Papel pintado. Diego Giacomini
El Estado salvará al sector con redescuento y expansión monetaria, es decir con un mayor impuesto inflacionario. Esto sucede tanto en Argentina como en el resto del mundo.
Contra ese sistema, este libro tiene dos propuestas para un nuevo orden monetario, bancario y financiero. Una a nivel mundial y otra para el caso de Argentina. Ambas se enmarcan en el pensamiento de la Escuela Austríaca de la Economía y se remiten al Teorema de Regresión Monetaria de Von Mises. Con estas propuestas, el Estado se aparta de la provisión de dinero, que vuelve a ser suministrado en libertad y deja, así, de ser un instrumento de la violencia estatal. Desaparecen las dos castas sociales, se desvanece el impuesto inflacionario y el perverso mecanismo que distribuye ingreso desde el sector privado hacia los burócratas del Estado y sus cortesanos. Estas propuestas —dicho sea sin falsa modestia— representarían un gran avance en materia de inflación.
Los políticos, cuidando su negocio, nos han hecho creer que en el mundo ya no hay más inflación, pero no es cierto. En los veinticinco años que van desde 1993 a 2018, la inflación acumuló 200% a nivel mundial. Si hacemos una apertura por regiones del mundo, nos encontramos que en esos veinticinco años la inflación mundial acumuló +449% (África al Sur del Sahara); +248% (América Latina y el Caribe) y +218% (Asia Oriental y del Pacífico). En pocas palabras, pese a la baja de la inflación con respecto a los años 70 y 80, el actual sistema sigue operando a favor de los políticos y en contra de los actores económicos.
Con nuestra propuesta de reforma la Argentina volvería a tener moneda; el impuesto inflacionario desaparecería y con él la perversa transferencia de ingresos hacia la casta política. Los argentinos pasaríamos a producir, ahorrar, invertir, consumir y pensar en una única y misma moneda; con esto se estimularía el ahorro, la inversión y la acumulación de capital, lo cual recuperaría el sendero del crecimiento económico que perdimos hace décadas. Se crearía nuevo empleo. Al aumentar la demanda de trabajo, mejorarían los salarios reales.
Otra virtud de la reforma que proponemos: dejaríamos atrás las recurrentes crisis de eso que se llama, en la jerga económica, boom&bust: es decir, auges artificiales y burbujas seguidas de recesión. En vez de esto, con los avances de productividad existentes, habría una suave deflación “creadora”, que permitiría tasas de crecimiento sostenidas en el tiempo, sin las recurrentes crisis monetarias y financieras destructoras de riqueza. Sobran los ejemplos: la crisis del “lunes negro” de 1987, cuando en una sola sesión bursátil se licuaron buena parte de las ganancias que se habían acumulado durante cinco años de subas en la Bolsa de Nueva York. Las recurrentes crisis de los años ‘90, comenzando por el crack bursátil (1989) e inmobiliario (1991) de Japón, seguido por el Tequila mejicano (1994), la crisis del sudeste asiático (1997), Rusia (1998), la crisis de las tecnológicas (2002-2002), Lehman Brothers (2008-2009) y COVID 19 (2020-¿?). Todas estas crisis tienen el mismo origen: el actual sistema monetario, bancario y financiero. ¿Por qué? Porque todas estas crisis se originan en la creación de dinero físico, dinero bancario y crédito sin respaldo. Esto genera un boom artificial y una burbuja financiera que inicialmente refuerza el proceso de crecimiento insostenible, pero está condenada a mutar en crisis deflacionaria. En este libro se muestra que esas grandes crisis que los socialistas llaman “crisis del capitalismo” son, en realidad, generadas por la expansión de dinero y el crédito sin respaldo.
Queremos terminar con esto.
Este sistema está conduciendo al mundo, lenta pero sostenidamente, hacia el socialismo del siglo XXI. Cada crisis trae más intervención estatal, cada vez más política monetaria expansiva. Los bancos centrales del mundo intervienen de forma cada vez más agresiva. La masa monetaria sin respaldo crece como un monstruo. El multiplicador monetario y la expansión del crédito vuelan cada vez más. Por otro lado, las regulaciones del sistema bancario y del sistema financiero son cada vez más frondosas, con el Estado monitoreando y regulando cada vez más férreamente al sector privado. La masa monetaria del mundo pasó de 100,5% (2008) a 124,4% (2018) del PBI mundial, mientras que hace décadas atrás era de 63,9% (1980) y 88,6% (1987). Paralelamente, el crédito proporcionado por el sector financiero pasó de 119,2% (2008) a 132,6% (2018), cuando en el pasado era tan solo de 73,4% (1980) y 107,7% (1987). El crédito al sector privado, por su parte, solo aumentó de 120,0% (2008) a 129,8% (2018) del PBI, mientras que el crédito a los gobiernos federales a nivel mundial aumentó a más del doble, pasando de 14,1% (2008) a 31,8% (2018) del PBI. Los Estados tienen cada vez más injerencia en la vida económica.
¿Cuándo fue más claro esto que en 2020? El COVID 19 es una fabulosa excusa para que los Estados, los burócratas y sus instituciones asociadas avancen sobre el sector privado. Esto atenta contra la libertad y la prosperidad y acelera el proceso de colectivización. La Reserva Federal de EEUU y los principales bancos centrales del mundo actúan por cuenta de los burócratas, como nunca se vio en las anteriores crisis. El resultado está cantado: compramos en cuotas otra crisis deflacionaria. En algunos países esto sucede más rápido, en otros es más leve, pero ocurre en todo el mundo. Latinoamérica en general y Argentina en particular están viajando hacia el comunismo a gran velocidad. Tampoco es de extrañar que España sea un caso emblemático en este sentido. ¿Se puede detener esta sinergia? Se puede: pero primero tenemos que tener claro qué es el Estado. ¿Por qué? Para enarbolar una idea faro que nos lleve a actuar a lo largo de toda nuestra vida: El Estado es el enemigo. Para tener una chance de escapar al socialismo, es necesario saberlo.
Así que este es un libro contra el Estado. Entendemos qué es el Estado, qué significa el Estado, cómo opera el Estado, y que su esencia se transmite a través del dinero y la arquitectura del sistema monetario, bancario y financiero. Los bancos centrales son coacción y violencia institucionalizada. El dinero fiduciario sin respaldo, el sistema de encaje fraccionario y la multiplicación del dinero bancario y del crédito son robo y saqueo. Ya dijimos que la actual organización monetaria nos divide en dos castas de ciudadanos; pero el papel de los bancos centrales y el dinero sin respaldo es más grave que el de los impuestos. ¿Por qué? Porque su trabajo sucio es menos evidente. No solo eso: ni siquiera es legislado. Y ofrece menos escapatoria. Los impuestos se pueden evadir, pero el impuesto inflacionario no. Por eso los gobiernos están más dispuestos a ceder presión tributaria que a renunciar a los bancos centrales y al dinero fiduciario. Al analizar la historia monetaria argentina, este libro muestra como la provincia de Buenos Aires, al reintegrarse en 1860 a la Confederación, estuvo dispuesta a ceder recaudación de la Aduana, pero no entregó la maquinita de emitir dinero del Banco Provincia. Así nos ha ido.
Estado y gobierno son dos cosas diferentes. El gobierno es —o debería ser— el encargado de poner en práctica los deseos de los individuos que viven en sociedad: primero velando por la libertad y en segundo lugar garantizando la seguridad. Ningún gobierno debe intervenir más allá de estos límites. Debe tener solo un pequeño aparato de códigos e instituciones cuyo único propósito es asegurar los derechos naturales del ser humano; es decir, su propiedad privada primaria (su cuerpo) y el derecho a utilizar sus energías para transformar su entorno en libertad, y así poder proveerse medios medios para alcanzar sus fines, que no son otros que sobrevivir y vivir en un marco de creciente prosperidad. Un gobierno jamás debe intervenir en positivo, sino siempre en negativo. Nunca debe usar la violencia ofensivamente, solo defensivamente. Es decir, interviene con violencia solo como respuesta a una violencia previa, y solo con un sentido reparador hacia quien recibió el daño. Un Banco Central, así como la actual arquitectura monetaria, bancaria y financiera, no tienen nada que ver con las responsabilidades de un gobierno.
El Estado es algo muy diferente de un gobierno, y hace todo lo opuesto a lo que debe hacer este. El Estado no surge del entendimiento común y del acuerdo de individuos que viven en sociedad; se origina en la conquista y confiscación y se materializa en la explotación económica a la que burócratas y cortesanos someten al sector privado. Ningún Estado se originó de otra forma. La Historia nos muestra, una y otra vez, cómo un grupo invade a otro, lo conquista, lo expolia; entonces, cuando se establece explotación económica del grupo vencido a favor del victorioso, nace un nuevo Estado. El Estado se basa en una idea fundamental: el individuo no tiene derechos, salvo aquellos que el Estado le concede provisoriamente. El Estado se ocupa de la libertad y la seguridad a condición de que no obstaculicen su intención principal, que es la explotación de la clase productora.