Alberto, tenemos un problema. Victoria Giarrizzo
acumuló una caída de 2,6% esos años y el bienestar se retrajo 21%. bien
estar se retrajo 21.
3 Para medir la percepción de Bienestar Económico se elaboró un indicador cualitativo con la siguiente fórmula: (respuestas positivas – respuestas negativas + 1)*50. Sobre eso se elaboró el indicador de Bienestar Económico Subjetivo (IBES)
Fuente: CERX
¿Por qué el crecimiento no se tradujo en bienestar en el caso argentino? Varias son las razones, pero una extendida fue que una parte del crecimiento desde 2007 fue impulsado por consumo financiado con crédito caro, y otra, por el malestar que comenzó a generar la inflación especialmente desde fines de ese año, que además obligaba a los hogares a compensar ingresos con ocupaciones alternativas.
Si bien la preocupación por el bienestar poblacional es muy alta para la mayoría de los gobiernos, y pocos dudarían en que el objetivo final de las políticas económicas es mejorar la calidad de vida de la gente, hay dos problemas. Por un lado, sabemos que crecer no siempre mejora la calidad de vida. Y por otro, pocos gobiernos miden el bienestar subjetivamente, indagando entre la misma gente como lo percibe. Por lo tanto, poco se conoce sobre ese estado.
Argentina tiene mediciones privadas, como la que hacemos desde CERX, pero jamás tendrán el alcance que podría lograr el INDEC. Claro que con mediciones subjetivas solamente tendríamos una foto incompleta. Porque podría suceder lo inverso: la gente percibe bienestar sin mejoras concretas en la economía. Las dos mediciones son complementarias para entender el impacto de las políticas que se aplican. Otra deuda pendiente. Aunque también la tienen naciones desarrolladas, como nuestro potente Israel.
Las crisis tienen nombres y apellidos
Cuando el viejo burro de un campesino cayó en un pozo, su dueño pensó “burro viejo, pozo seco”, para que esforzarme en sacarlo si igual no sirve y morirá. Más fácil, reunió a sus vecinos para que lo ayudaran a tapar el pozo con tierra y sacrificarlo adentro. Viendo lo que estaba sucediendo, el burro en el fondo del hoyo rebuznaba desconsolado, hasta darse cuenta de que nadie lo rescataría, y rendirse. Pasaron algunos minutos, el burro abrió los ojos y sonrió. Se incorporó pausadamente y sacudió la tierra que cubría su lomo y su cabeza. A medida que iba cayendo la tierra, la fue usando para dar pasos hacia arriba que lo acercaban a la salida. Cuando el pozo estuvo casi cubierto, los vecinos vieron sorprendidos cómo el burro llegó hasta la boca del pozo, pasó por encima del borde y salió trotando con más fuerza que cuando era joven.
Las que llamamos crisis a ciegas, suelen tener nombres y apellidos (los responsables también). Empresas y familias que alcanzadas por esos eventos caen en la bolsa de afectados que conforman en conjunto el concepto macroeconómico de “crisis”. Las historias individuales se multiplican en cada crisis. Contar una es solo un pedacito de tantas vidas, que, en algunos casos como el burro, lograron salir del pozo para volver a empezar y en otros, quedaron atrapados en la tierra que les cayó encima.
El caso de “La Delfina” es un ejemplo de crisis y recuperación. Carina Pag es la dueña de un tradicional restaurante en el interior de la provincia de Entre Ríos, que, bajo ese nombre, hace honor a la mujer que luchó junto al caudillo de la zona, Pancho Ramírez. “La Delfina” nació en 1971 de la mano de su padre, “Baby”, oriundo de la colonia alemana de Santa Anita. Negocio próspero, fue creciendo con el esfuerzo familiar. Para fines de los 90, tenían 15 empleados, y rentaban un local grande en pleno centro de la ciudad. Asomaba el año 2000 cuando el locador les triplicó el alquiler porque tenía una mejor propuesta: la instalación de un casino.
Los Pag eran dueños de una parrilla enfrente al restaurante, con inmueble propio, “Parrilla La Delfina”. Una opción era mudarse ahí, pero significaba despedir personal. Idea va, idea viene, para Baby el “cómo” crear empleo siempre había sido el motivador de sus negocios. Descartó esa posibilidad y sin locales para alquilar, compraron una vieja casona céntrica. Financiaron una parte con un crédito bancario y otra con un crédito en escribanía contra la hipoteca del inmueble de la parrilla. Sus ahorros los invirtieron en equipar el lugar, dejando un espacio gastronómico de primer nivel. Ni sospecharon que pronto vendría una crisis de dimensiones desconocidas, la crisis de 2001-2002.
Ya en 2001 la gente gastaba poco, la recesión se sentía, y la clientela había mermado. Pero el restaurante funcionaba y los créditos se pagaban. El 7 de enero de 2002 Argentina devaluó su moneda después de 10 años de convertibilidad. El dólar pasó de $1 a $3, y la deuda en dólares se triplicó en pesos. Imposibilitados de hacer frente a los pasivos, levantaron el restaurante y vendieron la casona por debajo del precio de compra para saldar la deuda con el banco. Faltaba la escribanía. Los meses transcurrían sin llegar a un acuerdo sobre la pesificación de esa deuda, hasta que llegó la fecha de remate del inmueble: junio 2003.
Baby, con un infarto encima, propueso quebrar y cerrar. Carina vio otro camino: conseguir dinero entre conocidos. Vendió su departamento, su auto, y para abastecerse de mercadería, desparramó cheques en uno de los principales supermercados de la ciudad, que confió y apoyó. Al poco tiempo, cumplió sus deudas, salvaron el inmueble y montaron el histórico restaurante “La Delfina” en la vieja parrilla, local pintoresco y renovado. Llevó su tiempo, y de a poco recuperó el sello floreciente.
Dieciséis años después, una nueva crisis volvió a sacudir al histórico restaurante: la cuarentena. Como muchas familias argentinas con varias crisis encima, no están preparados, pero sí acostumbrados.
En el historial de crisis, los comportamientos entre unos y otros empresarios difieren, depende del resto financiero, de su acumulación de capital, del estado de ánimo, de la rapidez en reconvertirse, de las redes de apoyo, y de ese concepto nuevo que llamamos “resiliencia”. Caídas sin rescates, ciclos malos interminables, ciclos buenos con fecha de vencimiento. Las familias y empresas se apoyarán en lo que puedan para recomenzar. El emprendedor, el empresario pyme, no se rinde. Pasará de un estado a otro, mostrando lo que podrían ser y hacer si el país les diera mejores oportunidades y condiciones.
C.2 Pancrisis
El Invitado de piedra y la moraleja del desarrollo social
“Para conducir a la gente, camina detrás de ellos” Lao Tse
La pandemia y su hermana cuarentena no pudo ocultar lo brutal: la mortalidad golpeó más sobre los pobres, con menos acceso a los sistemas de salud y a condiciones sanitarias básicas, que al resto. Pero también mostró el problema de la informalidad y la fragilidad de los sectores medios, que vienen reduciendo su tasa de ahorro, financiando consumo con deuda, y ante un schok, quedan expuestos a caer en la pobreza. Esas consecuencias se derraman hacia los sectores de mayores ingresos y productivos. Esto obliga a repensar el desarrollo social. Con la pandemia se abrieron varias discusiones: primero, la del concepto de eficiencia por la incorporación de protocolos necesarios para prevenir crisis pero que incrementan los costos de las empresas. ¿Cómo lo van a financiar? Segundo, repensar la autonomía del crecimiento: ¿el crecimiento no debe postergarse frente a nada? ¿O hay situaciones donde pierde sentido? Tercero, vuelve el debate sobre un ingreso mínimo, que en muchos países europeos se aplica, ¿pero cómo puede financiarlo Argentina sin un sector productivo que cree riqueza y fortalezca al Estado? Y cuarto: ¿cómo resolver la informalidad?, que terminó siendo un golpe letal en la crisis del covid19. Una luz de esperanza: que la oposición y el gobierno puedan consensuar políticas entusiasma, porque cualquier programa de desarrollo necesita acuerdos instituciones y una visión compartida.
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