Rebeldes, románticos y profetas. Iván Garzón Vallejo

Rebeldes, románticos y profetas - Iván Garzón Vallejo


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los mal llamados “factores objetivos”, la otra forma para justificar la lucha armada ha sido la de afirmar que no fue una decisión de los propios movimientos armados, sino que les fue impuesta por la represión estatal. Que fue una lucha de resistencia. En 1992, finalmente, tras muchas reticencias, un amplio grupo de intelectuales, periodistas y artistas, encabezados por Gabriel García Márquez, Fernando Botero, Antonio Caballero y Enrique Santos le enviaron una enérgica carta a la Coordinadora Guerrillera Simón Bolivar (CGSB), compuesta en aquel momento por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y la pequeña disidencia del Ejército Popular de Liberación (EPL) que no se acogió a los acuerdos de paz de 1990 y 1991, en la cual le planteaban que ya era claro que la lucha armada no solamente era inconducente y, fundamentalmente, desfavorable para los intereses populares (El Tiempo, 29 de noviembre de 1992). En la “Respuesta de la CGSB a los intelectuales colombianos”, los mandos de la Coordinadora sostuvieron que “es importante destacar que la lucha guerrillera revolucionaria en Colombia nació, se desarrolló y continúa creciendo como respuesta popular a la permanente violencia del Estado que impide a sangre y fuego la existencia de una oposición al establecimiento. No ha sido, pues, ni un fin ni un objetivo. Ha sido simplemente un medio para resistir la agresión y luchar por la democracia y la dignidad” (Nueva Sociedad, n.º 125, mayo-junio de 1993).

      El libro de Iván Garzón es, ante todo, una dura interpelación en torno al papel de religiosos e intelectuales en la justificación de la lucha armada en Colombia. Hubo, según el autor, como ya mencionamos, una condena de la lucha armada en el seno de la Iglesia católica, pero se trataba de una condena ambigua, pues, al mismo tiempo, había una comprensión hacia quienes decidían tomar las armas en sociedades injustas y desiguales. La teología de la liberación y su discurso en torno a la Iglesia de los pobres reafirmaba el carácter sagrado de la vida humana, pero, al mismo tiempo, no cerraba totalmente las puertas para justificar el uso de las armas para combatir la violencia estructural que le negaba los mínimos vitales a la inmensa mayoría de la población.

      El discurso de algunos sectores en la Iglesia se veía reforzado por los discursos académicos que hablaban, refiriéndose a Colombia, de una democracia restringida, un sistema político cerrado, una violencia institucional y un sistema capitalista dependiente que bloqueaba las posibilidades para alcanzar el desarrollo y la democracia. Un discurso que permitió, según Garzón, “la banalización de la violencia”. El quinto mandamiento, “No matarás”, cayó en el olvido.

      Tal vez el peor error de los intelectuales de izquierda en Colombia —incluso de aquellos que no apoyaban la lucha armada—, fue la descalificación radical de las instituciones democráticas en Colombia. Una democracia calificada como formal y restringida (o democracia burguesa, en la jerga de la época), que debía ser barrida del mapa. “El que escruta, elige”, decía Camilo Torres. Por ello, hubo oídos sordos a un consejo muy sabio del ‘Che’ Guevara en su ensayo más famoso La guerra de guerrillas (1960): “Donde un gobierno haya subido al poder por alguna forma de consulta popular, fraudulenta o no, y se mantenga al menos una apariencia de legalidad constitucional, el brote guerrillero es imposible de producir por no haberse agotado las posibilidades de la lucha cívica”. Esta frase del ‘Che’ fue escrita pensando, fundamentalmente, en Uruguay. Pero era, igualmente, válida para nuestro país.

      En Colombia no se ha escrito una historia integral de los intelectuales y su papel en la sociedad. Daniel Pécaut, el gran colombianista francés, escribió una magnífica historia de los intelectuales brasileños (Entre el Pueblo y la Nación. Las intelectuales y la política en Brasil, 1989), pero nos quedó debiendo una sobre los de su país de adopción. Jorge Giraldo e Iván Garzón han comenzado a llenar este vacío.

      El libro de Iván Garzón interpela y desafía a los miembros de la Iglesia, a los académicos y a los intelectuales a repensar cuál fue en el pasado su papel en el conflicto armado, pero, igualmente, cuál debe ser su papel hoy y mañana para construir una nueva sociedad.

      Es un libro valiente. Garzón no teme enfrentar los discursos almibarados que todavía no se atreven a criticar de manera radical la opción de las armas o, incluso, lo que es aún más grave, los que todavía justifican la persistencia de la lucha armada con base en un discurso arcaico en torno al “derecho a la rebelión”. Este fue el caso, por ejemplo, del padre Javier Giraldo en su documento para la Comisión Histórica del Conflicto y sus Víctimas (Contribución al entendimiento del conflicto armado en Colombia, 2015), elaborado en el marco de las negociaciones de La Habana entre el gobierno y las FARC.

      Y es tambien un libro bien escrito, bien documentado y con argumentos sólidos y consistentes. Mi generación se va a ver duramente cuestionada. De igual manera la Iglesia. Se trata, sin duda, de un libro destinado a abrir un amplio y necesario debate sobre el pasado, el presente y, sobre todo, el futuro del rol de los intelectuales y de la religión en la sociedad. Como dice el autor, con base en el pensamiento de Michael Walzer, se trata de “un ejercicio crítico que mira hacia el pasado con la intención de que la discusión acerca de ese pasado tenga una resonancia futura”.

      Eduardo Pizarro Leongómez,

       12 de agosto de 2019

      AGRADECIMIENTOS

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      Durante los tres años en que estuve escribiendo este libro adquirí muchas deudas intelectuales y personales. Trataré de mencionarlas todas para empezar a saldarlas.

      En primer lugar, este libro tiene dos deudas intelectuales impagables: la inspiración del trabajo de Jorge Giraldo Las ideas en la guerra y el interés que Andrés Felipe Agudelo me contagió por la historia de la violencia en Colombia. Las luces y la motivación que ambos me brindaron en las decenas de conversaciones que tuvimos, así como el material que me recomendaron, fueron esenciales para que este barco llegara a puerto.

      Estoy muy agradecido también con la hospitalidad y las conversaciones tan estimulantes que sostuve con José Casanova en la Universidad de Georgetown, así como con los fellows del Berkley Center for Religion, Peace & World Affairs durante el semestre de 2017 que estuve allí y durante el Congreso que organizaron en 2018 con RESET Dialogues on Civilizations. Las discusiones del primer avance del trabajo con mi amigo Barnett Koven y sus colegas de la Universidad de Maryland fueron muy oportunas.

      Luego están los colegas y amigos que leyeron apartados del libro y me hicieron oportunas críticas y sugerencias: Eduardo Pizarro Leongómez, Juan Gabriel Gómez Albarello, Jorge Aurelio Díaz, Euclides Eslava, Carmen Ruiz, Andrés Felipe Agudelo y Hugo Quintero. Milton Sánchez y su esposa Elizabeth, Juan Manuel Nieves, Diana María Ramírez, Diego Cediel, Geraldine Bustos, José Miguel Rueda, Ricardo Vargas, Juan Carlos Guerrero y Luz Marina Medina me facilitaron asuntos puntuales, pero fundamentales.

      Las personas que entrevisté fueron, sin excepción, muy generosas conmigo con su tiempo, su memoria y sus conocimientos: Walter Broderick, Fernando Cepeda Ulloa, Vicente Durán Casas, Fernán González, Mons. Héctor Fabio Henao, Salud Hernández-Mora, Mark Juergensmeyer, Michael J. LaRosa, Jorge Orlando Melo, Mons. Pedro Mercado, Gustavo Morello, Marco Palacios, Javier Darío Restrepo, Enrique Santos Calderón, Álvaro Tirado Mejía y Alexander Wilde.

      Finalmente, esta investigación no habría sido posible sin el apoyo en la Universidad de La Sabana del rector, Obdulio Velásquez; la vicerrectora de profesores y estudiantes, Liliana Ospina; la anterior directora general de investigación, Leonor Botero; la directora de desarrollo profesoral, Luz Ángela Vanegas, y la directora de publicaciones, Elsa Cristina Robayo. A ellos, a mis colegas y amigos de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas y a la gente de Editorial Planeta, toda mi gratitud. No está demás decir que la responsabilidad por lo que está escrito acá es solo mía.

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Introducción

      En 2019 se cumplieron noventa años del nacimiento de Camilo Torres Restrepo, el sacerdote que en 1965 colgó su sotana y se unió a la guerrilla del ELN. El balance sobre su obra


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