se escriben en las huellas de dos series: la de las «catástrofes planetarias (guerras mundiales, nazismo, holocausto, totalitarismos, etc.)» y la de los «derrumbes personales (alcoholismo, impotencia, locura, degradación física)» (p. 10).
Por su parte, Giordano (2011), interesándose puntualmente en la figura del diarista, identifica dos clases:
Los de la primera clase llevan un diario durante el tiempo que dura el proceso que decidieron registrar, ya sea un embarazo (Tiempo de espera de Carme Riera), la escritura de un libro (Diario de un libro de Alberto Guirri) o, lo que es más común, un viaje (Diario de viaje a París de Horacio Quiroga, por dar un ejemplo). Los de la segunda clase comienzan a llevarlo sin saber por cuánto tiempo, pero como si fuesen a hacerlo por el resto de la vida, y lo que define su condición es menos la obediencia al mandato Nullus dies sine linea, que la constancia con la que sostienen el proyecto de escribir diariamente para intervenir sobre lo que les dificulta la existencia, o, más simplemente, para poner algo al resguardo de la desaparición. (p. 74)
Barthes, en Deliberación (1986), propone cuatro motivos de escritura de un diario: poético, vinculado al estilo; histórico, que muestra huellas de épocas5; utópico, la construcción de la vida y del autor como objeto de deseo; y enamorado, una escritura como taller de frases realizada con fidelidad y pasión. Y, además, sugiere una reflexividad de la escritura sobre sí misma.
Distintas caracterizaciones hacen mención a los diarios como formas de catarsis (Mansell, 1937); una observación interior (Girard, 1965); un género de los que no tienen género (Trapiello, 1997); un texto que habla de sí mismo, un diario de diario (Rousset, 1986); un hecho viviente (Lejeune, 1990); una escritura de la sinceridad (Peyre, 1963); un artificio de sinceridad (Barthes, 1986); la inscripción del yo y el ahora (Rousset, 1986); la recensión de una vida (Miraux, 1996); la correspondencia con un desconocido (Didier, 1988), un memorial de sí (Blanchot, 1992).
Otros estudios se centran en las teorías de la autofiguración, que también han conformado una tradición interpretativa (Molloy, 1996; Amícola, 2007), al poner de relieve los modos de autofiguración del yo y la intimidad que se realiza en la escritura diarística (Amícola, 2007; Catelli, 2007; Giordano, 2006, 2008, 2011, entre otros). Acuñamos el término autofiguración en una variante coloidal que no se centra en estrategias de un yo biográfico, sino en las fluctuaciones performativas de la escritura. La intimidad es igualmente un aspecto explorado en los diarios (Aira, 2000; Arfuch, 2013; Catelli, 2007; Giordano, 2000, 2006; Pauls, 2000; entre otros), y que apunta a múltiples cuestiones: lo privado, la escritura cifrada, la proximidad con lo propio-extraño, lo desconocido de sí.
Catelli (2007) persigue una definición o una aproximación al ser de la intimidad, y se detiene a poner de relieve el carácter doble, no en sentido etimológico, pero sí de ambigüedad semántica del término:
Lo íntimo es aquello más interior que define la zona espiritual reservada de una persona o grupo y posee dos acepciones. La primera, introducirse en un cuerpo por los poros o espacios huecos de una cosa. La segunda, introducirse en el afecto o ánimo de uno, estrechar una amistad. «Intimidad» no está en relación con el verbo «intimar», que reconoce la acepción de exigir el cumplimiento de algo. Como muestra la segunda acepción, también viene de «intimar» el término intimidación, derivación cristiana del latín clásico. No se trata de extraer de este doble y rico campo etimológico alguna certeza, sino tan solo partir de él para subrayar que lo íntimo tiene que ver con dos actitudes distintas del sujeto o sobre el sujeto, dos maneras de la intervención en el ánimo o en el cuerpo propio o de otro. Gestos vinculados con la penetración (física pero figuradamente también moral o psicológica) de un sujeto sobre sí mismo o sobre otro, y con la introducción (física pero figuradamente también psíquica y moral) de algo en un sujeto; o de un sujeto a otro (en el sentido de presentación). Los dos términos denotan movimiento; todos ellos remiten a impulsos físicos y de la voluntad. Pero, además, muestran que la noción de lo subjetivo está marcada por la incorporación o interiorización de otro sujeto u otra cosa. Ni la etimología ni el campo semántico de «intimar» se funden con los de «intimidar», pero probablemente lo contaminen con una vaga aprensión temerosa de la exigencia que el segundo término supone. (p. 46)
Didier (1996), por su parte, ha resaltado la dificultad que se presenta para que el estudioso totalice esa escritura en una definición genérica, y, por esto, ha puesto de relieve su forma abierta. Afirma que el diario es un receptáculo de escrituras de todo tipo: diario reportaje; diario correspondencia; repertorio de citas; pura introspección; meditación religiosa; crónica; diario de polémicas; panfleto; lugar de elaboración y ejercicio de obras filosóficas, poéticas o novelísticas; texto que genera otros textos; o como las obras filosóficas del siglo xx, una constante puesta en tela de juicio de la entidad del yo. Asimismo, Arfuch (2013) nota en las escrituras diarísticas «formas híbridas, intersticiales, que infringen a menudo los límites genéricos o los umbrales de la intimidad» (p. 13).
La mayoría de estos enfoques suponen, como indicamos anteriormente, una concepción de la escritura basada en la ontología significativa, que, aunque con variaciones, considera a la escritura como un medio de expresión instrumental, una tecnología al servicio de un contenido que contar. No se detienen en su exposición misma, en la materialidad de su práctica.
Otras perspectivas, apoyadas en los mismos fundamentos, por el contrario, sí hacen hincapié en la escritura y, específicamente, en los originales escriturarios. Nos referimos a la crítica genética en los trabajos, por ejemplo, de Catherine Viollet (2005), coeditora de Lejeune de Genèses du «Je» (París, CNRS, 2000) y del número 16 de la revista Genesis, «Autobiographies», de 2002. Sin embargo, no se mueven del núcleo señalado y buscan alcanzar, a través de estos estudios, esas interzonas escabrosas que Benveniste exploró y detonó en los sesenta cuando estableció la diferencia entre el sujeto de la enunciación y del enunciado: la intención, el sentido verdadero de lo que el autor escribió.
Por otra parte, existen trabajos que ponen su foco en el aspecto performativo de los diarios íntimos y le asignan a la escritura un poder de causar efectos. Así, su índole instrumental cambia, y se concibe entonces como un ejercicio del sujeto sobre sí mismo, quien puede, además, colaborar en su construcción (Arfuch, 2013; Giordano, 2006, 2008; Link, 2005; entre otros). Es decir, que estas miradas se desplazarían del plano de la ontología representativa para plantear una especie de «contraontología» (Cassin, 2008): la escritura puede no solo repetir el pensar del ser, del sujeto, de la vida, sino también crearlo. Así, apoyados en los trabajos de Foucault (1999, 2006), estos análisis apuntan a la índole ethopoiética de la escritura, capaz de ejercer un cuidado de sí mismo, epimeleia autó, una práctica terapéutica que modifica y trabaja en la transformación de sí.
Existen diversas versiones sobre el origen histórico del diario. Girard (1996) lo ubica alrededor de 1800, antes de la eclosión romántica. Este autor afirma que el diario nace como resultado del encuentro de dos corrientes de la época:
La exaltación del sentimiento y la moda de las confesiones, siguiendo las huellas de Rousseau; por otro, la ambición de los ideólogos de fundar la ciencia del hombre sobre la observación, colocando la sensación en el origen del entendimiento, de acuerdo con Locke, Helvétius y Condillac. (p. 32)
Los primeros redactores de diarios —Maine de Biran (1792-1824), Benjamin Constant (1804-1816), Stendhal (1801-1818)— estuvieron alimentados por este pensamiento. Foucault (1999), por su parte, sitúa la aparición de un tipo de «escritura de sí»