Lo que callan las palabras. Manuel Alvar Ezquerra

Lo que callan las palabras - Manuel Alvar Ezquerra


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      Índice

       Portada

       Dedicatoria

       La prodigiosa vida de las palabras. La razón de este libro

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       e

       f

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       n

       ñ

       o

       p

       q

       r

       s

       t

       u

       v

       y

       z

       Bibliografía

       Créditos

      Para Aurora, siempre a mi

      lado para darme cuanta ayuda

      y ánimos necesito.

      La razón de este libro

      El universo de las palabras es fascinante. Cada una de ellas guarda, en sí misma, un mundo por todo lo que podemos encontrar en su interior, pero también lo es por las relaciones que mantiene con las otras palabras de la lengua, por su origen y por lo que designan. Además, están vivas (hay quien dijo que nacen, se desarrollan, se multiplican y mueren), en un continuo proceso de acomodación en la lengua, que no es otra cosa que ponerse a nuestra disposición, para que los hablantes podamos hacer con ellas el empleo que mejor nos venga. Pero poca utilidad les daremos si no sabemos que las tenemos siempre a nuestra disposición para acudir a nuestras necesidades, y mal las emplearemos si no sabemos qué quieren decir, para qué nos sirven.

      Las palabras en nuestras manos son verdaderos tesoros, pero su valor intrínseco y su belleza dependen del provecho que sepamos sacar de ellas. Cada una es una piedra en bruto que puede transformarse en una verdadera joya según la maestría del tallador, de su experiencia, y de los conocimientos que tenga. Así hará que su forma final sea una u otra, que pueda ser engarzada de una manera determinada para que su pureza brille cuando la utilicemos.

      El libro que sigue no es de investigación filológica, por más que sin ella no hubiera podido ser escrito, sino una obra en la que he procurado exponer de la manera menos cansina que me ha sido posible, algunas historias de palabras de un uso más o menos cotidiano, con las que nos encontramos frecuentemente. No voy a negar que cada palabra tiene su propia historia, pero en unos casos resulta más atractiva que en otros, y saberla puede enriquecernos y hacer que la empleemos con tino, para que cumpla con su cometido en la comunicación. Quiero con ello decir que no es un diccionario histórico ni etimológico, aunque su origen, el de las palabras, tanto el cercano como el más lejano, sea lo que se desea explicar para que comprendamos el por qué de sus sentidos, las relaciones que puede ofrecer cada uno de los términos con otros, estén próximos o apartados significativamente o formalmente, su razón de ser. Así, resultan sorprendentes los vínculos que se establecen entre la muñeca del brazo con el juguete, y aun más cuando vemos que está emparentada con el moño del peinado y la moñiga (o, mejor, boñiga) del ganado; y ¿por qué a la bofetada se le puede dar también el nombre de torta, galleta y otros, que valen igualmente para el golpe fuerte? ¿Por qué llamamos a la misma prenda de vestir indistintamente chaqueta y americana, y en algunas zonas saco, si son lo mismo? ¿Por qué la risa sardónica resulta falsa? ¿Cuál es la diferencia entre un yanqui y un gringo? Y así podríamos seguir una por una.

      Las explicaciones que pongo son consecuencia de los ejemplos que manejo en mis clases con los que procuro hacer menos tediosa la exposición, cosa que no sé si logro, aunque estoy convencido que a mis alumnos les inculcaré algo de curiosidad y les abriré las mentes para ver y entender muchas cosas que tenemos tan cercanas sin darnos cuenta. No se me olvidará la cara de asombro que puso una alumna cuando conté algo tan obvio como que el boquerón se llama así por el tamaño de su boca en comparación con el de su cabeza. Nunca había pensado en ello, y eso que sus padres tenían una pescadería y poseía buenos conocimientos de los seres marinos, de lingüística y de nuestra lengua.

      Pero no solamente ha sido la enriquecedora curiosidad de mis alumnos lo que me ha llevado a escribir las páginas que siguen, sino también las preguntas, igualmente realizadas con curiosidad, de mis familiares y amigos, deseosos de saber algo más sobre las palabras, de confirmar o rechazar explicaciones, muchas veces fantasiosas, como que cachondeo se debe al jolgorio de los pescadores de atún que iban a celebrar su éxito más allá del río Cachón en Barbate (Cádiz).

      Otras veces lo atractivo no es la historia de la palabra, de su forma o de su significado, que puede no revestir grandes secretos, como que tenedor deriva de tener, sino que su uso no se extendió hasta el siglo XVIII, aunque era conocido desde el XIV. Lo interesante en esos casos es lo nombrado por la palabra, la realidad extralingüística y cómo se ha ido configurando. ¿Cuántos sabemos que la servilleta es un invento de Leonardo da Vinci, el gran Leonardo, para que los comensales tuvieran un paño donde limpiarse las manos y que no lo hicieran en el mantel o en el conejo que se ataba a una pata de la mesa? Lo más curioso en este caso es que la palabra latina para el mantel significaba, precisamente, ‘trozo de tela para limpiarse las manos’, siendo su empleo actual sobre la mesa una costumbre que comenzó en la Península. Y ¿quién pone hoy en relación los villancicos navideños con los villanos que comenzaron a entonarlos


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